Pintadas y fraternidad

Vamos a echar nuevas raíces
por campos y veredas, para poder andar
tiempos que traigan en su entraña
esa gran utopía que es la fraternidad.

José Antonio Labordeta

GETAFE/Todas las banderas rotas (27/12/2017) – En una pared de mi barrio apareció recientemente la siguiente pintada:

“Víctor Laínez era nazi que no te engañen”.

Al verla me he sentido primero desasosegado, después molesto y, finalmente, cabreado. Todo ello por formar parte de la misma raza humana que el autor de la pintada. Y me han surgido preguntas: ¿Qué quiere decirnos realmente? ¿Que está justificado matar a un nazi? ¿Que quien le ha matado merece, no solo la absolución, sino el aplauso? ¿Que algunas personas, debido a su ideología (por supuesto, siempre que sea una ideología contraria a la propia), pueden/deben ser eliminadas? Realmente, quien ha escrito esa frase ¿es un ser humano, es decir, un ser dotado de la capacidad de pensar, razonar, sentir y conmoverse?

Otra pintada que vi hace unos días rezaba: “No al 155. Por las libertades”. Y pensé: puesto que tiene la posibilidad de expresarse así, si es libre de escribir eso en una pared que no es suya, ¿a qué libertades se refiere? Me parece que sólo a las suyas, concretamente a la de utilizar una pared que no es de su propiedad para lanzar su mensaje. Porque en este país hubo otra época en que hacer eso, si la policía te pillaba, tenía un coste que se pagaba mediante golpes, quizá tortura y tiempo de cárcel; ahora no le costará nada, el gasto y el trabajo de borrar lo escrito ha corrido a cargo de los servicios municipales de limpieza, es decir, lo hemos pagado entre todos los vecinos a los que no se nos preguntó si estábamos de acuerdo o no en hacer la pintada en esa pared. Es decir, habla de libertad pero nos la quita a todos los demás entre los que, es seguro, que habrá muchos que no piensen como él.

La primera pintada incitaba a pensar que hay razones para matar a quien no piense como uno mismo. La segunda, mata la libertad de los que no piensen igual que quien hace la pintada.

Ambas, probablemente, han sido hechas por personas que se consideran a sí mismas de izquierdas. Yo he de decir, rotundamente, que no, que no es de izquierdas quien incita a matar personas por la razón que sea, no es de izquierdas quien no respeta la libertad de los demás aunque no nos guste lo que diga o haga. Sólo deben perseguirse (¡y no con la muerte, claro!) los actos que supongan daño para otros, nunca el pensamiento o la palabra.

Si quien escribió la frase relativa a Víctor Laínez tuviera capacidad de pensar, cosa que pongo seriamente en duda, con muy poco esfuerzo se daría cuenta de que se está comportando igual que se comportaban los nazis a los que odia: ellos creían firmemente que era bueno eliminar a judíos, gitanos, homosexuales, etc., porque los consideraban nocivos para la sociedad que ellos querían construir, es decir, exactamente lo mismo que piensa el que justifica que está bien matar nazis. Por tanto, no es mejor que ellos, está a su altura.

Yo no sé si Víctor Laínez era nazi o no, pero no me importa. Aquí viene muy a cuento recordar aquello que debería definir a todo demócrata y que se atribuye a Voltaire: «Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo». Porque no es posible que exista una sociedad civilizada y libre que someta a cualquiera de sus miembros al miedo; a la sensación o, incluso, a la certeza de que su manera de pensar o de expresarse le pone en riesgo de ser rechazado, excluido o, lo que es peor, de ser eliminado. Porque lo que nos hace humanos es la fraternidad y la solidaridad entre nosotros, la conciencia de que formamos parte de la misma familia que, desde la noche de los tiempos, camina con el único objetivo de progresar, de hacer que todos y cada uno de sus miembros puedan tener una vida digna y plena en libertad e igualdad. Porque, como decía un muy buen amigo que falleció hace tiempo, no nos salvaremos (sea lo que sea lo que cada cual entienda por salvación) en taxi, sólo nos salvaremos en autobús.

Nos indignamos, nos quejamos, protestamos, culpamos al Gobierno, a los políticos, a los partidos, de lo que pasa y de lo que nos pasa. Y no nos falta razón; pero no tenemos toda la razón. Debemos reflexionar sobre la cuota de responsabilidad que nos corresponde a cada uno de nosotros como seres sociales, como miembros de la sociedad a la que pertenecemos, a la que nos debemos y que, a través del tiempo, vamos conformando entre todos con nuestras palabras, con nuestras ideas y con nuestros comportamientos.

Aun a riesgo de que (aprovechando que la Academia acaba de aprobar la inclusión de esa palabra en el DRAE) se nos acuse de buenismo, algunos pensamos que ser de izquierdas es sentirse interpelados y reaccionar ante cualquier manifestación de inhumanidad de la única forma posible: reivindicando para todos la libertad, la igualdad y, sobre todo, la fraternidad que es lo que, realmente, nos hace humanos.