GETAFE/Tribuna con acento (31/05/2021) – Llevo días escuchando lo que, sobre la libertad, opina la presidenta de la Comunidad de Madrid y ello me ha traído algunos recuerdos.
Hace aproximadamente 50 años hice un trabajo sobre la libertad con jóvenes (chicos y chicas) de 12, 13 años en el que se les preguntaba qué era para ellos ser libres y si se sentían libres. La respuesta más inmediata y repetida fue “poder hacer lo que nos dé la gana”, seguidas de poder salir, llegar a casa cuando queramos, ir a discotecas, entrar a un bar y tomarnos una cerveza… lo mismo que dice la presidenta hoy. Respecto a si se sentían libres la respuesta unánime era: no.
Doce o catorce años más tarde tuve la oportunidad de volver a reunirme con ellos y repetir las mismas o parecidas preguntas. Me llamó poderosamente la atención que entre las respuestas no figurase ninguna de “poder hacer lo que nos dé la gana”. El resto de respuestas que un día dieron ni fueron mencionadas.
Unos habían pasado por la universidad y otros no. Todos trabajaban. Les pregunté sobre si habían podido elegir carrera o trabajo, si donde prestaban sus servicios se les tenía en cuenta, si podían manifestar sus opiniones, si se sentían respetados como personas, si sus derechos fundamentales se tenían encuesta, si podían vivir de acuerdo a sus valores y principios… Las respuestas, por regla general, fueron bastante negativas. Estaban de acuerdo en que se tardaría tiempo en conseguir una libertad seriamente considerada.
Mis conclusiones respecto a este segundo encuentro fueron:
Que aquellos jóvenes de entonces, aunque todavía lo seguían siendo, habían madurado de manera notable y como consecuencia su concepción de la libertad había cambiado. Su posicionamiento respecto a la libertad, seriamente considerada no tenía nada que ver con la opinión de adolescentes. Me alegré de haber participado en su educación.
Que la libertad la veían, acertadamente, como algo utópico, que lo realmente apasionante del proceso que conduce a crecer en libertad, es el camino a recorre, si se saben detectar y sortear los obstáculos. Esto me llevó a una cita de Spinoza: “Los hombres se equivocaron al creerse libres, opinión que obedece al solo hecho de que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las cosas que las determinan”.
Que se sentían libres cuando eran capaces de vivir de acuerdo a sus valores/principios (elegidos por ellos mismos para dirigir sus vidas) y se respetaban sus derechos como personas.
Que tenían claro que la libertad no se regala; que se tiene que ejercer y conquistar. Hegel nos los recuerda: “El hombre que no es capaz de luchar por su libertad no es un hombre, es un siervo”. Otros en esta misma línea nos dicen: “El pueblo que es capaz de vender su libertad por una pretendida seguridad es una vergüenza de pueblo”.
Tras el recuerdo no he tenido más remedio que comparar lo dicho por aquellos jóvenes hace tantos años y las palabras recientes que sobre la libertad nos ha dedicado nuestra presidenta y que me han llevado a concluir que esta mujer está todavía en plena adolescencia y debería madurar con carácter de urgencia. Alguien serio y maduro debería ayudarle a salir del infantilismo que le atenaza.
Si las palabras de la presidenta me llevaron a un pasado remoto, la reacción del público que la escucha y que pude ver a través de la tele me dejaron realmente triste: contemplé cómo un colectivo importante, enfervorecido, eufórico, aplaudía sus palabras y gritaba: ¡Libertad! ¡Libertad!
Ante tal espectáculo, no tuve más remedio que preguntarme: ¿Es esta la libertad a la que aspira este pueblo? ¿Es esta la libertad soñada por la que tantas personas dieron sus vidas? ¿De haber recibido una verdadera educación que hubiese tenido como objetivo la autonomía de las personas, el pensamiento propio, esto se hubiera producido?¿Esta situación se hubiese dado? Sinceramente creo que no.
Nunca la cuestión por la libertad había rayado a tan bajo nivel. Pensé también que podrían tener razón los que dicen que somos como nos han hecho, como han querido que seamos, como les ha interesado que seamos, tratado de convertirnos en seres sumisos, obedientes, temerosos y sobre todo, fácilmente manipulables. Con pan y circo este pueblo se alimenta. Cierto es que el circo está en plena euforia, pero son cada vez más a los que no les llega el pan, y eso puede ser peligroso. ¿Habrá alguien que se apiade de este pueblo?