Nacionalismos y futuro gobierno

GETAFE/Todas las banderas rotas (04/12/2019) – En la actual situación política de nuestro país los dirigentes de los partidos que no están en condiciones de poder gobernar suelen repetir, cuando se les plantea la cuestión de la gobernabilidad, que no es responsabilidad suya, que no pueden dar sus votos gratis porque eso sería lo mismo que traicionar a sus votantes. A mí me parece que olvidan un principio elemental de la política: que esta no tiene otra función que la consecución del bien común, lo que incluye el intento serio de entenderse con todos, sean o no del propio partido o ideología. Con esto no quisiera que nadie pensara que propugno que el PSOE pida, para formar gobierno o para conseguir la investidura de Pedro Sánchez, la colaboración de los partidos de la derecha: nada más lejos de mi forma de pensar.

Ya se ha repetido hasta la hartura que la razón de que haya habido un rosario de elecciones desde 2015 es que los partidos políticos no han tenido en cuenta lo dicho en el párrafo anterior sino, más bien, sus propios intereses. Pero los partidos reciben el poder de los ciudadanos para gobernarles, por eso, cuando pervierten la función de servicio hacia aquellos de quienes reciben el poder, transformándolo en servicio hacia sí mismos, no es posible formar un gobierno democrático.

Hay quien entiende que gobernar un país es lo mismo que dirigir una empresa pero una empresa persigue legítimamente su propio beneficio sin reparar en si perjudica a otras empresas, personas, entidades, etc.; hacer política, como ya queda dicho, no es eso, sino la búsqueda de los intereses colectivos, no los propios. También hay quien piensa que el bien común es el conjunto de los intereses de cada uno de los integrantes de la colectividad de que se trate, pero no es así porque, para convivir todos juntos de manera armónica, es necesario ceder cada uno una parte de lo que cree su derecho o interés en función de los de los demás. Evidentemente, todos estamos legitimados para defender lo que consideramos nuestro, pero siempre que no lo confundamos con privilegios que han de pasar por encima de los derechos ajenos o con principios que se entienden superiores a los del resto. Aquí es donde, en mi opinión, nos encontramos con los radicalismos y, sobre todo, con los nacionalismos que es a donde quería llegar.

Porque en España hay quien olvida –o, más bien, le interesa olvidar- que en el siglo XV expulsamos a los judíos, en el XVII a los moriscos y, a partir de 1939, una dictadura tuvo como objetivo acabar con lo que consideraba la “antiespaña”; es decir, históricamente, hemos construido la identidad española excluyendo a una parte de españoles y, seguramente, el último capítulo de esta historia, por ahora, es lo que ocurre en Cataluña cuyos actuales dirigentes han apostado por una república catalana independiente sin tener en cuenta que aproximadamente la mitad de los catalanes no la quieren, es decir, pretenden edificar la identidad catalana excluyendo a los que no piensan como ellos.

Y lo mismo podría decirse de todos los nacionalismos poniendo por delante al nacionalismo español, porque los que con más o menos vehemencia añoran la España Una del franquismo –llámense PP, Ciudadanos o Vox-, deberían aceptar que si, para ellos y solo para ellos, cualquier tiempo pasado fue mejor, no tienen derecho a impedir a la mayoría de los españoles progresar con la vista puesta en el futuro.

Ningún europeo debería olvidar el desastre horrible a que nos llevó la expresión máxima de nacionalismo que fue el nazismo. Para desgracia de los españoles hay que seguir recordando que en el resto de Europa el nacionalismo solo tiene prestigio en la ultraderecha, mientras que en España hay partidos que pretenden ser, a la vez, nacionalistas y de izquierda; esto es algo que, para mí, no tiene una explicación racional porque va contra la historia. Los principios de tierra, pueblo, sangre, religión y lengua sobre los que se fundamentan los nacionalismos, están en absoluta contradicción con los de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa que hoy asumen todas las democracias dignas de este nombre.

Habrá quien crea que me contradigo si, después de escribir todo lo anterior, defiendo la posibilidad e, incluso, la necesidad de formar un gobierno de izquierdas con la colaboración o el apoyo de partidos nacionalistas, en concreto, del PSOE con ERC. A quien así piense le ruego que vuelva a los primeros párrafos, allí donde digo que la función de la política es la defensa del bien común y el intento serio de entenderse con todos, lo que exige a los partidos olvidar en ocasiones los propios intereses y pensar, exclusivamente, en los colectivos. Y, sobre todo, no pensar que –y no actuar como si- los principios propios fueran superiores a los de los demás.

Por otra parte, no estoy muy seguro de que ERC sea, en puridad, un partido nacionalista, sino que creo que en él es más fuerte el componente de izquierda. De hecho, no puedo imaginarme a ERC votando contra la investidura de Pedro Sánchez en compañía de PP, Ciudadanos y Vox; de lo que sí estoy seguro es que ERC es tan democrática, tan legal y constitucionalista como Vox, Ciudadanos y PP porque todos ellos han recibido el mandato de los ciudadanos en unas elecciones libres.

Se ha repetido ya muchas veces que el pacto necesario exige que todos los que en él participen cedan una parte de lo que consideran su legítimo derecho; en concreto, en el caso que nos ocupa, la reivindicación de la independencia e, incluso, la de la autodeterminación, deben quedar pospuestas para cuando exista un gobierno ante quien reclamarlas, en ningún caso deben plantearse como conditio sine qua non para alcanzar un acuerdo necesario y conveniente para todos los ciudadanos, incluidos los catalanes. ERC tiene en su mano rebajar la tensión lo que provocaría una menor relevancia de la ultraderecha y un beneficio para España en su conjunto pero también, y sobre todo, para Cataluña que, con un gobierno de izquierda, no tendría que vivir bajo la permanente amenaza de la derecha de aplicar el 155.

En la situación actual no cabe ningún radicalismo, nadie debería apuntarse al extremismo o a la intransigencia, todo no puede ser autodeterminación e independencia todo el rato, como tampoco puede ser solo y siempre Constitución, Estatuto, jueces y policía. Al hilo de la Cumbre del Clima que se está celebrando en Madrid, he escuchado a una científica decir que “los científicos debemos ser prudentes, pero los políticos deben ser atrevidos”; creo que es una idea que deberían asumir todos los responsables políticos de uno y otro lado: tienen la obligación de atreverse a buscar, sin miedo, formas, no digo ilegales pero sí quizá heterodoxas, para sacarnos del atolladero en que ellos mismos nos han metido a todos conformando, de una vez por todas, un gobierno progresista que pueda durar toda la legislatura.

En fin, sostengo que, por deber de memoria, ya no nos podemos permitir ser nacionalistas. El futuro de España, como el de Cataluña, se llama Europa.