La muerte de Franco medio siglo después

Todos los periódicos matutinos y algunos vespertinos, en ediciones especiales, con las portadas dando la noticia del fallecimiento de Francisco Franco. EFE

GETAFE/La Ruta de la Memoria (20/11/2025) – Cincuenta años después de la muerte de Franco, las voces de quienes vivieron la dictadura recuerdan que el fin del régimen no trajo de inmediato la democracia, aunque sí un enorme respiro colectivo. Gregorio Herrero, vecino de Getafe y sindicalista, repasa cómo se vivió el 20 de noviembre de 1975 en una ciudad obrera donde el miedo, la represión y la esperanza convivían a diario.

Getafe, ciudad obrera y combativa

Durante los años setenta, Getafe fue uno de los motores industriales del sur de Madrid, con factorías como Construcciones Aeronáuticas, Kelvinator o John Deere. “Aquí se montaban huelgas por todo. Si subía el autobús quince céntimos, ya había lío. Había conciencia obrera, pero represión brutal. Si te movías, te caía la brigadilla político-social”, recuerda Gregorio. El sindicalismo clandestino, CCOO, en particular, empezaba a organizarse dentro de los centros de trabajo, pese a la ilegalidad. “Fueron los trabajadores y sus luchas quienes forzaron el cambio, más que las élites que después se lo atribuyeron”. En su memoria sigue viva la imagen de los infiltrados. “Te conocían, sabían quién eras y qué pensabas. Si sospechaban, te detenían tres días y te llenaban de golpes”.

El día que murió el dictador

El 20 de noviembre de 1975, hoy hace 50 años, Gregorio iba a trabajar cuando llegó la noticia: Franco había muerto. “Nadie se sorprendió. Ya sabíamos que estaba muerto días antes. Lo tenían preparado para cuadrar los funerales”. Pero tampoco se celebró nada. “La brigadilla seguía ahí. El miedo no murió con él”. En las calles, el ambiente era tenso. La publicación Madrid Sindical lo describe como “una mezcla de alivio y desconfianza. Nadie sabía si aquello sería el principio de algo nuevo o solo un relevo para que todo siguiera igual”. Gregorio lo resume en una frase: “Respiramos, pero sin hacer ruido”.

Carrero Blanco y los primeros temblores

Para Gregorio, el verdadero punto de inflexión fue dos años antes, con el atentado que acabó con Carrero Blanco. “Ese día sí que tembló el régimen. Pasé por allí cuatro veces sin enterarme. Por la tarde supe que había volado por los aires. A partir de ahí, los de arriba empezaron a tener miedo”. Europa también presionaba para evitar una ruptura violenta. Portugal había vivido la Revolución de los Claveles en 1974, y el franquismo español quedaba aislado. “Querían una transición controlada, sin traumas, pero la represión seguía. Aquí todavía caían palos”, recuerda Gregorio.

Sindicalismo y colegios bajo control

La vida cotidiana seguía marcada por la vigilancia. “Ser sindicalista era jugarte el pan. Pero había que hacerlo. Si no, no cambiaba nada”. También en la educación seguían las viejas estructuras: “Había colegios de élite que no querían pobres. Yo tuve que discutir con un cura porque no le daba las notas a mi hijo por no pagar la cuota. Cuota ilegal que yo llamaba impuesto revolucionario”. Esa desigualdad estructural fue uno de los pilares del franquismo. “El adoctrinamiento empezaba en la escuela —recuerda Gregorio—. Tener muchos hijos era lo que mandaban los curas, porque así había más manos para trabajar y menos para pensar”.

Una Transición con sombras

La muerte del dictador no trajo la democracia —recordaba Juan Moreno Preciado en Madrid Sindical—, pero sí la posibilidad de conquistarla. Gregorio coincide: “Nadie se acostó fascista y se levantó demócrata. Franco murió, pero muchos siguieron en los mismos despachos. Los jueces eran los mismos. En el Congreso había curas. Quitarlos de ahí costó Dios y ayuda”. El poder económico, militar y religioso sobrevivió a la Transición.

“Con Franco no se vivía mejor”

“Cuando oigo que con Franco se vivía mejor me hierve la sangre”, dice sin titubear Gregorio. “Con Franco vivían bien los señoritos. Los demás trabajábamos de sol a sol. Si nacías pobre, morías pobre”. La infancia era dura. “En cuanto te mantenías en pie, tus padres te mandaban con el señorito. Gratis. Te olvidabas del colegio. Así era España”, lamenta.

Y aun así, rescata un recuerdo luminoso: “Tuve un maestro de izquierdas que nos enseñaba a pensar. Lo expulsaron. Hoy lo entiendo: fue mi primer profesor de libertad”.

Memoria y democracia

Hoy, Gregorio Herrero sigue votando y participando en cada elección. “He sido interventor y apoderado. Me duele ver a gente que vota a los que creen que España es suya”. Cree que el gran fallo de la democracia es la falta de memoria. “En los colegios no se enseña lo que pasó. Los chavales saben más de dinosaurios que de dictadura. Y así se repiten los errores”. Cincuenta años después Cincuenta años después del 20N, Gregorio Herrero mira atrás con una mezcla de orgullo y advertencia: “El miedo duró muchos años. La gente tenía pánico a hablar. Por eso ahora hay que contar lo que vivimos. Porque si no se cuenta, parece que nunca pasó”. “Con Franco no había libertad, había miedo. Y el miedo es contagioso. La democracia hay que cuidarla cada día, para que no vuelva el silencio”.

Roberto Jiménez Gómez

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