GETAFE/Varios (26/08/2025) – Las catas de aceite de oliva se han consolidado como una práctica habitual dentro de la agenda gastronómica de muchas regiones productoras. Se trata de encuentros organizados que permiten identificar las características sensoriales de diferentes tipos, a partir de técnicas específicas de degustación. A través de estos espacios, los asistentes aprenden a reconocer atributos como el frutado, el amargor y el picor, además de identificar defectos y variaciones según la variedad de aceituna, la zona de producción o el método de extracción.
En el caso del aceite de oliva virgen extra Madrid, las catas se han convertido en una herramienta clave para acercar al consumidor a la calidad del producto regional. El objetivo principal de estas actividades es formar consumidores informados y promover un uso más consciente en la cocina diaria. Las jornadas suelen estar dirigidas tanto a profesionales del sector gastronómico como a público general, sin necesidad de contar con conocimientos previos. De hecho, muchas se desarrollan en espacios culturales, ferias del sector o incluso en almazaras abiertas al turismo.
El proceso formal sigue un protocolo específico. Se utilizan copas de color azul o ámbar para que el color no influya en la valoración sensorial. La temperatura del producto también debe mantenerse estable para que los aromas se liberen correctamente. Los participantes evalúan primero el aroma en crudo y luego el sabor, que puede incluir notas herbáceas, almendradas o de frutas, entre otras. La identificación de estos matices requiere práctica y atención, por lo que cada sesión suele incluir explicaciones guiadas por especialistas.
Uno de los elementos que ha contribuido al crecimiento de estas actividades es el vínculo con el maridaje. Las degustaciones no se limitan al análisis técnico, sino que suelen integrarse con propuestas gastronómicas que muestran cómo distintas variedades combinan mejor con ciertos alimentos. Por ejemplo, uno más suave puede acompañar bien pescados blancos o vegetales frescos, mientras que uno más intenso resulta adecuado para platos con carnes rojas o quesos curados. Esta dimensión práctica permite trasladar lo aprendido al uso cotidiano en la cocina.
La experiencia sensorial que ofrecen es un aspecto valorado por quienes participan. A diferencia de otros productos, el aceite de oliva no suele ser consumido solo, por lo que probarlo en su forma pura y aprender a distinguir sus características permite desarrollar una percepción diferente. En este sentido, desde Fanum, explican: “De esta manera, se fomenta el diálogo entre asistentes y expertos, lo que enriquece el aprendizaje y estimula el interés por la producción local y la trazabilidad del producto”.
También tienen un impacto directo en la valorización de las denominaciones de origen y en la protección de los aceites de calidad frente a opciones industriales de menor trazabilidad. Esto favorece a pequeños y medianos productores que apuestan por métodos tradicionales, así como a iniciativas vinculadas al oleoturismo, que buscan promover el desarrollo económico en zonas rurales mediante propuestas culturales y educativas.
En el plano formativo, se están incorporando contenidos sobre cata y análisis sensorial en escuelas de gastronomía, programas de turismo y talleres para emprendedores. Esta expansión de la práctica también ha dado lugar a certámenes y concursos que premian a los más destacados, evaluados por paneles de catadores certificados. La profesionalización del sector ha impulsado la generación de empleo especializado y nuevas líneas de comercialización.
La creciente participación en este tipo de actividades refleja un mayor interés por conocer de manera directa los productos que se consumen. Las catas de aceite de oliva permiten valorar aspectos que antes pasaban desapercibidos, promueven una relación más informada con el alimento y fortalecen el vínculo entre productores y consumidores.