«Muy bien, ¿no quieres?, pues ya verás cuando venga tu padre»

Muy bien, ¿no quieres?, pues ya verás cuando venga tu padre.

GETAFE/Educa… que algo queda (27/04/2017) – Así era el tópico y ciertamente así ocurría, venía papá y enderezaba el entuerto “corrigiendo razonable y moderadamente a su hijo”. Independientemente de cómo le hubiera ido el día al señor, debía armarse de mal talante y gestionar el malestar familiar “supuestamente” producido por el niño.

Exacto, el tema de hoy quedó prometido, hablamos del castigo. ¿Es pedagógico, es traumático, es terapéutico… SIRVE PARA ALGO? Pues sí, claro, y lo vamos a ver.

Mucho tiempo estuvo , y dudo que aún no lo esté, mal visto el término psicológico Modificación de Conducta, se asoció al lavado de cerebro, a la “Naranja Mecánica”, al trabajo sobre el síntoma y no sobre la causa… en fin, disquisiciones académicas de escuelas de psicología que no tiene mucho sentido defender o atacar aquí. Será suficiente con decir que para poder modificar/cambiar un comportamiento, hace falta algo de conocimiento y arte y, sobre todo, saber cómo se aprenden las cosas, porque no solo se trata de “extinguir” un comportamiento mal adaptado, sino de “implantar/enseñar” un comportamiento más adaptado en su lugar, pues si aprendemos parte de lo que hacemos, es de entender que lo podamos desaprender.

Aquí es donde se queda cojo el castigo como tradicionalmente lo conocemos. Normalmente cuando pensamos en el castigo, solemos referirnos a algo aversivo para el niño (pegar, ridiculizar, amenazar…) y, esperamos que este deje de hacer aquello por lo que lo castigamos. Parece que tiene efectos rápidos, pero ese cambio que vemos es efímero porque solo funciona si se dan una serie de condiciones concretas, muy difíciles de llevar a cabo y que cuando desaparecen, el comportamiento desadaptado vuelve, entre otras, estas son condiciones necesarias:

  • Que el castigo ocurra inmediatamente después de darse el “mal” comportamiento, no cuando venga el padre a la tarde y después de haber hecho cinco cosas bien el niño.
  • Que el castigo sea lo suficientemente contundente como para molestar al niño, pero, teniendo en cuenta que el niño se acomoda, hay que intensificarlo… (¿hasta dónde?).
  • Hay que castigar siempre que ocurra el comportamiento… (¿lo podemos asegurar?).

Por si fuera poco, el castigo hace que el niño se sienta mal emocionalmente, le genera angustia, ansiedad, odio a la figura que castiga y sentimientos de culpa nada positivos y sobre todo con el castigo se “aprende a castigar”, “si a mí me pegaron para que no molestara, para que mi compañero no me moleste, ¿qué?”.

Y si que vale para algo, curiosamente solo sirve para enseñar algunas cosas cuando el niño es pequeño, apoyándonos en la capacidad del castigo para bloquear la acción que esté realizando el niño, podemos darle un “cachetito” (obsérvese lo “moderado” de la expresión, muy de sentido común) en la mano para que no toque un enchufe o ponga la mano en la placa de la cocina o gritarle (también “moderadamente”) para que no baje de la acera a la calle, aunque es mejor estar un poco más pendiente de él que de nuestra mascota a la hora de cruzar.

Evidentemente hay varias estrategias alternativas mejores al castigo y por eso decíamos que no interesa tanto ser “razonable ni moderados” al usarlo porque otro día hablaremos de EDUCACIÓN que es lo único alternativo al castigo.

No se yo dilucidar si lo “razonable y moderado” debe volver al artículo dichoso para facilitar a los jueces sus sentencias, pero si se que el hecho de que muchas moscas almuercen lo mismo, no debe darle más valor al almuerzo.

Buen día. Salud y suerte.

Redacción Getafe Capital