1 de noviembre

Antiguo Cementerio de la Concepción. Foto:Angel Rodriguez Hurtado

GETAFE/La piedra de Sísifo (03/11/2020) – “Oye la voz que te advierte, que todo es ilusión menos la muerte” se leía sobre la puerta de hierro forjado, pintado de negro, que daba acceso al antiguo cementerio; de la Concepción, creo que se llamaba. Mi abuela iba cargada con una pequeña escalera de tijera, de esas que usaban los pintores, y yo porteaba como podía un cubo de zinc que contenía una garrafa llena de cal, la brocha, el limpiacristales y trapos, muchos trapos. Inevitablemente, al acercarnos a la puerta, un respingo recorría mi espalda mientras imaginaba las escenas dantescas que un cerebro infantil puede evocar inspirado por ese lúgubre lema.

Hoy ya no existe ese letrero, ni la puerta negra de hierro forjado, ni las tapias encaladas, ni la fuente tan trabajada por el conserje en el primer patio, ni el nicho inmaculado de la abuela Lucía, la madre de mi abuela… ni el propio cementerio. En su lugar se levanta una gasolinera moderna y funcional, tan moderna y tan funcional que tienes que servirte tú mismo y la única persona que trabaja allí es una atenta muchacha que gestiona la caja registradora. Antes era un espacio que proveía almas a cielo, purgatgorio e infierno y ahora, también es un proveedor, pero solo de combustible para fuegos no tan eternos como prácticos.

El 1 de noviembre era un acontecimiento familiar, la fecha en que se rendía homenaje a los familiares, más o menos cercanos, de cuya desaparición habíamos ido teniendo conciencia y, aunque en realidad, el Día de Difuntos es el 2 de noviembre, se aprovechaba el 1 que para eso es festivo. Se visitaba el cementerio del pueblo, quien tenía pueblo, se veía a la familia de allí y, hasta el año siguiente, si no mediaba ningún acontecimiento, aquí paz, y luego gloria.

El culto a la muerte tiene cabida en todas las culturas, unas con más solemnidad, otras con elementos festivos, la mayoría con ritos religiosos y, alguna que otra, de carácter eminentemente laico. Haber cambiado las tradiciones, ha cambiado también la liturgia que rodea la desaparición de alguien cercano y, si antes las visitas a su tumba, tenían un componente de sufrimiento, recuerdo doloroso y, en ocasiones, comportamientos extremos cercanos al masoquismo; hoy, la tendencia mayoritaria hacia la incineración, en detrimento del sepelio, ha reducido a la mínima expresión las muestras de postureo, quedando el sentimiento donde tiene que estar, en la parcela íntima de cada quién.

Vivimos tiempos de dolor, aflicción y pena; el maldito virus ha roto vidas, familias e ilusiones, despojando de futuro a quien más lo necesitaba y no hay otra manera de salir bien parados, que tener paciencia, respeto y disciplina. Pronto volveremos a abrazarnos, a regalarnos besos y caricias pero aún no, aunque ya queda menos. Sabemos que un día moriremos, pero el resto de los días no. Aprovechemos y seamos felices, recordemos con una sonrisa y seremos recordados así.