El cuidado y protección del parque de la Alhóndiga: un imperativo ético, político y eco-ambiental

GETAFE/El rincón del lector (08/01/2018) – El día primero de enero despuntó en nuestra ciudad con una leve bruma que luego se fue disipando con el paso de las horas. A pesar de lo tibio que se iba tornando el día, pequeñas rachas de viento gélido nos recordaban que estamos en invierno. Como en otras ocasiones y por cumplir de modo sacro con la costumbre, puse la brújula en dirección del parque de la Alhóndiga. Ir a este lugar en esta fecha se ha convertido para mí en una especie de rito. El propósito en este día –como en el de muchos otros a lo largo y ancho del año– no era otro que ver cómo estaba este singular espacio tan nuestro y tan olvidado. Tan rápido como pude me dirigí desde la hoy plaza Pedro Cid, otrora Plaza Tirso de Molina, hasta el lugar. Antes atravesé el puente que comunica al barrio de la Alhóndiga con la entrada principal del parque. Al entrar, el ruido de las fuentes era muy perceptible, más que otros días, quizá porque la afluencia de coches ese día en dirección Madrid-Toledo y viceversa era menor. Explicable. La resaca, quizá, tenía a muchos en obligado reposo.

Ya cerca de las fuentes observé cómo estaban estas invadidas por la acumulación de hojas de color amarillo y también ocre. Seguían allí, imperturbables, sin retirar y profanando y contaminando con su descomposición natural la cristalina y espumosa agua que inquieta y coqueta besaba los contornos internos de las fuentes. Me detuve a mirar aquella imagen con detenimiento y capté cómo la fuerza del agua hacía que las hojas describieran rítmicos bailes en forma de círculos.

Después de esto caminé unos cuantos metros y me encontré con la figura del lago. Me acerqué y detallé que un grueso y redondo palo de madera que constituye parte de la estructura de protección del lago seguía en el suelo como ya lo había visto días atrás. Lo moví con la punta del pie y luego lo volví a mover para dejarlo en el lugar y la posición en que lo había encontrado. De este modo comprobaba que las hojas seguían en la fuente y que el palo nadie lo había levantado. Normal. Así funcionan las cosas por esta tierra.

Ya al frente del lago dirigí la mirada en varias direcciones. A lo lejos el agua se veía de color mercurio. La sensación óptica que me infundio el poco sol que hacía sobre la superficie del cuerpo de agua referido, era que estaba ante una especie de inmenso cetáceo de lomo plateado. Mientras tenía esa extraña y misteriosa sensación, una brisa gélida y fuerte movía las aguas y creaba una suerte de micro-olas, las cuales lentamente chocaban y morían con la estructura rocosa que rodea el lago. Al tiempo que se producía este micro-fenómeno, en la pequeña casa flotante un inmenso, señorial e impotente pato de color blanco y pico rojo flirteaba a una menuda pata de color gris de cuello verde y negro. El coqueto pato quizá feliz por tan grata compañía empezó a emitir un graznido tras otro, hecho que ocasionó el murmullo de una pareja que como yo contemplaba aquel espectáculo amoroso.

Al tiempo que esto se producía, una banda de patos irrumpió con desbordante escándalo en el firmamento. Pocos segundos después no pocos de estos patos de manera diestra conquistaron las aguas de color mercurio del lago. En esta algarabía de la vida, una inesperada pequeña tortuga; quizá una de esas que un coleccionista de fauna dejó tirada en algún momento por hastío o por cualquier otro tipo de razón, irrumpió en la escena. Al pequeño animal solo se le veía los dos orificios en donde empieza su cabeza. Su caparazón parecía de color negro. Sólo fue menester que un niño gritara para que la rauda tortuga se perdiera entre las profundidades del lago.

Ya en la esquina que está cerca del pequeño malecón y contigua a la casa que creo que funciona como cantón, la acumulación de una densa y tupida mancha de desechos constituida por trozos inmensos de pan, plástico y toda suerte de agentes daban vida a una lamentable y espuria isla. Esa masa de desechos ya habitual es el resultado de que bienintencionados y bien-pensantes visitantes del parque llevan pan para tirar y alimentar a los patos dentro del ya contaminado lago. Así, el pan que los patos no se comen se acumula durante días y la naturaleza da buena cuenta de ello. La imagen se repite una y otra vez, al punto de que hay una imagen tomada en el mes de septiembre de 2017 y otra el primero de enero del año en curso, y ellas son simétricamente iguales. Está mal que se deposite desechos en tal cantidad en el lago del parque de la Alhóndiga, pero mucho peor el que no se recoja a tiempo esta mancha o isla contaminante.

Y metros más allá, en dirección a la parte alta del lago, la contaminación no remite. Aquí los muros sobre los que desciende el agua y permiten una breve oxigenación producto de la correntía de la misma, en su parte inferior abundan las bolsas plásticas, botellas, trozos de madera y hierba. Este hecho retiene y evita que el agua corra, lo que posibilita que se formen represamientos. Estos represamientos en periodo de calor son un caldo de cultivo para que se forme la bacteria que produce el botulismo aviar.

El estado general del parque es lamentable. La situación de la avifauna poco interesa ni a la Comunidad de Madrid ni al Gobierno municipal. Ambos hacen poco o nada para el cuidado, protección y conservación del parque de la Alhóndiga. Así, cuando el Gobierno de la CAM presidido por Cristina Cifuentes –y antes por Ignacio González— tenían suscrito el convenio de colaboración con el Ayuntamiento de Getafe para el cuidado y protección del parque, poco hacía para mantener este pulmón verde. Ahora que no hay Convenio, pues la CAM no ha querido firmarlo de nuevo, es nada lo que hace. Unos y otros se auto-culpan de su desidia y mientras tanto el parque acumula disfuncionalidades e inasistencias, hecho que se traduce en una suerte de ecocidio programado de corte institucional. De este modo, una y otra administración son corresponsables de que la biomasa vegetal y animal del parque esté en total estado de abandono.

Si el gobierno de la CAM no presta atención al Parque de la Alhóndiga, entonces el actual Gobierno debe actuar con celeridad y altura de mira institucional. Lo que no es permitido en las condiciones actuales es la inoperancia, el abandono y la falta de conciencia eco-ambiental con características institucionales. Si la CAM no actúa, lo que no puede hacer el gobierno de la alcaldesa Sara Hernández es jugar a ser espectadora ante una situación que requiere actuar con gran sentido de justicia ecológica. El parque de la Alhóndiga es un patrimonio común y compartido y, por tanto, es un deber del Estado protegerlo y preservarlo para el disfrute de toda la ciudadanía. Si el aire que respiramos es de los peores en toda la región, entonces invertir en el cuidado del parque de la Alhóndiga y de nuestros parques en general es un imperativo ético, político y eco-ambiental.

Al cierre de esta columna no le voy a pedir lo que siempre le he pedido, es decir, el que hagamos del parque de la Alhóndiga un gran centro de educación e interpretación eco-ambiental. Hoy seré y seremos más modestos, en consecuencia le pido que hagamos del año 2018 el año del Parque de la Alhóndiga y de todos los parques del municipio. Un buen inicio, sin duda, es y será dedicar una robusta partida en los nuevos presupuestos para este fin y propósito. Eso espero, esperamos. Así ganamos todos y todas.

Redacción Getafe Capital

2 Comments

  1. Antonio Calvete

    9 enero, 2018 at 13:59

    Es de todo punto necesario, más bien obligatorio, que nuestro Ayuntamiento dé explicaciones a los vecinos sobre la situación en que está el Parque: cuales son las competencias de cada institución (CAM y Ayuntamiento) y cómo las están cumpliendo cada una de ellas. Y, en caso de que la CAM no cumpla las suyas, cómo y en qué plazo va a ejercer el Ayuntamiento la acción sustitutoria.
    Porque el Ayuntamiento se debe a los vecinos de Getafe por lo que, además de exigir a la CAM que cumpla sus obligaciones, debe evitar que lo que deben hacer, uno u otro, se quede sin hacer.

  2. Carlos Rangel Cardenas

    8 enero, 2018 at 12:01

    Interesante artículo, por demás escrito con una vena poética y literaria que nos acerca a la dramática e inaceptable realidad que vive el parque de la Alhóndiga y también otros parques del municipio. Eloy te felicito por este hermoso y necesario artículo. Ya está bien que el gobierno municipal invierta en nuestros parques y que eso se vea reflejado en los presupuestos que ahora se discutirán. Es hora de dejar de levantar calles y avenidas de modo innecesario y hacer una cruzada en defensa de nuestro recurso verde. Apoyo total a la campaña que propones.