El 23 F y la democracia plena

La historia es la madre de la verdad.
Miguel de Cervantes

GETAFE/Todas las banderas rotas (03/03/2021) – La semana pasada se celebró en el Congreso de los Diputados un acto para recordar que hace 40 años el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero, pistola en mano y al mando de un grupo de guardias civiles, intentó dar un golpe de Estado.

¿Dónde estabas poco antes de las seis y media de esa tarde del día 23 de febrero de 1981? Yo, en una tienda cerca de mi casa, en Cercedilla, donde había ido a por unos yogures para que merendaran mis hijos. Tenían puesta la radio y pude oír como entraba Tejero, sus gritos y los tiros; salí y subí corriendo la cuesta que me llevaba a casa para estar con los míos porque fui consciente de que la gente de izquierdas podíamos correr un gran peligro. Tengo una pésima memoria, he de apuntar todo aquello que no quiero olvidar, pero hay cosas que nos quedan fijadas para siempre, incluso a los desmemoriados como yo; para los españoles que en aquel momento teníamos edad suficiente, aquel acontecimiento es como para los estadounidenses el asesinato de Kennedy o la caída de las Torres Gemelas: todos nos acordamos de donde estábamos en ese momento.

Desde entonces han pasado muchas cosas, tanto buenas como malas, y actualmente hay quien pretende que lo olvidemos, que miremos solo hacia adelante, que lo que importa es el futuro. Claro que quien dice eso pertenece a uno de estos grupos: los que no lo vivieron y consideran, quizá con buena intención, que volver la vista atrás y prestar atención a lo que pasó hace muchos años, resta energías para afrontar lo que hay que hacer de aquí en adelante. Y el segundo grupo es el de los que pretenden que todos olvidemos lo que a ellos no les interesa recordar, los que deberían rendir cuentas por lo que ocurrió o son herederos de los que nunca rindieron cuentas, los que, después de servir a la dictadura franquista, se subieron al carro del tan denostado, por algunos, “régimen del 78”.

Para mí es claro que ambos se equivocan. Dice Javier Cercas que “la única forma de hacer algo útil con el futuro es tener el pasado siempre presente. En el momento en que olvidas el pasado, ya estás preparado para repetirlo”. Así que hemos de trabajar para recordar nuestra historia y, sobre todo, para que la conozcan quienes no la vivieron: hay que desenterrar de las cunetas a los muertos porque, paradójicamente, son historia viva y merecen que les hagamos justicia; y hay que desenterrar a los secretos de los archivos porque tanto las generaciones actuales como las futuras, tenemos y tienen derecho a saber lo que pasó, por qué se tomaron o no determinadas decisiones en determinados momentos, cuáles eran las condiciones de todo tipo que obligaron (o impidieron) que se tomaran. Y, también, quién fue responsable de cada una de ellas.

Por ejemplo, en ese acto al que me refiero al comienzo, a Felipe VI le pareció que era oportuno reivindicar y elogiar el papel jugado el 23 de febrero de 1981 por su padre -el rey anterior que tuvo que abdicar y exiliarse como consecuencia de su modo de vida, si no delictiva (cosa que habrían de enjuiciar los tribunales), sí poco ejemplar-. Pero quizá habría que poner en cuarentena los elogios al padre del actual rey porque una de las consecuencias del oscurantismo que cubre todo lo relativo a lo ocurrido ese día y, sobre todo, los días anteriores, es que aún no sabemos qué responsabilidad le cabe al anterior jefe del Estado en aquellos hechos y tampoco lo que el actual pueda saber y callar. 

Sabemos que el general Armada, actuando según él en nombre del rey, redactó la lista del gobierno que habría de salir del golpe dado por Tejero, pero no sabemos a quién esperaba Tejero para que se hiciera cargo del futuro gobierno porque rechazó la lista de Armada y también decía actuar en nombre del rey. Y también hay una gran oscuridad sobre unos hechos que no se han comentado suficientemente a lo largo de todos estos años posteriores al 23F: según cuenta Fernando Reinlein (presidente de la Asociación Foro Milicia y Democracia y ex UMD), ese aciago día la Flota estadounidense del Mediterráneo puso rumbo a Baleares y Valencia, los aviones y los pilotos de EEUU de las bases españolas de utilización conjunta fueron puestos en alerta y, mientras eso ocurría, a las cuatro de la tarde –dos horas y media antes de la entrada de Tejero en el Congreso de los Diputados- el embajador estadounidense se reunía en su Embajada con sus más directos colaboradores; los estadounidenses tenían controlado incluso el Control de Emisiones Radiotelegráficas que, esa tarde, “oportunamente”, dejó de funcionar: Reinlein dice que “estaban implicados hasta las cejas”.

En este contexto, he de citar de nuevo a Javier Cercas: es en ese momento, el 23 de febrero de 1981, cuando “terminan dos siglos de intervencionismo militar, empieza de verdad la democracia, termina el franquismo y también la Guerra Civil. Porque la Guerra Civil no duró tres años sino 43, ya que el franquismo no fue la paz sino la prolongación de la guerra”. Lo suscribo. Es decir, se equivocan los que pregonan que lo que se ha llamado “transición” provocó la prolongación de la dictadura; no la provocó porque realmente la dictadura no había acabado, porque la democracia iniciada con la Constitución estaba vigilada por los militares franquistas españoles y por las potencias extranjeras; ni unos ni otras estaban dispuestas a que el proceso iniciado en España fuera por carriles distintos a los que les interesaba y, naturalmente, disponían del poder real para que sus expectativas se cumplieran. Hubo, claro, otros motivos, pero ese es el principal que impidió que la transición fuera ruptura y no reforma. 

Viene a cuento, una vez dicho lo anterior, referirse a la polémica iniciada por el vicepresidente segundo del Gobierno cuando dijo que en España no hay una situación de plena normalidad democrática y a la reacción del gobierno –para mí equivocada-, de la oposición y de todas las “fuerzas vivas” que intentan convencernos de que vivimos “en una democracia plena”. El vicepresidente segundo dice interesadamente una perogrullada –él sabrá por qué lo dijo… aunque podemos imaginarlo-, los demás mienten conscientemente, sobreactúan o no tienen claro que las democracias –no solo la española, todas, la sueca, la alemana, la británica, la estadounidense…- no son un sistema perfecto y acabado, no son solo una serie de normas recogidas en un código. La democracia es un sistema de normas, sí, pero, sobre todo, es un modo de vida utópico y siempre inacabado y perfectible. 

Por tanto, de la misma manera que nadie puede decir que estamos en una democracia perfecta y acabada, tampoco nadie puede decir que vivimos en un sistema no democrático. Precisamente eso es lo que obliga a todo el que se sienta sinceramente demócrata, a todo aquel que no conciba la democracia como objeto utilizable para su propio interés, a trabajar diariamente para mejorarla con la clara conciencia, eso sí, de que trabaja para las generaciones futuras. Y por eso, esta –la del 23F- y otras historias de nuestra Historia hay que enseñarlas en la escuela y en la universidad.

Y acabo recordando que Antonio Machado, poeta y demócrata, murió exiliado un 22 de febrero: es la mejor metáfora de que todo se puede repetir. Otra de las consecuencias negativas de aquel golpe de Estado de 1981 es que casi nadie se acuerda de conmemorar ese hecho. Mi homenaje al maestro es recordar su poesía:

Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.