La solución final

GETAFE/Todas las banderas rotas (21/05/2025) – En 2023 publiqué un artículo que comenzaba así: “Cuando se cumple un mes del criminal ataque de Hamás sobre población civil israelí indefensa, vuelvo a escribir sobrecogido, apenado e indignado por las imágenes de muerte y destrucción que vemos en la televisión”.

Sobrecogido, apenado, indignado… Palabras, solo palabras, que entonces no eran suficientemente expresivas de lo que estaba pasando. ¿Que podríamos decir hoy cuando la barbarie que en esos días se estaba produciendo se ha elevado a la enésima potencia? Siguen cayendo bombas día y noche, diariamente se producen 50, 100, 200 muertes entre la población civil, el ejército israelí destruye sistemáticamente viviendas, escuelas, hospitales, refugios…, con más crueldad que en 2023. Incluso están bombardeando ruinas para dejar el terreno limpio de cualquier construcción que recuerde a los seres humanos que allí vivieron.

Y a todo eso se añade que, desde hace cerca de 100 días, el gobierno genocida de Israel no permite que entre en la Franja comida, agua, medicamentos, combustible… Ahora, como resultado de eso, lo que estamos viendo en la televisión es que adultos y niños se pelean entre ellos por los restos de cualquier alimento que puedan quedar en una olla, que la hambruna se ha instalado en Gaza y que los niños están muriendo también por desnutrición. Los cuatro jinetes del Apocalipsis están cabalgando a lo largo y ancho de Palestina.

No entiendo cómo puede haber seres humanos que siguen apoyando a Israel en esta guerra de exterminio, en este genocidio; hay personas que dicen que a los judíos les hicieron sufrir mucho en el pasado, pero eso, siendo verdad, no puede justificar la atroz venganza que diariamente estamos viendo. Y lo que de ninguna manera se puede entender es que haya dirigentes políticos, a los que hay que suponer conocimiento de la realidad y de la historia, que apoyan el genocidio israelí sobre los palestinos en base a un supuesto derecho de defensa. Por ejemplo, las manifestaciones de Martínez Almeida y de Díaz Ayuso justificando el genocidio pero sin permitir que se llame así a la matanza que está perpetrando Israel. No  podemos ni debemos aceptar que personas a las que se supone civilizadas y cultas defiendan el ojo por ojo como método para resolver los conflictos. Lo que la historia nos ha enseñado no avala esa tesis.

Hagamos un poco de historia

Al menos desde el siglo XX a. de C., ocho siglos antes de que empezaran a llegar las primeras tribus judías, los palestinos ya estaban en Palestina, y mucho antes de que los ingleses, a comienzos del siglo XX, plantearan la “cuestión palestina” como cobertura para poner en marcha su proyecto sionista de creación del Estado de Israel. Y fue avanzado el siglo XX cuando los nazis alcanzaron el poder en Alemania y pusieron en marcha la “solución final” para acabar con la “cuestión judía”. Cuando Trump propone trasladar a los palestinos a Libia, ¿es consciente de que hace lo mismo que los nazis que, en 1940, ya quisieron llevar a los judíos a Madagascar?

La historia se repite y se ha abierto la caja de Pandora: quien tiene poder puede utilizarlo a su antojo, sin someterse al derecho internacional, o a los organismos de control. Hay tres líderes –Trump, Putin y Netanyahu– que participan de esa idea, están convencidos de que no han de respetar el derecho internacional que, desde el fin de la segunda guerra mundial, venía sirviendo de guía para gobernar las relaciones internacionales. Trump pone en duda que deba someterse, siquiera, a la propia Constitución de su país; Putin ni se plantea que deba hacerlo; Netanyahu cede a todo lo que le pidan los más ultras de su gobierno para mantenerse en él y evitar así sus problemas judiciales.

Estamos, por tanto, en un equilibrio muy inestable que afecta a toda la estructura de las relaciones internacionales, es decir, también a Europa y a España. Lo que más nos afecta en este sentido es la política arancelaria de Trump; pero igualmente debemos considerar cosa nuestra la guerra de agresión y conquista de Rusia sobre Ucrania porque se salta todas las normas de derecho internacional que nos hemos dado para poder convivir en paz. Y debemos considerar cosa nuestra también la guerra desatada por Israel contra los palestinos porque arrasa no solo con Gaza y Cisjordania, sino también con los derechos humanos.

Cuando digo “cosa nuestra” no pienso en cada uno de los seres humanos que formamos las poblaciones de cada país; pienso en los dirigentes de todos los países que tienen poder para cambiar la situación. Este no es un asunto ideológico, porque, por encima de ideologías, tanto si uno es de derechas o de izquierdas, todos han de ser demócratas y defensores de los derechos humanos porque hemos llegado a un punto en el que todos estamos en riesgo de perder ambas cosas, y –volvemos a la historia- tenemos conocimiento sobrado de lo que ocurre cuando se llega a ese punto.

Frecuentemente se oye decir a personas sensibles, preocupadas e, incluso, angustiadas por lo que está pasando: ¿Pero qué podemos hacer nosotros? Frente a dictadores como Trump, Putin y Netanyahu, no importa si preferimos a partidos de izquierda o de derecha: solo cabe oponer el voto masivo, cuando toque, a favor de dirigentes políticos que claramente, es decir, con hechos más que con palabras, estén comprometidos con esos valores: democracia y derechos humanos. Y mandar al estercolero de la historia a los demás. Esa debería ser la solución final.

 

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