Semana Santa, sentimientos y cuñadismos

lavidadebrian

Foto: La vida de Brian

GETAFE/La piedra de Sísifo (10/04/2017) – Hace pocos días, en medio de una conversación con un amigo sobre las religiones y las tropelías perpetradas por los listos de turno en el nombre de dios (de cualquier dios), se acercó un individuo poseído sin duda por el malvado espíritu del cuñadismo y, sin conocernos de nada, nos espetó en la cara que “si tanto odiáis la religión, no sé por qué cogéis vacaciones en Semana Santa o en Navidad, iros a trabajar y hacer algo útil para levantar el país, vagos”. Se dio la vuelta y, sin esperar la respuesta, se fue del local todo ufano.

Si se hubiera quedado, habría recibido como respuesta que nosotros no elegimos qué días son festivos y cuáles laborables; que, en cualquier caso, disfrutamos de 14 días festivos al año, de los que 11 son de carácter nacional, 2 locales y 1 autonómica; que la cultura judeo cristiana que nos envuelve desde hace siglos, recogió las celebraciones paganas y las “sacralizó” coincidiendo, por ejemplo, la Navidad con el solsticio de invierno (que los romanos celebraban como Saturnales) y la Semana Santa para aprovechar la primera luna llena tras el equinoccio de primavera, muy celebrada como punto en el que arranca el crecimiento de las cosechas.

Mi condición de ateo convicto y confeso, no me impide respetar las creencias ajenas, ya que se trata de un sentimiento personal y privado. Sin embargo, y con frecuencia, debo defenderme de furibundos ataques de “creyentes” que, al no poder colonizar mi mente, tratan de despojar a la racionalidad del valor que posee mediante el insulto torpe, la sinrazón como bandera y la amenaza de cataclismos eternos si no nos plegamos a sus caprichosos preceptos, dogmas y costumbres.

No creo en dios, en ningún dios, pero eso no me impide disfrutar del arte religioso en todo su esplendor; me encanta la espiritualidad que trasmite la música sacra, admiro la mezcla  de pasión y sutil delicadeza de su literatura e, incluso, gozo con sus rotundas muestras gastronómicas. ¿Por qué? Simple: porque todas son obras humanas.

Un buen amigo, gravemente enfermo, me confesó el día antes de morir: “Me encantaría ser creyente, porque tendría adonde agarrarme, pero…”

Por eso, todos los días y en estos también, exijo el derecho a tener mis propias convicciones sin que nadie venga a sacarme de mi supuesto error. Cierro con el texto de un graffiti que leí hace poco:

“Que yo esté muy orgulloso de mi pene, no significa que tenga que intentar metérselo a todo el mundo por la fuerza; no hagas tú lo mismo con tu religión”