Qué frágiles somos, siendo tan poderosos.
Benjamín Prado
GETAFE/Todas las banderas rotas (02/05/2025) – En mi casa, el día del apagón, volvió la luz a eso de las once y media de la noche. Encendí el televisor para ver las noticias sobre el asunto y fui pasando por las diversas emisoras que, en su mayoría, tenían mesas de comentaristas hablando, naturalmente, de la noticia del día. Había una idea general en la mayoría de esas mesas: todos manifestaban su desconocimiento sobre la causa del apagón que había sufrido toda la península. Bueno, todos no; en Telemadrid dos o tres “periodistas” aseguraban lo que nadie más sabía: la responsabilidad, afirmaban con rotundidad, estaba en la política energética del Gobierno que cierra las centrales nucleares y privilegia a las energías alternativas; dicha política habría provocado una caída de la oferta energética porque las energías verdes, sin centrales nucleares, no son capaces de atender toda la demanda. No seguí escuchando, no fuera a ser que mi cabeza no pudiera soportar tal sobrecarga de tonterías, producto de la ignorancia supina combinada con intereses espurios.
La primera reflexión que, a partir de este dislate, se me ocurre es que no hay que darse ninguna prisa en buscar causas y culpables de un hecho tan inusual como el que ocurrió el pasado lunes, 28 de abril. La búsqueda de las causas hay que dejársela a los técnicos que han demostrado una gran profesionalidad al solucionar el incidente en menos de veinticuatro horas; y darles tiempo para ello, no exigirles que lo hagan en tiempos imposibles. En cuanto a los culpables, si es que los hay, es cosa de jueces y fiscales, en ningún caso de periodistas o aficionados con mejor o peor intención.
Segunda reflexión. Tampoco los políticos serios deberían intentar sacar tajada partidista de un asunto tan complejo, tan desconocido (también para ellos) y que ha tenido consecuencias negativas importantes para muchas personas y negocios. Por ejemplo, es inadmisible y ridículo que, apenas una hora después del inicio del incidente, una parlamentaria del PP se plantara en la puerta de la central nuclear de Almaraz para acusar al gobierno de lo que estaba pasando… aún sin saber ella misma lo que estaba pasando, pero qué más da, lo que interesa es dar leña al mono, con razón o sin ella: esto no es serio. Y Feijóo tardó solo un poco más en exigir al Gobierno que se hicieran cosas que ya se estaban haciendo; y ya de paso, venga o no a cuento pero respondiendo a los intereses que representa, reivindica la permanencia de las centrales nucleares: esto tampoco es serio ni responsable.
Cosas como esta son las que alejan a la gente de la política y de los políticos: si los que nos gobiernan o los que están llamados a gobernarnos algún día no demuestran, en casos como este, ganas de colaborar para solucionar el problema en lugar de aprovecharlo para ganar algún punto en las encuestas, es decir, si no demuestran responsabilidad de Estado, no deberían extrañarse de que cada vez más ciudadanos se abstengan de participar; no son los ciudadanos los que huyen de la política, son algunos políticos los que los expulsan.
Tercera reflexión. Vivimos en una sociedad supertecnificada, nos servimos de máquinas y artilugios diversos que nos facilitan la vida enormemente; estamos conectados sin ningún esfuerzo con cualquier parte del mundo; nuestros hospitales disponen de una tecnología sofisticada para diagnosticar enfermedades y para realizar operaciones quirúrgicas complejísimas; enviamos y recibimos dinero a y desde cualquier parte en segundos sin tocar los billetes; viajamos a toda velocidad en coche, tren, avión… Hasta que algo falla y nos quedamos tan solos y aislados como los neandertales en su gruta.
Esa reflexión anterior me ha hecho recordar –y creo que muchos habrán pensado en lo mismo durante el lunes del apagón- aquel 23 de febrero de 1981 en que vivimos toda una noche pegados a los transistores, esos aparatos que el pasado lunes se buscaban en todas las casas como la única tabla a la que aferrarse para saber qué estaba pasando, porque ni ordenadores, ni smartphones nos servían para nada.
Cuarta reflexión. La energía que precisamos, su distribución, los instrumentos y mecanismos para que llegue a nuestras casas y a las industrias y para que funcionen los servicios públicos es un bien estratégico para cualquier Estado. Por eso, las compañías que se ocupan de hacer todo esto deberían ser siempre públicas, ni los ciudadanos, ni los servicios públicos deberíamos depender de los intereses comerciales y económicos de determinadas empresas; esto es ideología dirán algunos y es cierto, pero también es pura lógica y sentido común.
Conclusiones. En unos pocos años hemos pasado por tragedias muy importantes que, aunque se circunscribieran a una zona concreta, afectaron al país entero, tanto en términos económicos como en vidas humanas: accidente de tren en Angrois el 24 de julio de 2013; en enero de 2020 la pandemia de COVID que se extendió durante muchos meses; la erupción del volcán de La Palma en setiembre de 2021; el 29 de octubre de 2024 la Dana que asoló Valencia… Si a todo esto le añadimos las guerras de Gaza y Ucrania y el vuelco que Donald Trump le ha dado al mundo y a las relaciones entre los países, que, aun sin tocar al territorio español, nos afectan de lleno, deberíamos establecer una reflexión colectiva sobre la forma de afrontar tragedias y crisis que condicionan presente y futuro de nuestra sociedad.
Porque lo cierto es que tal como van las cosas, tanto en el ámbito internacional como en el nacional, no me parece que se pueda ser optimista: hubo quien aseguró que de la COVID “saldríamos mejores”, pero nuestra sanidad pública ha empeorado muchísimo desde entonces y, además, los “antivacunas” han proliferado por todas partes hasta el punto de que el sarampión, por ejemplo, ha repuntado peligrosamente; la ultraderecha ha ido escalando hasta ocupar posiciones de poder en Estados Unidos, en Europa y en España; el negacionismo respecto al cambio climático se extiende entre los dirigentes políticos y la gente común; llegamos a creer que ya no habría más guerras en Europa y nos engañamos; la guerra de agresión de Rusia sobre Ucrania va camino de resolverse con cesiones de territorio a favor del agresor, lo que invalida un principio esencial de la convivencia internacional: la inviolabilidad de las fronteras que nunca deberían ser alteradas por medios violentos; de forma similar, Israel está cometiendo un genocidio sobre los palestinos, de forma grosera, a la vista del mundo entero, con la ayuda y beneplácito de los Estados Unidos de Trump; ante todo esto, la inoperancia de la llamada “comunidad internacional” y de sus instituciones (ONU, Corte Penal Internacional, Corte Internacional de Justicia, etc.) es evidente.
En lo que respecta a España tampoco hay motivos para esperar un clima político que mejore la convivencia: el gobierno no es todo lo trasparente que debiera ser, no propicia la comunicación, la participación y la cooperación con sus rivales políticos. Los aliados del gobierno y los partidos que están a su izquierda dedican más energía en pelear entre ellos para ocupar la mejor posición de cara a unas futuras elecciones, que a fortalecer el bloque de izquierdas frente a la derecha y la ultraderecha. El PP nunca quiso hacer una oposición responsable mediante propuestas constructivas y la búsqueda de acuerdos con el gobierno, sino que tuvo como único objetivo derribar al gobierno por cualquier medio.
Puestas así las cosas, habrá que admitir que el apagón no es solo eléctrico, sino político, social y ético.