Pedro Cid: Un sacerdote sencillo

Después de la tormenta mediática que se origina cuando una persona buena se va, para no volver, se intenta buscar la calma, la quietud y el sosiego. Se desea retornar a la normalidad cotidiana con el que se fue, pero esta vez, desde su ausencia. Y se vuelve a caminar, otra vez,  con sus recuerdos y con la experiencia compartida en multitud de paseos anteriores.

Pedro Cid ya descansa en ese sueño eterno que, aunque no deseado, creo que lo tenía preparado con la tranquilidad de quien sabe que la muerte es un apéndice más de la vida.

Quizá, puede que este viaje, sin retorno, le haya cogido un poco de forma sorpresiva, por lo inesperado. Y hasta le haya robado un tiempo con el que todavía contaba, para seguir huyendo,  conscientemente, de un merecido retiro casi monacal, al que no le apetecía llegar.

Lo cierto es que, al final, se ha ido sin ruidos ni estridencias desde su retiro salmantino, convencido y satisfecho  de  haber dejado escrita su historia y su forma de  vida en muchos corazones de creyentes y no creyentes, sobre todo en ese territorio tan especial como es La Alhóndiga.

La Alhóndiga, ese inmenso claustro pegado a la Iglesia de Fátima, lleno de capiteles de diferentes culturas y mosaicos humanos de todo tipo, sigue evocando a Pedro para continuar reflexionado, con él, sobre la sencillez y la dificultad, a la vez, de lo cotidiano. Sobre las relaciones entre los seres humanos, más complicadas que felices. Sobre un montón de cosas.

Y en medio,  continúa quedando  su figura de sacerdote sencillo, sobre todo, aunque mezclada con un toque de “bonvivant”, irreverente, educador, dandi, esperanzador… que seguía sufriendo por los que siempre sufren.

Me quedo, simplemente, con su ejemplo de vida, sin más. Sin necesidad de subirle a ningún pedestal. Tampoco se dejaría.

Se nos fue, tapado a cal y canto, sin posibilidad de verle. Como pensado a propósito para que nos quedásemos con la imagen de su vida y no la tristeza de su traicionera muerte.

Ciertamente le voy a echar de menos cada domingo, en ese café matinal, después de su misa de 9.

 

Redacción Getafe Capital