El lobo ya está aquí. ¿Y ahora, qué?

Es nuestro deber desenmascarar al fascismo y apuntarle con el índice a cada una de sus formas nuevas, todos los días, en todos los rincones del mundo.
Umberto Eco

GETAFE/Todas las banderas rotas (09/01/2019) – Muchos pensaban que España estaba inmunizada, que después de cuarenta años de dictadura no íbamos a permitir que lo que les estaba ocurriendo a otros nos pasara a nosotros, esto es, que la ultraderecha llegara a ocupar un lugar en nuestras instituciones políticas. También los hay convencidos de que, puesto que tenemos la posibilidad de votar cada cuatro años, los ciudadanos ya no tienen más que hacer, que son los políticos los responsables –cuando no culpables- de todo lo que ocurre (“¡piove, porco governo!”). Los que piensan así son los que creen que introducir la papeleta en la urna cuando toca es la prueba de que viven en democracia y, de paso, les exime de asumir cualquier responsabilidad en los asuntos de la política; eso sí, se quejan con mucha virulencia de lo mal que están las cosas y no caen en la cuenta de que si no estamos todos vigilantes corremos el riesgo de que nos quiten esa democracia tan mala, tan imperfecta, tan necesitada de salvadores…

Olvidan que durante el franquismo también se celebraban elecciones de cuando en cuando como, de hecho, ocurre en casi todas las dictaduras que, de esa manera, se blanquean y sus dirigentes pretenden adquirir apariencia de demócratas. Y quizá no son conscientes de que la libertad de voto no evita en modo alguno que lleguen al poder ideologías de todo signo, incluso las que están en contra de la propia democracia y tienen por objetivo acabar con ella; el lobo ha entrado en el poblado muchas veces, la historia nos ha dado suficientes lecciones en ese sentido.

Es archiconocida la frase “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Pero hace poco leí otra que me pareció muy adecuada para la situación que vivimos: “La historia brinda lecciones que solo ignoran los necios”. Pues tendremos que llamar necios a los dirigentes del PSOE que piensan que hay que contemporizar con la derecha, que confían en que siempre que llueve escampa y esta tormenta pasará y que la mejor manera de esperar que pase es guarecerse, no sacar la cabeza, conformarse con establecer algunas medidas más o menos llamativas que no supongan cambios demasiado drásticos, porque, en fin, lo que importa son las siguientes elecciones y, por tanto, actúan pensando exclusivamente en conseguir/recuperar entonces el poder o permanecer en él. ¿Qué hacen Susana Díaz, Emilio García-Page o Manuel Lambán poniendo palos en las ruedas del Gobierno?

Igualmente consideraremos necios a los dirigentes de Podemos e IU porque parecen dispuestos a seguir con sus peleas internas (tan propias de la izquierda, por otra parte) hasta que consigan que la derecha ¡y la ultraderecha! recuperen el gobierno de la ciudad de Madrid y otros gobiernos, incluso el de la nación.

También deberíamos llamar necios a ERC y otros partidos catalanes de izquierda si siguen ensimismados en su delirio nacionalista de barretina y estelada, enfrentado al nacionalismo castellano de pandereta, autoritarismo y rojigualda mientras la situación económica y social de los catalanes no mejora ni un ápice y amenazan con que ocurra lo mismo en el resto de España al no facilitar la aprobación de los presupuestos.

Otra vez he de insistir en que hay que ir a las causas, hemos de preguntarnos si no ha sido la incomparecencia y la desidia, no ya de las izquierdas, sino de los demócratas todos, lo que ha traído al lobo; hemos de comparecer en la escena hablando más de lo nuestro y menos de lo suyo: cuando la derechona alardee de patria, hablemos nosotros de la precariedad en que están muchos de los que la habitan; si ellos hablan de “ideología de género”, hablemos nosotros de derechos humanos y de igualdad; cuando ellos hablen del número de inmigrantes “que nos invaden y nos roban”, hablemos nosotros de solidaridad, evasión de impuestos y fraternidad…

Sigo hablando de las causas: los dirigentes políticos de izquierda se quejan de la desafección ciudadana respecto a la política sin querer reconocer que, en buena medida, está provocada por muchos años de fomentar lo que escribo al comienzo de este artículo: lo que hay que hacer es ir a votar, con eso ya es suficiente. A mí me recuerda aquello de: «Haga usted como yo, que no me meto en política», que dicen que le dijo Franco a Sabino Alonso Fueyo, director del diario falangista Arriba. Los responsables políticos deberían reflexionar sobre las formas de participación política realmente existentes a todos los niveles, sobre las verdaderas razones que subyacen en el hecho, no ya del alto nivel de abstención en las elecciones que tanto dicen que les preocupa, sino en el bajísimo nivel de afiliación a los partidos políticos y, dentro de estos, por qué son tan pocos los militantes que contribuyen a su funcionamiento con su trabajo, esfuerzo y participación, no simplemente con el pago de la cuota y enarbolando las banderas en los mítines. Deberían plantearse también si ofrecen a sus militantes la formación política necesaria para que comprendan los movimientos económicos y políticos que se dan, tanto a nivel mundial, como europeo, nacional o local, para que sean capaces de formarse una opinión sobre cada situación o hecho político, y, gracias a la adquisición de ese conocimiento, estén en condiciones de enfrentarse a cualquier lobo que se acerque a su puerta.

Porque Umberto Eco nos advertía ya en 1995: “Sería muy cómodo para nosotros que alguien se asomara al mundo y dijera: ‘¡Quiero volver a abrir Auschwitz, quiero que las camisas negras vuelvan a desfilar solemnemente por las plazas italianas!’. Por desgracia, la vida no es tan fácil, [el fascismo] está a nuestro alrededor, a veces vestido de paisano”. Por eso digo que los partidos que tengan como objetivo construir una sociedad justa y solidaria, distinta a la egoísta, inhumana y criminal que nos están imponiendo, deben esforzarse en mirar al horizonte, más allá de los cuatro años electorales, hacer que sus afiliados se formen políticamente y contar con ellos para proponer un nuevo proyecto económico, político y social que sirva para varias generaciones, aunque eso exija a sus responsables cambiar de mentalidad, abandonar las viejas formas anquilosadas de funcionamiento y abrirse al debate, al cuestionamiento y a la crítica. Claro que, lógicamente, los dirigentes que no quieran o no puedan aceptar ese reto deberán irse a casa.

Igualmente, también muchos ciudadanos, esos que piensan que la política no va con ellos y que ya pagan a los políticos para que les resuelvan los problemas, deberían replantearse su actitud. Solo mediante la participación exigente encontrarán solución a los problemas que les oprimen y contribuirán a alcanzar esa sociedad soñada. Pero habrá muchos que se pregunten: ¿cómo se puede hacer eso? Evidentemente, no de manera aislada, ya está comprobado que no es posible hacerlo como un moderno Quijote, no será en taxi, sino en autobús.

Hay en España decenas de miles de personas que luchan por cambiar esta sociedad encuadradas o no en organizaciones diversas –ecologistas, de lucha contra la pobreza, de cooperación internacional, etc.-, porque consideran que los partidos políticos no son la solución sino parte del problema. Creo que se equivocan porque, con todos sus defectos –que son muchos y graves-, los partidos políticos son la única herramienta con la que se puede actuar en el sentido que esas personas quieren; pero, para que esa herramienta funcione bien, es absolutamente preciso cambiar los objetivos y las formas de actuar de los partidos tanto hacia dentro como hacia afuera.

Por eso a veces me he preguntado qué ocurriría si todos aquellos que describo en el párrafo anterior, los miles o cientos de miles que están comprometidos de una u otra forma con ideales comunitarios, invadieran los partidos y se afiliara cada cual al que considere que responde mejor a su forma de pensar… Quiero creer que se daría una auténtica revolución en el sentido que propone Timothy Snyder en “Sobre la tiranía”: “Las instituciones son las que nos ayudan a preservar nuestra decencia. Necesitan también nuestra ayuda (…) No se protegen solas. Caerá una detrás de otra salvo que cada una sea defendida desde el principio. Así que elige una institución que te importe -un partido, un periódico, un sindicato- y ponte de su parte”.

Por tanto, ¿ahora qué? Ahora que el lobo ya está entre nosotros, hemos de luchar todos los demócratas, unidos, para que la sociedad no se convierta en una selva donde solo sobreviva el más fuerte.