Mandela: la voz de la ética del ubuntu

A Debate

Mandela fue la personificación de la regla ética africana del ubuntu. El concepto de ubuntu sentó las bases para la creación de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación sudafricana y su traducción más aproximada es: yo soy porque nosotros somos. La épica que se desprende de Mandela nace de la elección de una posición moral que desafía el establishment de una época y en su recuerdo, persiste la denuncia y la respuesta frente a la injusticia. La clave reside en intentar comprender esa respuesta que se muestra alejada del odio y de la venganza, que se nutre del compartir, de la empatía y del saber que la libertad del otro -en su extrañeza- se comunica con la mía. En su recuerdo afloran los tiempos en que el despliegue del ubuntu, como modo de ser en la vida y praxis política, venció al apartheid.

Aprender del daño es uno de los legados del siglo XX y en ese aprendizaje complejo de la barbarie, la historia de Sudáfrica y la vida de Mandela son imprescindibles. Sin embargo, es cierto que nos hace falta algo más que su autobiografía y la visita a Robben Island (la isla que fue su cárcel, la isla de los años oscuros y también, la isla en la que florece la esperanza) para comprender el apartheid. En la elaboración de la experiencia del daño se hace necesaria la literatura, el cine, la música, el derecho, la historia y quizá, también, el deporte. No sólo el recuerdo de una vida -aunque sea apasionante- logra ajustar las cuentas con el pasado.

Por ejemplo, las novelas y la poesía complementan el estudio de aquel sistema de segregación racial que duró demasiadas décadas. Los libros de los premios Nobel sudafricanos Nadine Gordimer y Coetzee, entre la confianza en la mejora de los tiempos y el exilio voluntario en la era post-apartheid, y los versos de Antjie Krog, nacidos de la voz femenina de un Paul Celan del África negra, permiten empezar a entender lo injustificable. Documentos que se nos revelan vehículos para pensar los límites del perdón, medios de comprensión de las dificultades de poder nombrar en la lengua de los afrikáneres la tortura, intentos -a veces fallidos- de tomar consciencia de las fracturas del lenguaje ante el dolor de los demás. Todos ellos escritos útiles para no minusvalorar los conflictos que nacen de las formas de reconciliación.

No obstante, a pesar de que la memoria sea multidireccional y acoja diversas dimensiones, el ejemplo de un ser excepcional ayuda en el intento de extraer una lección moral de la historia. Las publicaciones interpretando la vida de Mandela han sido inabarcables a lo largo de estos días y en ellas se descubre la formulación de un interrogante: ¿cuáles son los motivos de la admiración ideológicamente transversal a su figura?

Autores como Slavoj Zizek (teórico social cuyo pensamiento puede enmarcarse en la tradición marxista) responden que junto a su grandeza moral hay que situar su aceptación del orden mundial basado en el capitalismo. Y en paralelo, pero para glorificar sus posiciones políticas, Klaus Schwab (fundador del Foro Económico Mundial con sede en Davos) manifiesta que su contribución a la expansión de la libertades tuvo entre sus bases la confianza en la liberalización económica.

De lo que no cabe duda, más allá de que su pensamiento socialista precisase de reformulaciones, es que se ha marchado uno de los hombres que más ha inspirado a la humanidad en los últimos decenios. En estos días de banderas a media asta, las lagrimas parecen no tener adscripciones ideológicas y como dice el proverbio africano: «hay cosas que sólo se ven después de haber llorado». Quisiera pensar que el duelo del mundo por Mandela es el homenaje que rinde la condición humana a la palabra dignidad.

Alfredo Kramarz,
Investigador en el Área de Filosofía de la Universidad Carlos III de Madrid
y subdirector del CM Fernando de los Ríos.

Redacción Getafe Capital