«El cáncer y yo convivimos juntos: nos llevamos relativamente bien»

Raquel AlcázarMás de 25.000 nuevos casos son diagnosticados anualmente en España, aunque el índice de supervivencia ahora supera el 80%. Hace cuatro años, Raquel Alcázar, concejala del PSOE en el Ayuntamiento de Getafe, pasó a engrosar esa lista, la de las mujeres que sufren cáncer de mama. «Mi caso no es especial, es uno de tantos», cuenta la propia Raquel. Aunque sí hay una particularidad en su experiencia. «Mi cáncer es hereditario: todas las mujeres de mi familia, descendientes de mujeres, hemos tenido cáncer de mama. Mi madre tuvo cáncer de mama, todas mis tías, mi abuela… morían porque las cosas eran de otra manera. Con el tiempo vamos sobreviviendo a la enfermedad». Era casi cuestión de tiempo que se lo detectaran. «Cada año o año y medio me hacían ecografías, que no mamografías, que son más agresivas. He estado controlada con análisis y ecografías desde los 30, incluso antes. Cuando me preguntaban, ¿tiene antecedentes familiares? Yo siempre decía: todos».

Una de las revisiones hizo saltar las alarmas. «Me dolía mucho el brazo. Aunque es cáncer de mama, mi problema ha sido más del brazo, me tuvieron que quitar todos los ganglios del brazo derecho, porque estaba muy extendido; sin embargo en el pecho apenas había un bultito, que abrieron y quitaron». Cada revisión significaba sentarse en la sala de espera «como si vas a la lotería. Te hacen la ecografía; esperas en una sala donde hay más mujeres: todas hablan de sus cosas, de sus problemas, de lo que han tenido, las que van por primera vez rompen a llorar… Y cuando te dicen ‘vuelve a pasar’, sabes que han visto algo raro. Me lo tomé con calma, porque en mi interior sabía que algún día me lo tenían que decir, que me iba a tocar un día u otro».

Eso fue un mes de julio. «Fue todo muy rápido. En julio me dolía el brazo, fui al médico de cabecera, me palparon, me mandaron una ecografía a primeros de agosto, en cuesitón de una semana me llamaron para hacerme más pruebas porque habían visto bultos y a primeros de septiembre ya me estaban punzando con una especie de biopsia y el 21 de octubre me operaron. Luego ya vino todo el tratamiento. No te da tiempo a pensarlo. Tenía 39 años. Pensaba tomarme un año para descansar, y me lo tuve que tomar por obligación».

En ningún momento la engañaron. «Me dijeron que era cáncer, que no era bueno y que había que extirparlo. Y como era joven me iban a dar todos los tratamientos que tenían a su alcance. Pero nunca me pusieron las cosas demasiado mal. En oncología son muy claros. Puedes preguntarles lo que quieras y ellos te responden». Raquel Alcázar solo tiene palabras de agrademiento para el trato que le han dado en el Hospital de Getafe, donde le han estado tratando. «Yo quería saber lo que me estaba pasando. Eso de que se lo contasen a mi familia… al contrario, yo quería saber para contárselo a mi familia, que ya había vivido esto. Mi madre, mis tías… Cuando me lo diagnosticaron mi madre ya había muerto y en lo único que pensaba en aquellos momentos no era ni en mi marido ni en mis hijos, era en mi padre: yo quería decirle a mi padre que no se preocupase, que no era nada, que no me iba a pasar nada«. Y se siente ‘afortunada’ porque «cuando he estado en quimioterapia, me he dado cuenta que mi cáncer ha sido de los mejores que me podía haber pasado, porque he visto otros peores. Después he tenido una prima que murió en cuestión de meses. No fue cáncer de mama, pero sí cancer. De lo peor, es lo mejor que me ha podido tocar, porque el mío al fin y al cabo ahí está. Convivimos juntos; nos llevamos relativamente bien«.

La quimioterapia fue dura. Y larga. Dos años de tratamiento después de la operación. «Fue peor que la operación, que es como si te operan de apendicitis: te quitan el bulto y ya. Siempre tienes la cosa de que es un pecho, las mujeres somos un poco así con nuestro cuerpo, pero también es cómo te lo tomes desde el principio. Es verdad que tengo un carácter que es que las cosas que vienen hay que tomarlas por el lado positivo. Sobre todo tenía el apoyo de mi marido que estaba ahí sin que se notase, cuando necesitaba un abrazo me lo daba, pero cuando quería irme por ahí, porque estaba estupenda de la vida, no me decía que me quedara un ratito. Eso hace mucho. Puedes empezar y acabar el tratamiento en la cama: porque se está a gusto, porque te sientes protegida y cómoda, pero yo no quería que mis hijos me viesen en la cama todos los días«. A sus hijos, que entonces tenían 11 y 8 años, se lo explicaron desde el primer momento. «Con la mayor tranquilidad. Les dijimos mamá tiene cáncer, pero no os preocupéis porque no le va a pasar nada». Raquel huye de la compasión. «La familia, los amigos, cuando oyen la palabra cáncer siempre es pobrecita, y yo siempre decía: que aquí no venga nadie a compadecerse de mí. Los lastimeros de la puerta para allá. Aquí tiene que venir la gente a contarme chistes, a ir al cine… Necesitas que te espabilen, que te digan vámonos a la calle, porque si no te metes en la cama el primer día y te dejas hacer: ¡como tengo cáncer!».

A su alrededor ha habido reacciones de todo tipo. «Eso de que en la enfermedad y en la cárcel es donde se conocen a los buenos amigos, es cierto. También notaba miradas. Decidí no ponerme peluca porque iba a ser una cosa transitoria (luego ha durado más de lo esperado). Un pañuelo siempre produce la sensación de que te tienen que cuidar y entontes veía muy pocas mujeres con pañuelo por la calle o yendo al cine o de compras. Era como que te tenías que esconder. Y yo lo primero que dije es que tenía una enfermedad y no tenía nada que esconder; que era una situación transitoria y que tenía que seguir mi vida normal«. Una reacción sí la sorprendió. «Iba en el autobús y me dejaban el asiento. ¡Y cuando estaba embarazada no pasaba eso!». Los dos años de tratamiento fueron largos. «La rutina de los 21 días, los análisis.. se hace muy pesado. Solo tienes ganas de que se acabe. Me dieron mucha matraca. Como era joven me advirtieron que me iban a dar todo lo que tuviesen».

El miedo no ha estado entre sus compañeros de viaje. «Nunca he tenido miedo. Tenía miedo a no saber qué iba a pasar. Pero no porque a mí me fuese a pasar algo. Qué iba a pasar cuando me diesen la primera radioterapia, o qué iba a sentir cuando fuese la primera vez a no sé qué… Tenía que hacerle ver a mis hijos que no pasaba nada, porque todo lo que les llega de la televisión, de la familia es todo negativo. También hay mucha gente que muere…  pero se están haciendo muy buenas cosas. Tengo otra prima que la tuvieron que quitar un pecho entero y la cirugía ha hecho maravillas. Incluso como tenía la posibilidad de que se le volviese a reproducir, ha decidido quitarse el otro también. Tienes que aprender a convivir con lo que tienes». Porque el riesgo de que se reproduzca está ahí. «Es algo que tienes que vivir con ello ya toda la vida». Y las secuelas de los tratamientos son en ocasiones muy duras. «Ahora tengo azúcar, tiroides, alopecia… Ya tu vida es así. Y como no te lo tomes de una manera que sea parte de tu rutina puede llegar a ser muy depresivo».

A las mujeres que ahora comienzan este camino les recomienda «que sigan con su rutina. Claro que te cambia muchas cosas, muchas formas de ver la vida. Yo ahora tengo una hija y sé que le va a pasar lo mismo. Hay cosas ahora que no puedo hacer: me gustaba mucho montar en bici  y ahora no puedo; me gustaría andar o hacer deporte, pero no puedo porque mi cuerpo no da para más. Me gustaría tener pelo y peinarme; pero me lo ahorro en peluquería y salgo peinada todas las mañanas. Tienes que aprender a vivir con ello. Y somos luchadoras tanto las que sobreviven como las que no: todas luchamos para sobrevivir. Si te lo tomas como parte de tu vida puede ser más positivo: a partir de ahora en vez de comer patatas, como arroz; pues ya está. ¿Cada seis meses tengo que ir al hospital? Pues se va». Raquel Alcázar no pierde el humor.

Y también les dice «que no tengan miedo. Que se lo tomen como una apendicitis y lo que tenga que venir vendrá. Que tampoco vivan como si fuese el último día, sino que hagan su vida lo más normal posible. Que miren a sus hijos, a su familia, porque nosotras somos luchadoras, pero los que tienes a tu lado, yo creo que son más todavía. Me acuerdo siempre de mi marido, la impotencia que tenía que sentir, la misma que yo siento, pero yo sé lo que me está pasando. ¿Dónde me pongo, qué hago? Como cuando tienes un jarrón de cristal y no sabes dónde ponerlo para que no se rompa. Que miren a sus parejas e intenten contarles lo que les pasa y lo que no. Que no se encierren en casa sobre todo; que no se queden en la cama, que salgan a la calle a dar un paseo, a la terraza si tienen, que vean la tele y sobre todo que no miren en internet: hay cosas muy raras. Y ahora hay avances médicos enormes. Ahora no es como antes que te destrozaba por completo lo bueno y lo malo, ahora es más selectiva. Los médicos y las enfermeras son lo más maravilloso que hay en el mundo, al menos en este hospital: que pregunten lo que necesiten a los profesionales».

Raquel González - Directora Getafe Capital

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