DOCE UVAS, UN MISMO TIC-TAC: EL RELOJ DE LOS ESCOLAPIOS Y SU VÍNCULO CON SOL

GETAFE/Ruta de la Memoria (21/12/2025) – La memoria de una ciudad no siempre está escondida en documentos antiguos o en vitrinas de museo. A veces vive a la vista de todos, suspendida en lo alto de una torre que ha marcado el ritmo de gene- raciones. En Getafe, ese latido tiene un protagonista inesperado: el reloj de los Escolapios, un viejo conocido del municipio que pocos saben que es gemelo del reloj de la Puerta del Sol.

La historia, que mezcla patrimonio, tradición y una buena dosis de sorpresa, arranca con un gesto tan cotidiano como levantar la vista. Desde la plaza de la Constitución, asomando con elegancia entre tejados y fachadas, la torre de la Iglesia de la Inmaculada Padres Escolapios muestra su esfera blanca.

Allí, incrustado en la piedra desde 1866, late un mecanismo que marcó las horas de alumnos, vecinos, profesores, feligreses y paseantes durante más de siglo y medio. Para comprender su importancia hay que viajar al Getafe de mediados del siglo XIX, una villa agrícola en expansión que empezaba a transformarse. Ese mismo año, el reconocido relojero José Rodríguez Losada, afincado en Londres, construyó dos relojes prácticamente idénticos: uno destinado a la Puerta del Sol, donde acabaría convirtiéndose en símbolo de las campanadas de Noche- vieja; y otro enviado a Getafe para colocarse en la torre del colegio de los Escolapios.

El Museo Virtual de Getafe recoge con precisión esta historia, que no es mito ni rumor: el reloj que preside la vida cotidiana de Getafe procede del mismo taller que el que recibe cada año a millones de españoles frente al televisor. El lugar elegido no era casual. La iglesia del colegio, construida en el siglo XVIII, ya era una de las piezas arquitectónicas más destacadas del casco histórico. Su torre, visible desde numerosos puntos del centro, funcionaba como un faro urbano que acompañaba la vida de la villa. Allí quedó instalado el reloj, con un mecanismo de pesas y cuerda que exigía subir regularmente a darle mantenimiento.

Para muchos, esa subida estrecha y empinada se convirtió en un viaje íntimo al corazón del tiempo. El Museo conserva testimonios emocionantes: antiguos encargados recuerdan que ascender a la torre era “como entrar en una cápsula del tiempo”, un espacio donde la madera, el metal y el eco del tic-tac creaban una atmósfera única. El sonido del reloj se volvió parte del paisaje sonoro de Getafe, marcando clases, recreos, misas y tardes de verano. Como ocurre con cualquier pieza mecánica longeva, el reloj atravesó momentos delicados. Durante años permaneció parado o funcionó de manera irregular. Algunos vecinos aún evocan esa etapa entre risas.

Un exalumno del colegio comentaba: “Cuando el reloj se quedaba quieto, decíamos que el tiempo en el patio también estaba detenido. Si las agujas no avanzaban… igual tampoco llegaban los exámenes”. La gran restauración llegó en los años noventa, y con ella una sorpresa maravillosa. El especialista encargado de poner en marcha de nuevo el mecanismo fue el mismo relojero responsable del reloj de la Puerta del Sol.

El mismo técnico que garantizaba cada año que las campanadas de Nochevieja fuesen perfectas, subía también a la torre de los Escolapios para devolverle la vida a su gemelo. Una simetría preciosa entre Madrid y Getafe, unidas por el pulso de dos máquinas separadas apenas por unos kilómetros… y con más de un siglo de historia compartida. Ante la frase: “No hace falta viajar a Madrid para ver un pedazo de la historia de las campanadas: lo tenéis aquí, justo encima de vuestra cabeza”.

La reacción es casi siempre la misma: ojos muy abiertos y un murmullo de sorpresa entre niños que han pasado cientos de veces bajo la torre sin saber que compartían horario, en el sentido más literal, con todo un país. El Museo de Getafe, en su labor de preservación y divulgación del patrimonio local, ha devuelto al reloj el protagonismo que merece. Lo incluye en exposiciones, publicaciones y vídeos divulgativos, integrándolo en un relato que combina historia técnica, memoria vecinal y curiosidad cultural. Para la Asociación de Amigos del Museo, esta pieza es “un ejemplo perfecto de cómo un detalle cotidiano puede convertirse en un símbolo cuando se mira con atención”.

Y no les falta razón: pocas ciudades pueden presumir de tener un reloj gemelo del más famoso del país… y aún menos de tenerlo vivo. Hoy, la torre de los Escolapios sigue vigilando el casco urbano. El reloj continúa funcionando, marcando horas y recordando silenciosamente que Getafe también tiene un pedazo de historia nacional suspendido en lo alto. Quizá esa sea la magia de este relato: descubrir que ese tiempo en el que celebramos, también suena aquí. Un tic-tac discreto, humilde, que une a Getafe con Sol no solo en la hora… sino en la memoria.

El próximo 31 de diciembre, cuando estemos esperando en esa especie de línea de salida hacia 2026, recuerda que dos hermanos gemelos se hablan en la distancia.

Roberto Jiménez Gómez

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