Salud, economía, ciencia y responsabilidad política

Uno deja de ser un gobernante para convertirse en un estadista cuando empieza a pensar en las siguientes generaciones en lugar de en las próximas elecciones.
Winston Churchill

GETAFE/Todas las banderas rotas (14/10/2020) – Si gobernar es una tarea siempre difícil, hacerlo en medio de una pandemia como la que estamos sufriendo, eleva esa dificultad, sin ninguna duda, a una altura inimaginable para quien no tenga esa responsabilidad, y cualquier gobernante que honestamente la enfrente –ya sea presidente del Gobierno, de una autonomía, alcalde, etc.; ya sea de uno u otro partido- merece el reconocimiento de todos.

Pero la sociedad está perpleja y muy cabreada viendo a algunos dirigentes políticos pelear, insultarse, desconfiar unos de otros, acusarse entre ellos de ocultar o falsear datos, buscar beneficios partidarios o, incluso, personales… En definitiva, estamos siendo testigos de cómo algunos, en lugar de poner de su parte todo lo que esté en su mano para que disminuyan los enfermos y los muertos y para acabar con la pandemia, han utilizado a esta sin rubor para atacar al adversario político, para avanzar algunos puestos en las encuestas, para derrocar al gobierno en una suerte de golpe de estado.

También hay otro aspecto que confunde a la gente: el empeño de ciertos políticos por defender la economía antes que la salud. Desde la derecha, con un empecinamiento que llega a ser irresponsable, se mantiene la idea de que no se pueden tomar determinadas medidas que recomiendan los técnicos porque perjudican seriamente la economía, sin darse cuenta, cegados por su egoísmo, de que proteger la salud es, también, proteger la economía. Es cierto que ordenar el cierre o limitar la apertura de establecimientos; o impedir que se desarrollen determinadas actividades –particularmente de ocio, sobre todo nocturno- incide directamente en la viabilidad de ciertos negocios. Pero no es menos cierto que, si esas actividades y negocios están en el epicentro de la expansión de los contagios, del aumento de enfermos y de muertos, no cabe otra opción que poner la vida y la salud sobre la economía.

No es cuestión de números. Ni de cuántos muertos y enfermos produce la pandemia, ni de cuántos negocios cierran o de cuántos millones se pierden, aun cuando unos u otros fueran cien veces menos, serían demasiados. Pero todos hemos de tener muy claro, especialmente los responsables políticos, que no puede haber economía próspera sobre la base de una sociedad en que los enfermos y los muertos crezcan día a día sin control, ya que sin clientes –porque estos enferman o mueren- los negocios, aunque estén abiertos, no tendrán futuro. Dicho de otra forma, no será posible recuperar la economía si no se vence a la pandemia.

Lo primero que necesitamos es que se tomen medidas con fundamento exclusivamente científico, con el objetivo único de salvar vidas. Como muy probablemente esto provocará perjuicios económicos a uno u otro sector, después y solo después, habrá que, solidariamente, prestar apoyo real y generoso a los perjudicados, tanto trabajadores como empresarios. Al decir después no digo que haya que esperar a que la pandemia acabe, me refiero al orden de prioridades de que hablé antes. Se puede y se debe actuar a la vez en ambos frentes pero, si surgen discrepancias sobre qué es más urgente, sin ninguna duda, la salud ha de ir por delante de la economía.

Empezaba el párrafo anterior diciendo que las medidas han de tener un fundamento exclusivamente científico. Hace unos días un grupo de científicos españoles han publicado un decálogo dirigido a los políticos. Hasta ahora lo han firmado, además de muchos profesionales sanitarios y no sanitarios, la práctica totalidad de las sociedades científicas del ámbito de la salud que hay en nuestro país. Ya el título es lo bastante expresivo: “EN LA SALUD, USTEDES MANDAN PERO NO SABEN”. En ese decálogo, amén de dar una serie de recomendaciones que, a estas alturas, ya suenan repetitivas porque las hemos oído  demasiado –si se hubieran cumplido hace tiempo que ya no seguiríamos oyéndolas-, vienen a decir algo muy simple: dejen las discusiones y las peleas, actúen dejándose guiar por los que saben… El primer punto de ese decálogo resume lo que habría de ser la guía de actuación, en una crisis como la actual, de cualquier responsable político: “Acepten, de una vez, que para enfrentarse a esta pandemia las decisiones dominantes deben basarse en la mejor evidencia científica disponible, desligada por completo del continuo enfrentamiento político”.

Los políticos que no actúen así estarán trasmitiendo a los ciudadanos el mensaje de que la política no sirve para ayudar y mejorar la vida de la gente, sino que ha pasado a ser lo contrario: el arte de cómo complicar, confundir, desesperar y empeorar la vida de los ciudadanos. Exactamente lo que está ocurriendo ahora, particularmente en Madrid.

El paradigma de los políticos que no actúan como piden los científicos, que no utilizan la política para ayudar y mejorar la vida de la gente, sino para complicarla, empeorarla y confundir y desesperar a los ciudadanos es la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. No solo por las medidas concretas que toma (o no toma) y que producen ese caos que ella adjudica a otros, sino por la ideología que hay detrás de ellas. Hace poco dijo: “¡Nos están arruinando!”,  y -a mí no me cabe duda- se estaba refiriendo a sus amigos, a los que como ella, tienen que defender un capital que, en algunos casos, corre el riesgo de disminuir; los que no tienen capital sino que se quedan sin trabajo o tienen que cerrar un pequeño negocio que les daba justo para ir tirando, no se arruinan, simplemente pasan hambre.

Pero Isabel Díaz Ayuso dijo hace unos días otra frase que, al menos a mí, me aterroriza: “No se trata de confinar al 100% de los ciudadanos para que el 1% contagiado se cure”. Esa frase ejemplifica meridianamente el pensamiento del capitalismo salvaje y la ausencia total de solidaridad, es propia de quien quiere que la economía vaya por delante de la salud y, de cumplirse, los aproximadamente 33.000 muertos que hasta ahora ha provocado la pandemia aumentarían entre 70.000 y 100.000 más. Parece que lo que persigue es una especie de darwinismo social mediante el que morirían, prioritariamente, los viejos y los pobres. Si eso es lo que quiere la presidenta de la CAM debería decírselo a los madrileños para que sepamos a qué jugamos y con quién.

Cualquier pandemia, y más una tan agresiva como esta, es una invitación a la  solidaridad, es una ocasión magnífica para rechazar el tremendo egoísmo en el que se fundamenta la ideología ultraliberal.

He puesto en la cabecera de este artículo una frase de Winston Churchill, de ideología conservadora, sin duda, pero demócrata y muy consciente de lo que debe hacer un político en época de crisis como fue para él la segunda guerra mundial. Para los políticos actuales, sea cual sea su ideología, la crisis que les ha tocado afrontar es la pandemia de Covid-19 que causa mucho dolor, grandes perjuicios económicos y, sobre todo, muchos muertos. Churchill estaba convencido de que, a pesar de la sangre, sudor y lágrimas que costaría, su deber era mantener a su pueblo en guerra hasta la victoria contra el nazismo, sin importarle perder las elecciones al finalizar la guerra, como efectivamente ocurrió a pesar de haberla ganado.

Ojalá tuviéramos los españoles políticos que fueran eso que Churchill llamaba estadistas y otros han llamado “hombres de Estado”; son los que no piensan en sus intereses o en los de su partido, sino en dejar a las siguientes generaciones una sociedad más justa y solidaria que la que se encontraron.

Porque de esta pandemia, como de todas las crisis, saldremos juntos o no saldremos (en autobús, no en taxi, decía un amigo mío); y me refiero tanto a la ciudadanía como a las instituciones, pero, sobre todo, a las instituciones y a los políticos que nos gobiernan.