Ética y estética electoral

¿Puede valer todo, violencia no incluida, obviamente, para conseguir el puesto de presidente de Gobierno de un país, por ejemplo?

A falta de unos pocos días para comenzar la campaña electoral que dará paso a las elecciones generales del 20 de Diciembre, ya estamos inmersos en la precampaña, que cada vez empieza antes, como las Navidades en los centros comerciales, viendo cómo fluyen los actos sociales con los políticos de turno y sus teloneros y se multiplican en multitud de localidades, con el fin de lograr un puñado de votos necesarios para la consecución de la cima final. Ser presidente del Gobierno.

Hasta hace poco tiempo, el medio para convencer a las votantes no afiliados era, fundamentalmente, el mitin en la calle o en los  centros social/deportivos y algún que otro debate, cara a cara, en la incipiente televisión a color. Porque, leer, leer, los programas, ni antes ni ahora. Además se contaba también con el interés y la confianza de los ciudadanos que creían, más que ahora, en el mensaje de cambio  y de firmeza que ofertaba el orador de turno en representación del partido concurrente.

Sin embargo todo eso ha cambiado muchísimo en poco tiempo. Ya no es lo que era. Cierto que los mítines se siguen celebrando en los mismos, y distintos, lugares, quizá con menos público. Pero  han aparecido unos serios competidores a tener en cuenta para, verdaderamente, conseguir el objetivo final: las redes sociales de comunicación y los programas de televisión masivos, no importa con qué contenido, junto al desinterés por la cosa pública de nuevas generaciones de jóvenes y de otras, de menos jóvenes, pero ya de vuelta. Y esto es fundamental no dejarlo de lado porque representa un filón de votos de gente no concienciada que hay que ganarse como sea.

Evidentemente, el voto, como tal,  sigue siendo importante. La cantidad de votos, mejor dicho. Es primordial que la gente vote aunque no esté convencida ni por ideología, ni por práctica democrática ni porque le hayan enseñado previamente que eso es importante para su mejor convivencia y más justo desarrollo.

Y es en este momento cuando los asesores de imagen de los líderes contendientes entran en acción y no dudan en aconsejar, sí o sí, a sus representados a hacer lo indecible y, a veces, injustificable, con tal de llamar la atención a esa audiencia tan especial  para recabar, en definitiva, el voto  de la misma para su formación. Sin más planteamientos de lo que significa tal acción. Así nos encontramos a todos ellos, de repente y en un momento preciso, ya encorbatados, ya sin encorbatar; ya bailones, cantaores o aventureros; ya visitantes de casas o emisoras, a veces, de dudosa catadura moral o de mínima calidad escénica y de contenido. Parece que todo esto puede valer en aras del negocio electoral aunque el mensaje y el debate electoral, precisamente, se hayan dejado en la entrada del establecimiento o en el armario de la casa de cada cual. Entiéndase bien. Todo esto es lo referido al espectáculo al que se someten estos aspirantes cuando el mismo es  ajeno, vacío y carente de ideas que propicien la reflexión y la discusión, entre la audiencia.

No deberíamos caer en la tentación de dar nuestro voto, de forma alegre y sin reflexionar, al actor político que sale en la tele por el mero hecho de que se nos ha hecho colega utilizando una estética de cercanía. Más bien tendríamos que plantearnos y hacerle ver al mismo  que, si no cumple unos postulados éticos mínimos, expuestos y debatidos con pelos y señales en esas redes sociales, ¿por qué no?, que beneficien en todos los aspectos a una mayoría social y que hagan  despertar a la mayoría de los ciudadanos del letargo en que se encuentran, no va a contar con el voto de los que se empiezan a despertar.

 

Redacción Getafe Capital