Cofely

GETAFE/La piedra de Sísifo (13/02/2017) – Estoy peor de lo mío, lo sé. Estos días me ha dado por una palabra: Cofely, que me suena a grupo de esos de rumba marginal, de finales de los 70, o películas de la misma época sobre dramas, drogas y delincuencia juvenil, tipo Perros Callejeros, pero con un toque simpático: Cofely se va a su kely, o algo así. Además, desde que no tomo las pastillas, me imagino la famosa Trama Púnica como un clan de esos que dicen que operan en la Cañada Real, dirigida con mano de hierro por la Rana Madre desde su palacete madrileño o su discreto retiro alcarreño.

Veo a aquellos jóvenes malencarados de la época; que lucían esas camisetas ceñidas, los pantalones de campana marcando paquetón y la chupa vaquera en invierno y en verano, haciéndose los dueños de la pista de coches de choque, con los bolsillos llenos de fichas para invitar a las chicas a los sones de Dame veneno que quiero morir…; que han cambiado. Se han refinado y, fieles a los consejos de sus asesores de imagen, llevan impecables trajes a medida, camisa blanca, corbata de seda y zapato italiano; descubrieron que dar tirones a los bolsos de ancianas descuidadas era propio de mataos; habiendo dinero por millones, lujosos chalés, palés de perico, volquetes de putas y yates donde llevárselas. Aprendieron que no hay negocio más lucrativo que poner la caja pública a disposición de empresarios sin escrúpulos por una jugosa mordida y que, repartiendo pasta con generosidad en los despachos apropiados, la impunidad estaba asegurada.

En mis ensoñaciones imagino la sala de un juzgado, ampliada por pura necesidad, que sienta en el banquillo a la alineación encabezada por la Rana Madre, Paquito el Púnico, Don Vito el del Mechón, el Socio, Johnny Ojos de Huevo y su banda conocida como la Compañía de Teatro, el Clan de los Diputados y su variante marinera, el de los Genoveses; todos custodiados con ojo vigilante por una compañía de la Pestañí.

Ya en el paroxismo de la fiebre, babeo disfrutando del cambio legislativo que experimentarán en sus carnes, la aplicación de un novedoso tipo de condena penal: la Prisión Permanente Reembolsable, consistente en, una vez condenados al tiempo de privación de libertad que les corresponda, no volverán a pisar la calle hasta que hayan reintegrado a las arcas públicas todo lo robado, más los intereses correspondientes, aunque hayan penado su condena íntegra.

Por fin, veo abrirse una puerta en las blancas paredes acolchadas de mi habitación, entra un fornido enfermero que me conmina a ingerir un puñado de comprimidos que trae en un vasito de plástico y me da una botella de agua para suavizar el trago. No hay estratagema que valga y las pastillas discurren esófago abajo en fila india. A los pocos minutos, un suave sopor me va invadiendo y me traslada de nuevo, a mis vívidas ensoñaciones…

Sed felices.

1 Comment

  1. Marce

    13 febrero, 2018 at 10:12

    Bonito ejercicio de funambulismo para no nombrar a los que no deben ser nombrados.
    Me apunto lo de la Prisión Permanente Reembolsable, un interesante concepto a tener en cuenta