Las migraciones: drama de ayer, de hoy y de siempre.

Esta albada que yo canto es una albada guerrera,
que lucha porque regresen los que dejaron su tierra.

J. A. Labordeta

GETAFE/Todas las banderas rotas (15/11/2017) – La primera migración fue la que sacó a nuestros ancestros de África. Los desplazamientos y cambios de residencia de grupos humanos de unas zonas a otras del planeta han sido una constante desde la remota prehistoria. Nomadismos, invasiones, peregrinajes, expediciones comerciales y colonizaciones han construido el mundo que hoy conocemos. Desde que la humanidad existe las migraciones han sido la manera en que se han ido formando las sociedades.

Y, a poco que se tenga interés por conocer la historia, constatamos que las razones que han motivado esos desplazamientos masivos han sido la pobreza, la violencia social, las guerras, el colapso de ciertos Estados, en definitiva, grandes grupos humanos huyendo de hambrunas, esclavitud, persecución por motivos diversos, expulsados de su tierra de origen y obligados a instalarse en otro lugar del mundo; pensemos en judíos, palestinos, armenios, griegos, irlandeses, africanos de todo el continente…

Haré un resumen de los grandes movimientos de población en la historia reciente para poner en contexto el drama de las migraciones humanas; no digo «el drama actual» porque es el drama de siempre. Y obsérvese que no haré distinción entre desplazamientos «voluntarios» e involuntarios, porque quien decide dejar su tierra debido a que ésta no le ofrece oportunidades para desarrollar una vida digna, ¿es un emigrante voluntario? ¿Su salida hacia otras tierras no es tan obligada como la del que es expulsado por las autoridades o los ejércitos?

El primero de esos movimientos que quiero citar es el que, entre 1500 y 1850, durante la colonización de América, provocaron las naciones europeas. Los descubridores del Nuevo Mundo intentaron en principio usar a los indígenas para explotar las plantaciones y minas, pero ante el escaso rendimiento de éstos, que fueron diezmados por las enfermedades, recurrieron a esclavos negros importados de África. La operación contó con la aprobación de la Iglesia, tras autorizar el papa Nicolás V a los portugueses a conquistar las tierras en poder de los sarracenos y esclavizar a sus habitantes. Un negocio a gran escala que fue montado por empresas como la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales o la inglesa Compañía Real Africana, que monopolizaron el violento tráfico esclavista durante el siglo XVII. La Corona española solía concertar con ellas o con negreros alemanes o portugueses para adquirir mano de obra para sus colonias. Se calcula que entre los siglos XVI y XIX unos 12 millones de negros cruzaron el Atlántico. El resultado fue la devastación de África, despoblada de personas en edad productiva.

También hemos de citar la expulsión de los judíos y moriscos españoles por los Reyes Católicos o el caso de los miles de protestantes y católicos europeos que tuvieron que refugiarse en otros países por las guerras de religión que sacudieron el continente en los siglos XVI y XVII.

Pero el siglo XX se ha llevado la palma: los conflictos bélicos y los cambios de fronteras y regímenes han provocado el desplazamiento de unos 45 millones de personas en Europa. La Primera Guerra Mundial dio lugar al traslado de 8 millones, cifra que se elevaría a casi 30 en la Segunda. Por si fuera poco, en el periodo entre ambas contiendas hubo numerosos ajustes demográficos, con emigraciones constantes desde Alsacia, Lorena, Polonia y los desintegrados imperios otomano y austrohúngaro hacia otros Estados. El Tratado de Lausana (1923) provocó el movimiento de 1 millón de griegos desde Anatolia y Asia Menor a Grecia y de 300.000 turcos en sentido opuesto.

La Guerra Civil española condujo al exilio a casi 1 millón de personas, la mayoría de ellas hacia Francia y América Latina, y durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis desplazaron a cerca de 12 millones de europeos -polacos, rusos, franceses, belgas, holandeses…- para realizar trabajos forzados en Alemania. Después, cientos de miles de judíos abandonaron la URSS, Polonia, Alemania y Austria con destino a América o al nuevo estado de Israel, y millones de alemanes tuvieron que expatriarse tras los cambios de fronteras.

También Asia ha sido escenario de migraciones forzadas. En 1947, la independencia y división del subcontinente indio en dos estados -India, hinduista, y Paquistán, musulmán- provocaron el desplazamiento por motivos religiosos de 16 millones de personas, mientras 4 millones de coreanos tuvieron que emigrar por la partición de su país en dos. Parecida circunstancia dejó sin tierra a 2 millones de palestinos que, con nutrida presencia en Jordania, Siria y Líbano, constituyen la población de refugiados más antigua; hoy, una cuarta generación sigue viviendo en los campamentos que levantaron sus bisabuelos.

En noviembre de 1975, tras la firma de los Acuerdos Tripartitos de Madrid, España se retiró de la zona conocida como Sáhara Occidental y, a partir de ahí, se registró una huida masiva de refugiados saharauis hacia zonas más seguras debido a la ilegal anexión de su territorio por parte de Marruecos. Más de 40.000 personas huyeron a la frontera con Argelia. Desde entonces, se estima que casi 165.000 refugiados saharauis conviven en los cinco campos habilitados.

En años recientes, el conflicto que provocó mayor movimiento demográfico forzoso fue la guerra de Yugoslavia, con 4 millones de desplazados. En África, el hambre y las guerras han expulsado de sus hogares a 4 millones de sudaneses, 1,5 millones de liberianos y 625.000 ruandeses. Sierra Leona, Tanzania, Guinea y Etiopía cuentan también con masas de refugiados, muchos de ellos asentados en campos cercanos a las zonas de conflicto, donde las mujeres y niñas son vulnerables a ser violadas y atrapadas en redes de explotación sexual. En Colombia, 1 millón de campesinos han tenido que moverse por la violencia terrorista. Las guerras de Chechenia, Azerbaiyán y Georgia han dejado un saldo de 1 millón de desterrados, mientras que hay unos 2 millones de desplazados kurdos y cifras similares en Afganistán, Irán, Sri Lanka, Timor y Birmania.

Finalizo esta triste exposición de datos con el siguiente: actualmente, ACNUR cifra en 50 millones las víctimas de desplazamientos forzosos, incluyendo refugiados, solicitantes de asilo, apátridas y desplazados internos.

¿Qué respuesta damos la sociedad rica y civilizada a esta tragedia? Los países del primer mundo solo tratan de resolver el problema que la llegada de emigrantes les causan a ellos mismos. La ceguera y el egoísmo guían la actuación de la mayoría de los países, más concretamente de los europeos.

Esa ceguera y ese egoísmo se demuestra en España con estas sangrantes declaraciones: «No es nuestra responsabilidad que decidan huir de su país»; también que habría que «concienciar a las ONG para que no favorezcan la inmigración irregular»; son palabras pronunciadas el pasado mes de julio por el ministro del Interior, señor Zoido.

Yo le digo al ministro Zoido que sí es nuestra responsabilidad porque el ministro tiene la obligación de saber que España es el sexto exportador de armas del mundo: vendemos a 78 países, algunos, como Egipto, Bielorrusia y Arabia Saudí, son dictaduras. Otros están en guerra o padecen conflictos internos: Irak, Afganistán y Ucrania. O tienen un pobre récord en el respeto de los derechos humanos: Turquía, Azerbaiyán, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Pakistán, China, Uzbekistán, Argelia, Burkina Faso, Chad… Hemos exportado a Arabia Saudí por valor de 1.245 millones de euros en 2016. Muchas de estas armas y municiones acaban en Siria y Yemen. Y de muchos de los países nombrados proceden la mayor parte de los inmigrantes que pretenden llegar a Europa y pierden su vida en las aguas del Mediterráneo o se dejan la piel, literalmente, en las alambradas que rodean Ceuta y Melilla.

Además somos líderes en los recortes a la ayuda al desarrollo, que consiste en crear las condiciones en los países de origen para que no tengan la necesidad de emigrar. El recorte acumulado es del 73,5%. Es importante apuntar esto porque el 12% de los habitantes del planeta, esto es, unos 842 millones de personas, tiene hambre. Y el hambre, como sabemos, empuja a millones de personas a dejar su tierra.

Por tanto, sí, tenemos una enorme responsabilidad.

Termino como empecé. La guerra, la represión, el hambre, hoy como ayer, son las causas que obligan a muchos millones de personas a dejar sus hogares; hoy, además, se une el cambio climático, causado sobre todo por los países ricos, que está provocando en muchos lugares del mundo enormes sequías y otros cataclismos naturales.

Es por eso, porque creo firmemente que todo ser humano tiene derecho a buscar una vida mejor para él y su familia y a salir de su país y de su tierra cuando esta le es ingrata, por lo que sostengo que la migración es un derecho inalienable que, en ningún caso, debe ser perseguido sino protegido. Lo que no excluye su regulación para hacer compatible ese derecho con el de los habitantes del lugar de acogida.