El coronavirus y más allá

«El precio de que los ricos siempre ganen es que siempre pierdan los mismos»
Benjamín Prado

GETAFE/Todas las banderas rotas (17/03/2020) – “Lo que tenían que haber hecho es…” Así comienzan todos los cuñaos las frases con las que dan una solución simplona a cualquier problema por complejo que sea, como es el caso del coronavirus. Como si no fuera suficiente con la que está cayendo, tenemos que soportar, no solo a los cuñaos, sino a determinados políticos (de alguna forma hay que llamarlos) que aprovechan esta situación para hacer política de la mala, esa que aprovecha que el Pisuerga pasa por Valladolid, para ver si consiguen aumentar alguna décima en las encuestas.

También deberíamos incluir en el grupo de los cuñaos a esos periodistas/tertulianos que hablan de todo –otra cuestión es si tienen conocimiento de lo que hablan- e, incluso, a supuestos o reales expertos que parecen resentidos por no haber sido llamados a dirigir el cotarro y piden la dimisión de Fernando Simón porque, a toro pasado, todos sabemos cómo había que haberlo toreado.

En este contexto, es vergonzoso escuchar a los dirigentes del PP decir que la actuación gubernamental llega con retraso, que se queda corta, que debía hacerles caso a ellos y, entre otras cosas, no revertir su “exitosa” reforma laboral mientras se niega a permitir que haya unos presupuestos que harían posible, entre otras cosas, hacer frente de mejor manera a la pandemia. Además, pretenden dar lecciones sobre cómo ha de gestionarse una crisis de esta envergadura los que lo hicieron tan bien en el caso del Prestige (¿recuerdan lo de los hilillos de plastilina?); o en el caso del Ébola que hizo preciso el cese de la ministra de Sanidad (Ana Mato, la que no vio un Jaguar en su garaje) porque no era capaz de dar una explicación coherente ante la prensa; o en la tragedia del 11-M que, debido a que lo hicieron tan bien, perdieron las elecciones. Quien ha obtenido esos resultados cuando le ha tocado enfrentar una crisis debería mostrarse, al menos, algo más prudente y humilde.

Igual de vergonzoso es escuchar a los dirigentes empresariales exigir al Estado que les ayude a pasar este mal trago, que les rebaje los impuestos, que les dé subvenciones, que relaje sus obligaciones con los trabajadores, por ejemplo, en materia de despidos. Son los mismos que, en tiempos de bonanza económica, bordean la legalidad para pagar menos impuestos, se llevan sus beneficios a paraísos fiscales, parasitan la sanidad pública para que la privada prospere a costa de aquella… Estos son los que, en una situación como la actual, se dan cuenta de que el Estado sirve, de que es necesario… aunque solo sea para que su cuenta de resultados no sufra demasiado.

Es indecente que unos y otros, la derecha política corrupta y los empresarios avariciosos e insolidarios, culpen ahora al gobierno de que el sistema sanitario no funcione todo lo bien que debiera, de que le falten medios y personal, después de que los políticos corruptos lo desmantelaran, y los empresarios egoístas e insolidarios se aprovecharan de él para hacer grandes negocios. Parece que, repentinamente, se caen del guindo y se dan cuenta de lo necesario que es el Estado para regular la economía porque el mercado no se regula solo, porque si se deja al mercado funcionar sin regulación, sin controles desde el Estado, solo se benefician unos pocos a costa de la mayoría. Pero solo lo parece, ellos lo sabían, como saben que, al final de esta crisis, como ocurre con todas las crisis, serán ellos los que salgan ganando y seremos los mismos los que salgamos perdiendo.

Pretenden, los unos y los otros, que olvidemos que, con el dinero de nuestros impuestos, construyeron hospitales para entregarlos a los que, más adelante, les devolverían el favor. Esos hospitales se levantaron, no porque hicieran falta, no para servir mejor a los ciudadanos, sino para entregarlos a fondos buitre y empresas constructoras, que no tenían ni idea de gestionar la salud de la población ni les interesaba: su único objetivo era hacer de la salud un negocio y obtener enormes beneficios, como hacen con otros derechos, como la educación y la vivienda. Seguro que no es casualidad que la actual presidenta de la Comunidad de Madrid haya nombrado, primero como asesor externo y posteriormente como coordinador (es decir, como mando único con grandes poderes) de la comisión contra el coronavirus a Antonio Burgueño. ¿Qué quien es este señor? El mismo que en 2013 fue nombrado por Esperanza Aguirre director general de Atención Hospitalaria para llevar a cabo la construcción de los hospitales citados, primer paso del proceso de privatización de la sanidad madrileña mediante lo que pomposamente llamaron “colaboración público-privada”, que significa pagar con dinero público lo que las empresas privadas necesitan para obtener ganancias. O, dicho de otra forma, pero también de manera que se entienda mejor, socializar las pérdidas y privatizar las ganancias.

El señor Casado, como líder de la derecha y más allá que pretende ser, se muestra muy preocupado por las consecuencias económicas futuras de todo esto. Alguien debería recordarle que hay 42.017 millones de euros que salieron de los impuestos de todos los españoles y que los bancos todavía no han devuelto; sería de justicia que, con ese dinero, tal como a ellos les rescatamos, se rescatara ahora al sistema sanitario que ellos expoliaron y que tan necesitado está de medios para luchar contra esta pandemia.

Desde todos los lugares, desde el Gobierno a la oposición, desde los medios de comunicación hasta las organizaciones ciudadanas de toda índole, se alaba y se pretende homenajear al personal sanitario y no sanitario que, tanto en los hospitales como en los centros de atención primaria y los servicios de salud pública, está peleando esta guerra desde la primera línea. Yo estoy seguro que, aunque agradecen esos gestos, agradecerían mucho más que se corrigieran a la mayor velocidad posible las carencias que sufren, tanto de materiales como de personal, que se manifiestan crudamente ahora pero que son consecuencia directa de los recortes y la privatización salvaje de los que ya he hablado. Porque el personal sanitario también tiene hijos, no puede hacer su trabajo desde casa, también necesita descansar…

He querido apartarme de lo estrictamente sanitario en relación con el coronavirus y poner el foco en otras cosas importantes, al menos a mi modo de ver, que están alrededor de esta crisis de salud pública, porque la salud pública va más allá de lo puramente sanitario.

Claro que la pandemia del coronavirus es grave, tan grave que se han confirmado 181.546 casos en el mundo y 9.942 en España y, desde su comienzo, han fallecido 7.126 personas en todo el mundo y 342 en España (datos a las dos de la tarde del día 17 de enero de 2020). Pero quizá no lo sea tanto como la masacre que diariamente, desde hace muchísimos años, sufren las víctimas de tantas guerras extendidas a lo largo y ancho del planeta como una terrible pandemia de la que ni la OMS ni nadie se ocupa. Y que nadie se atreva a decir que es demagogia nombrar a quien nadie recuerda en estos días: los sin techo, los que se ahogan en el Mediterráneo, los que malviven hacinados en los campos de refugiados, los que mueren de hambre… Al lado de las cifras terribles, siempre excesivas, anotadas más arriba -7.126 muertos en el mundo y 342 en España a causa del coronavirus- debemos recordar que, solo a causa del hambre, mueren cada año en el mundo 6 millones de niños, que es lo mismo que decir más de 16.000 por día o un niño cada seis segundos.

La pandemia, más pronto que tarde, pasará y tendrá consecuencias en vidas humanas y repercusiones económicas. Ojalá también sirva para remover conciencias y provocar un cambio, no solo en nuestras costumbres y modos de vida de cara a la salud de todos, sino en cuanto a nuestra percepción de cuáles son los problemas realmente importantes que hemos de afrontar en el día a día y qué tipo de soluciones queremos darles. Porque lo que está en juego es mucho más que la salida con más o menos éxito de una pandemia; es nuestro futuro, el de nuestros hijos y nietos, el de la sociedad en que queremos vivir en adelante: una sociedad basada en el egoísmo y el interés puramente personal o de clase, u otra con sólidos cimientos de democracia, libertad, solidaridad y fraternidad.

2 Comments

  1. jose valentin ramirez

    17 marzo, 2020 at 22:28

    Excelente. Gracias Antonio, hacía falta decir lo que comentas.

  2. Agustin

    17 marzo, 2020 at 22:13

    Totalmente de acuerdo