La comedia ha de acabar

Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse.
Maquiavelo

GETAFE/Todas las banderas rotas (11/09/2019) – Dos titulares del mismo periódico el día después de la primera reunión de los «negociadores»: «PSOE asegura que está «todo listo» para arrancar la legislatura y solo falta Podemos, que tiene una ‘posición inamovible'»; «Podemos asegura que constató que el PSOE ‘no tiene voluntad de negociar'».

Esto es la profecía autocumplida, la constatación de cual era realmente el objetivo del «relato»: ambos protagonistas de la comedia tenían como prioridad culpar al otro del resultado de la (no) negociación, siempre que fuera negativo, claro, porque en caso contrario se adjudicarían el éxito.

Cualquiera de nosotros puede confirmar que la gente que le rodea, los parientes, los amigos, los conocidos con los que se encuentra, está cabreada, decepcionada, indignada, hastiada… Lo que piensan de los políticos es que no merecen el sueldo que cobran y, por mucho que sea injusto porque no todos los políticos son iguales, es totalmente comprensible. Y cada vez que sale el tema de la probable o posible repetición de elecciones el cabreo adquiere caracteres olímpicos. Esto lleva a muchos a anunciar una decisión que, en mi opinión, es absolutamente destructiva para cualquier sistema democrático: si se celebran esas elecciones no irán a votar. Digo que es destructiva para la democracia y, por tanto, yo no la comparto pero, en el contexto en que esa decisión se produce, es explicable y comprensible por lo que los responsables de esta situación deberían meditar mucho y muy seriamente sobre este punto porque son los culpables de esa posible destrucción; lo que sería insoportable es que también entonces culparan a los ciudadanos abstencionistas.

De lo anterior se deduce que lo que está en juego es mucho más que una investidura o un gobierno, lo que nos estamos jugando es la estabilidad democrática, la democracia misma; por eso es necesario que los actuales responsables políticos, como digo más arriba, mediten muy bien sobre las consecuencias de lo que están haciendo. Pero este es un asunto que requiere un tratamiento y un análisis que no cabe aquí.

Sostengo que las dos partes tienen una cuota de razón en las posiciones que mantienen y, por eso mismo, una parte de sinrazón. Ir a elecciones en noviembre está en manos de Podemos, como lo estuvo en 2016 y en el pasado mes de julio, porque puede permitir o impedir la investidura con su voto, pero el PSOE tiene la enorme responsabilidad de hacer todo lo posible para conseguir el voto favorable de Podemos; es decir, que ambos deben trabajar honestamente para superar la mutua desconfianza –que tiene mucho de ego personal entre machos alfa- y dedicarse a examinar los puntos de acuerdo, estudiar cómo superar los desacuerdos y ofrecernos a los ciudadanos un pacto ponderado y razonable que haga posible, no una investidura solamente, sino un gobierno progresista, estable y duradero.

Hay quien opina que eso no sería suficiente, que los votantes que en las pasadas elecciones confiaron en PSOE y Podemos podrían sentirse defraudados y acusarían a ambos partidos del incumplimiento de sus promesas. Pero aquí nos topamos con la tozuda realidad política que nos irá diciendo, en cada momento, lo que es posible cumplir y lo que no, partiendo del hecho cierto de que el partido (o partidos) que estén en el gobierno no tendrán la mayoría absoluta, lo que, guste o no, obligará a pactar y acordar con otras fuerzas para sacar adelante sus propuestas, es decir, será necesario ceder, transigir, hacer concesiones; quien pretenda otra cosa, quien piense que por estar o no estar en el gobierno no va a ocurrir eso sino que va a sacar adelante todas sus propuestas, está en la inopia o nos miente conscientemente.

Por tanto, no se trata del papel que cada uno de los partidos ha de jugar en la gobernanza –tampoco en la votación de investidura que es algo puramente instrumental-, sino la cuota que cada uno habrá de ceder sin que ello suponga traicionar a sus electores. Por eso, en mi opinión, ambos partidos deberían tener muy presente que, más allá del número de votos y escaños que cada uno obtuvo en las últimas elecciones, la interpretación más consensuada que se hace de ese resultado es que los ciudadanos votaron por un gobierno progresista, de izquierdas y en el que no tuviera ninguna influencia la derecha; a partir de esa premisa, cada uno ha de valorar cual es su cuota de cesión en la negociación para alcanzar ese fin. Porque tan insensato es creer que se tiene derecho a todo el poder porque se ha conseguido el primer puesto sin escaños suficientes para gobernar, como pensar que el que ha logrado el cuarto puesto con menos escaños y votos que en la elección anterior y con los que no se consigue la mayoría ha de participar obligatoriamente del poder.

Lo que se necesita ahora, por ambas partes, es menos insultos, menos asignación de culpas, menos declaraciones con vocación de titulares, menos mensajes en las redes sociales (en muchas ocasiones mentirosos e insultantes), y más discreción, humildad, generosidad, prudencia, autocrítica…

Vuelvo al principio. Ambos partidos, PSOE y Podemos, consideran que el otro es el responsable de que la negociación no avance. Ambos dicen que es el otro el que pone una línea roja y ambos, en mi opinión, tienen razón: el PSOE rechaza rotundamente la posibilidad de que Podemos forme parte del Gobierno; Podemos pone como condición inexcusable para hablar de otras cosas, acordar primero su entrada en el Consejo de Ministros. Por tanto, si es cierto que los dos partidos, como dicen, no quieren que haya repetición de elecciones, es de pura lógica en cualquier proceso de negociación que los dos deben ceder en esos puntos.

La dificultad, como ya se sabe y se ha repetido hasta la hartura, es la desconfianza que ambos tienen hacia el otro, así el PSOE fundamenta su negativa en que no puede haber dos gobiernos, o un gobierno dentro de otro, o dos líderes dirigiendo cada uno una parte de ese gobierno, porque ningún gobierno podría funcionar así y ningún jefe de gobierno lo aceptaría, tampoco Pablo Iglesias Turrión. Por su parte, Podemos ha expresado dos argumentos para justificar su exigencia: uno, que, como no se fía de que el PSOE cumpla sus promesas o acuerdos, debe estar dentro para controlar el cumplimiento; y, otro, que, sólo estando en el Consejo de Ministros, podrá hacer que se cumpla «su programa».

¿Cómo resolver esta disyuntiva? Como ya se ha dicho y todo el mundo sabe sin haber hecho un máster en negociación, ambas partes han de ceder si quieren alcanzar el mismo objetivo. Así que el PSOE debería aceptar la formación de un gobierno de coalición y Podemos se debería comprometer –para hacer posible que ese gobierno funcionara- a olvidar su idea de controlar al gobierno desde dentro –eso lo hace la oposición desde el Parlamento- y a aceptar que el gobierno así formado solo tiene un programa que, lógicamente, debería ser acordado previamente con aportaciones de ambos partidos.

¿Qué esa solución no es fácil? Ninguna lo es, pero esta es factible; lo que es necesario, como punto de partida, es que sea verdad que los dos partidos –los dosquieren construir una legislatura dirigida por un gobierno de izquierdas, que sea cierto que ninguno de los dos quiere que haya otras elecciones.

Ha llegado el tiempo de acabar con la representación, echar el telón y ponerse a trabajar para resolver los problemas de los españoles y ganarse el sueldo. Porque después de la ilusión surgida por el resultado de las pasadas elecciones, el problema estriba en quien y como gestionará la enorme frustración provocada por el fracaso; esa es la extraordinaria responsabilidad que adquieren los protagonistas de esta función y sobre cuyo cumplimiento habrán de dar cuenta antes o después… pero no sé si son conscientes de ello.