“Dejó de haber colores: no se sabía si eras de la limpieza, celador o cirujano: todos éramos iguales”

GETAFE/Entrevista (4/2/2022)- “Detrás de todo lo que hemos vivido aquí, detrás de los números, detrás de cada persona, hay una historia y una vida”. Raquel Esteban les quiere dar voz. Para sacar el dolor y para no olvidar. Para plasmar lo que ha significado el Covid en nuestras vidas. En la suya también, que se llevó a su madre en los primeros compases de la pandemia. Escribir es su terapia. El último viaje es el relato ganador del concurso que convocó el Hospital de Getafe donde ejerce como fisioterapeuta. Y ya prepara una antología de “retratos, más que de relatos”.

“Veo mucho dolor. La gente está muy tocada, más de lo se ve desde fuera”. Raquel Esteban se aferró al teclado para canalizar lo que se ha vivido en estos dos años en los que la pandemia nos ha golpeado de forma brutal. “Escribe”, le recomendaron cuando su madre falleció en marzo de 2020 por el Covid. “Llevo escribiendo toda la vida; sea una cosa u otra. Y me ayuda a mí; me gusta, me aporta y lo comparto”.

Han sido tantas las caras que ha vivido desde el Hospital de Getafe, donde ejerce como fisioterapeuta, que se le acumulan. “Ha sido una guerra en la que llegaban como en un campo de batalla lo único que pasa es que no veías al enemigo: no había bombas pero daba igual. El ser humano se adapta a todo: a mascarillas, a la distancia, pero hay mucho cansancio y mucho dolor acumulado”.

Mil historias, mil retratos

Recopila historias de lo sufrido. Noveladas, pero basadas en personajes, en historias del día a día en el hospital. “Me vienen a la cabeza los retratos, no los relatos”, y así está dando forma a una antología de retratos “desde distintas ópticas”. La historia de un médico de UCI que ha titulado La vida en tus manos. “Ves a un médico, de una edad, tan serio, tan profesional… y le ves venirse abajo y decirte que no ha estudiado medicina para esto. Decirte, yo no soy Dios, no estoy aquí para decidir deprisa y corriendo por la fecha de un carnet: tengo un respirador y 4 pacientes. ¿A cuál se lo pongo? Hay muchas historias acumuladas y mucho dolor”.

Como el relato de una mujer confinada con su maltratador. “Durante el confinamiento hay 1.000 caras que han salido a la luz. También hago un intento más humorístico dentro de la ternura: el último relato que he escrito, donde el hilo conductor es un perro. Durante el confinamiento todo el mundo quería tener perro para salir a la calle a pasear”. Cada vez más cansado, solo al final se descubre que son tres personajes, con tres historias diferentes los que sacan al mismo perro a pasear: viejo y cansado. “El último relato que quiero escribir es de un parto durante la pandemia: más esperanzador para no dejar ese desasosiego tan duro. La vida va a buscar su manera de continuar seguro e intentar plasmar de la pandemia que han seguido naciendo niños”.

Una historia personal

Relatos novelados, pero con un gran poso personal. ”Hay un relato mío personal porque mi madre muere por Covid en marzo, al principio de la pandemia. Han sido muertes sin despedida, sin contacto, sin nada”. En una operación en Valdemoro su madre coge el virus y fallece el día 20 en La Paz, mientras Raquel está confinada en su casa, también contagiada. “Ha habido tanta gente que los ves partir y ya no los vuelves a ver más: ni vivos, ni muertos, ni el cuerpo, ni nada… una llamada y ya está”. Un adiós sin despedida es la carta que “yo le escribo a mi madre para despedirme”. Y también ha retratado aquella videollamada que tuvo que hacer a sus hijas, entonces de 9 y 14 años, para contarles la muerte de su abuela.

“Cuando me llaman para darme la noticia de mi madre, no puedo poner cara al médico, pero se puso a llorar cuando me dio la noticia. Todos estábamos desbordados. Te haces perfectamente cargo de la dureza de eso, de no haber podido”. Quizá por eso, Raquel se reincorpora a su trabajo apenas un mes más tarde. “El 20 de abril hacía un mes que había muerto, el 21 era su cumpleaños y el 22 me incorporo”. La sala de rehabilitación, el gimnasio, se habían llenado de camas. Era un hospital de campaña. “Era muy duro, pero necesitaba estar. Igual que no había podido estar con mi madre, necesitaba estar con la gente y acompañarla. Son pérdidas muy difíciles”.

Pero a la vez el compañerismo. “Dejó de haber colores: no se sabía si eras de la limpieza, celador o cirujano: todos éramos del mismo color. Era una de las enseñanzas de la pandemia: de humildad, de que todos somos necesarios y todos somos iguales. Desde el primero hasta el último”. Y en cuanto se pudo, empezar “a intervenir de nuevo, a volver a hacer andar a la gente que en 15 días, en tres semanas salía fatal”. Empatizaban con los pacientes, conocían sus historias, sus miedos. “Y utilizabas los móviles personales para llamar a la familia por teléfono cuando has visto que se iban y que no había vuelta atrás. O te quedabas con esa última palabra, con ese comentario”, para trasladarlo a la familia. Más allá de la medicina, la humanidad.

“Esto era la más absoluta soledad. Y además de enfermero, médico, fisioterapeuta, celador, hemos sido madre, padre, hijo, hermano… porque en ese momento lo has tenido que ser. Y quedarte, y estar ahí, y darles la mano cuando se iban. Me parecía importante poder decir que tu padre dijo esto o que tu madre o que tu hermano dijo aquello”.

Humanizar la asistencia

Cuando el hospital convoca el concurso de relato La vida tras el Covid, Raquel Esteban buscó plasmar esa humanización de la asistencia sanitaria. Y de ahí surge otra historia novelada: El último viaje. “En el relato narro cómo llevo las cenizas de un padre al mar. Es mi madre la que fallece por Covid, aunque en la historia es un padre. Está basado en mi infancia, yo nací en Valencia y tenemos allí una vivienda. Ese viaje lo he hecho muchas veces y he parado en el kilómetro 212 de la autopista de Valencia. Bajé con mi padre y con los pescadores y cogí ese caballito de mar. Esas vivencias son reales. Intento esa parte personal y humana mostrarla llevándola simplemente a lo que te decía antes: toda esa vida que hay detrás de cada pérdida por Covid”.

“No sé cómo veremos esto dentro de 20 años o dentro de 30 años cómo lo contaremos. No sé si somos conscientes de verdad del giro, de la brutalidad, de la magnitud de las circunstancias tan surrealistas a las que nos hemos visto abocados”. ¿Hemos salido mejores? “Quiero pensar que sí se aprende pero no tanto como como los primeros meses pensábamos: quizás es supervivencia, quizá para sobrevivir tenemos que mirar hacia otro lado. Igual debería servirnos para darnos cuenta de que somos más frágiles de lo que pensamos, que necesitamos más los unos de los otros y que juntos muchas cosas se consiguen”.

Seguir escribiendo

Para Raquel la escritura es terapéutica. No solo ahora, también la ha utilizado en su doble faceta de psicóloga, donde trabaja mucho con adolescentes. “A raíz del Covid y del aislamiento forzoso, se produce en esas edades una desconexión, una mayor adicción a las tecnologías, una falta de comunicación con las familias total y una dificultad muy grande de llegar a ellos”. Escribe El viaje de Anamú como una herramienta: es la historia de un chico de Ghana que viaja a España a pasar el verano de acogida con una familia. Ese cuento vio la luz en papel hace apenas unos meses.

Y antes del verano saldrá otro que va dedicado a los mayores. Las aventuras de mi abuelo “está basado en mi suegro, que es alguien muy especial, muy mayor, pero con mucho humor. Hay una frase en el relato que siempre repite: cada vez que le preguntas cómo estás (va a cumplir 90 años), siempre responde: Pues cómo voy a estar si nunca voy a ser más joven que ahora”. Y también una historia en verso, para niños pequeños: Pulposo el patoso, “que se siente fuera de todo porque se le enredan los tentáculos”. Muchos proyectos llenos de sensibilidad, de ternura, de diversión, y de humanidad.

EL ÚLTIMO VIAJE

[…] En tres días dieron el resultado positivo del test, lo que confirmaba que te habías infectado. No supimos dónde ni de quién, pero daba igual al fin y al cabo. Con una tos casi constante que ya te hacía difícil respirar, y con fiebre. Por eso decidieron que había que trasladarte al hospital. Cuando llegó la ambulancia me comentaron con preocupación que era mejor intubarte y trasladarte en UVI móvil. Esa fue la última vez que te vi…

Y solo una semana después recibimos aquella llamada para comunicarnos que te habías ido, para siempre… Aún recuerdo, como si acabara de ocurrir, esa sensación dolorosa de mi propio corazón como si se detuviera de pronto, esa falta de aire, la pérdida de fuerza en las piernas, sentir que te desmoronas como una marioneta a la que dejan de tensar las cuerdas que la sujetan… La angustia e impotencia de quien daba la noticia al otro lado, sin saber qué más decir.

Me enfadé mucho contigo, ¿sabes? Por ese egoísmo tuyo de decidir por tu cuenta. Por no haberme hecho caso. Por no haber podido estar, ni coger tu mano, ni decirte adiós… Lloré intentando que toda esa rabia saliera junto a esas lágrimas que quemaban mi piel. Hasta quedar con los ojos enrojecidos, hinchados y los brazos tensos con los puños entumecidos, como apretando esa vida tuya, que nos había arrancado un virus, de golpe. […]

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Raquel González - Directora Getafe Capital