Estamos obligados a ser solidarios

Escribo lo siguiente conmovido, sí, por la tragedia que suponen los movimientos migratorios actuales en Europa. Pero también indignado por las muestras de insolidaridad que se están dando. De la insolidaridad de los dirigentes europeos hay mucho que decir, pero en esta ocasión, quiero dirigirme a la gente común que expresa su desacuerdo, de una u otra forma, con las medidas que se están tomando para ayudar a los que huyen de sus propios países. Y, en concreto, a los getafenses que protestan por lo que nuestro Ayuntamiento está haciendo a favor de Osama Abdul Mohsen.

En una época nada lejana hubo un país que padeció una guerra que provocó muchos muertos, dejó pueblos y ciudades arrasados, separó a muchas familias e hizo que el proyecto de vida de muchos de sus habitantes quedara roto para siempre.

Al terminar esa guerra no terminó la persecución de los que la perdieron por parte de los vencedores de manera que fueron fusilados o encarcelados miles de personas. Por eso, muchos de los perdedores no vieron otra salida para salvar su vida o, al menos, para rehacerla, que huir, salir de su país confiando en que otro les acogiera. Y Francia, Méjico, Argentina, Chile y otros países recibieron, con enorme generosidad, a miles de esas personas, en algunos casos solas, en otros con parte de su familia y, en los menos, familias enteras. Y esas personas y familias se integraron en los países que les acogieron, rehicieron sus vidas y trabajaron para devolver al país que les acogió parte de lo que les había dado. Hoy día, muchos han vuelto al país que les expulsó pero muchísimos más se quedaron, forman parte de la sociedad que les permitió ser uno más entre los nacidos allí y han contribuido a su progreso.

Otra de las consecuencias de esa guerra y de la política de autarquía que los vencedores aplicaron después, fue que, salvo una pequeña minoría que constituía la élite de los vencedores, el país se hundió en la pobreza y ésta se instaló en la gran mayoría de la población. Por eso, años después del término de la guerra, viendo que la situación económica no mejoraba, otra vez cientos de miles de personas, quizá millones, tuvieron que abandonar su casa, su familia y su país para trabajar y ganar el salario que se les negaba en su propia tierra. También en esta ocasión estos emigrantes fueron recibidos en Alemania, Francia, Suiza y otros países y ellos trabajaron, contribuyeron al progreso y riqueza de las sociedades en las que se integraron y hoy vuelven jubilados a casa o se quedan de manera definitiva allí como uno más.

Más recientemente, ese país del que hablo ha sufrido una grave crisis económica de la que aún tardará en salir, tan grave que muchos piensan que nunca volverá a la prosperidad que, al fin, había alcanzado. Esa crisis ha sido la causa de que muchísimos de los jóvenes mejor preparados, con una gran formación adquirida en su país gracias al esfuerzo propio y al aporte económico de toda la sociedad, se hayan visto obligados a   instalarse en otros países abandonando el suyo, países que aprovechan esa formación que no han pagado.

Sí, claro, estoy hablando de un país llamado España. Y estoy hablando de los que fueron nuestros abuelos y nuestros padres; y de los que son nuestros hijos y nuestros nietos.

Las grandes migraciones producidas en el origen de la humanidad han conformado el mundo tal como es hoy. Las guerras, las pestes, las hambrunas hicieron, a lo largo de los siglos, que las sociedades fueran de un lado a otro huyendo de ellas. El ser humano es emigrante por naturaleza porque es natural buscar el lugar donde podamos ganarnos la vida, alimentar a la familia, procurar un futuro a nuestros hijos. Nosotros somos europeos, españoles y getafenses por azar: podría habernos tocado ser sirios. Y por eso estoy convencido de que hemos de ser solidarios, porque cualquiera de nosotros, si el azar así lo hubiera querido, podríamos en estos momentos estar en la frontera de Hungría o en la de Melilla, ante una reja que nos impidiera alcanzar un futuro que, al menos, tuviera ciertos visos de dignidad.

 

Redacción Getafe Capital

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