El miedo de los inmigrantes, de las desahuciadas y otros miedos

Hay millonarios que pagan a gentes ricas para que digan a la clase media que la culpa de todo la tienen los pobres.

GETAFE/Todas las banderas rotas (12/12/2018) – El día 22 de noviembre de 2018 un pesquero español, de Santa Pola, llamado Nuestra Madre Loreto, capitaneado por Pascual Durá, rescató del mar a doce inmigrantes subsaharianos que eran perseguidos por una patrullera libia. Tanto Malta como Italia –los puertos seguros más cercanos que, de acuerdo a la legislación internacional, debían acogerlos- se negaron a que desembarcaran en su territorio. También el gobierno español comunicó que no daría permiso para que entrara en aguas españolas.

Alicia V. M. era una mujer de 65 años que el día 26 de noviembre pasado iba a ser desahuciada por tener varios meses del alquiler impagados. Cuando la comisión judicial, acompañada de varios miembros de la Policía Municipal de Madrid, llamó a su puerta, ella, en lugar de abrirla, se tiró por la ventana y murió.

Dos hechos, los enunciados más arriba, que más de uno pensará, al verlos expuestos fría y escuetamente, casi con asepsia clínica, que no tienen conexión y, por lo tanto, no viene a cuento tratarlos conjuntamente. Mi opinión al respecto es contraria, yo sí veo puntos en común entre ambos. Explicaré por qué.

Europa se ha blindado, se ha llenado de muros, dice que no puede aceptar la llegada masiva de inmigrantes, que no hay sitio para tantos. Por eso cuenta ya con quince muros que suman, entre todos ellos, unos mil kilómetros. Austria, Bulgaria, Eslovenia, España, Estonia, Grecia, Hungría, Letonia, Lituania y Reino Unido cuentan con sistemas físicos o virtuales de contención. Y aún hay quien considera que hay que hacer más muros, más altos, más inexpugnables. ¿Para defenderse de quién? De personas consideradas “amenaza exterior”, criminales, gentes que vienen a robarnos, no ya nuestros bienes, también nuestro trabajo, nuestras costumbres, nuestra cultura, nuestro modo de vida.

Eso es lo que repiten ciertos políticos y medios de comunicación de la derecha sin demostrar con datos sus afirmaciones; lo terrible es que, aún sin decir esas mismas cosas, otros partidos, que no se consideran de derechas, actúan de la misma manera.

Mientras tanto, unos pescadores interpelados por la realidad concreta –unos seres humanos en riesgo de ahogarse o de ser llevados a Libia donde serán maltratados-, actúan sin planteamientos políticos, urgidos solamente por la ley del mar y la solidaridad, los suben a bordo de su barco a pesar de que en él –aquí sí que es verdad- no hay sitio ni medios suficientes para los inmigrantes y la tripulación. Y ese barco es territorio europeo y español.

Alicia, la señora de 65 años que se suicidó tirándose a la calle desde el quinto piso donde vivía, mantenía una doble vida. Sus vecinos la tenían por una persona educada, elegante, que salía con sus amigas por las tardes, estaban convencidos de que no tenía problemas económicos, no sabían que estaba amenazada por el desahucio, eso se lo guardaba para ella sola. Podemos deducir que pretendía mantener una apariencia de normalidad, que no quería renunciar a lo que quizá pensaba que, una vez perdido casi todo, era lo último que le quedaba: su dignidad.

Actualmente son más los desahucios por impago del alquiler que por las hipotecas; la PAH sostiene que la Policía Municipal madrileña atiende cada día a unas 16 comisiones judiciales que ejecutan desahucios. Por otra parte, el procedimiento de desahucio por impago de alquileres es más sencillo y, por tanto, mucho más rápido que el que se deriva del impago de hipotecas, por eso crecieron en el segundo trimestre de 2018 un 6,1%.

¿Dónde está la conexión que para mí, indudablemente, existe entre ambos asuntos? En el miedo.

Los inmigrantes rescatados por el Nuestra Madre Loreto temían al hambre, a la miseria, a la guerra, a la opresión de las que huían. Alicia V. M. tenía también miedo al hambre y a la pobreza pero, sobre todo, tenía miedo a que sus vecinos conocieran su situación y, en consecuencia, perdiera su dignidad.

Hay más miedos. También tienen miedo las personas que, en Europa, creen que no deben entrar más inmigrantes, pero es un miedo diferente al de los que se lanzan al mar y son rescatados o mueren en el intento, y es un miedo distinto al que tenía Alicia y tantos como ella. Porque este es un miedo inducido, provocado por intereses no confesados, basado más en la ideología que en la realidad; la derecha política, económica y mediática aprovecha las crisis económicas para difundir la narrativa del miedo que se apoya en sentimientos muy legítimos como son la protección de la propia familia, la defensa de la identidad o la conservación del modo de vida conseguido con esfuerzo. A partir de ahí, señalan a los inmigrantes y refugiados como la causa, prácticamente exclusiva, de todos los males, como potenciales amenazas para el equilibrio social presente y para el bienestar futuro del país y es de esta manera como se van creando en el imaginario colectivo muros mentales para que, más pronto que tarde, esas personas engañadas y manipuladas pasen a exigir los muros físicos.

Finalmente, hay otro miedo: el de los políticos que tienen un horizonte limitado por las siguientes elecciones y temen perderlas si hacen o dejan de hacer determinadas cosas. Es muy raro encontrar actualmente dirigentes que planteen proyectos políticos de largo plazo, que propongan acciones que les pongan en riesgo de que disminuya el apoyo popular que se traduce en número de votos. La mayoría de los políticos viven con una permanente sensación de inseguridad, pendientes de las encuestas, con miedo de que cualquier cosa que digan o hagan provoque la bajada de un punto o sitúe a su partido por detrás de su antagonista.

De todo esto nace eso tan de moda que es el populismo de los que todos acusan al otro y que consiste, básicamente, en decir a la gente lo que quiere o le gusta oír, y, sobre todo, en ofrecer soluciones simples a problemas complejos utilizando para ambas cuestiones la mentira: si tienes apuros económicos, si tu hijo no encuentra trabajo, si la pensión no te permite vivir dignamente…, la culpa no es de la economía ultraliberal que ha montado el sistema para que los que más ganan ganen cada vez más; no es porque el dinero se ha concentrado en muy pocas manos y no se distribuye con justicia; no son culpables los bancos, ni las corporaciones multinacionales, ni la economía especulativa que, sin producir absolutamente nada, permite que un inversor gane en segundos lo que ningún trabajador podría ganar en toda su vida; no son los fondos buitre que compran cientos o miles de pisos, doblan el precio del alquiler y expulsan a los inquilinos que no pueden pagarlo… Los únicos culpables, dicen, son los inmigrantes que vienen a invadirnos, a robarnos, a quitarnos el trabajo y a obligarnos a vestir chilaba y rezar a Mahoma. Mentiras, mentiras, mentiras.

Por fortuna aún tenemos la oportunidad de tomar ejemplo de muchas personas que, como Pascual y sus compañeros del Nuestra Madre Loreto, nos dan lecciones de solidaridad. Y podemos aprender de Alicia y otros como ella a vivir y morir con dignidad. Ellos pueden ayudarnos a perder todos los miedos.