Bribón rima con Borbón

GETAFE/Todas las banderas rotas (25/05/2022) – Ante lo que ocurre en el mundo –guerra, cambio climático y otras tragedias realmente importantes- conviene, como nos recomienda Luis García Montero, pensar, no solo reír y llorar.

Me estaba resistiendo a escribir sobre las andanzas del ex Jefe del Estado porque me parece vergonzoso e impúdico lo que estamos viendo en las pantallas de televisión y leyendo en casi todos los periódicos; me resistía, digo, a colaborar, aunque sea en la modestísima parte en que yo pueda hacerlo, a tanta alharaca y publicidad gratuita. Pero me he rendido porque considero necesario contribuir –insisto, aunque sea en la modesta proporción en que yo pueda hacerlo- a pensar, reflexionar y debatir sobre  los asuntos que, en relación con Juan Carlos I, quedan arrinconados, detrás o fuera de los focos, en fin de las cosas que sus defensores no quieren que nos ocupemos.

Daniela S. Valencia (consultora en comunicación política y género) nos ha proporcionado tres “marcos discursivos” que me han parecido sumamente facilitadores para llevar a cabo lo que me propongo. Al primero lo llama “exaltación” e incluiría a los que consideran que le debemos mucho al ex rey por lo que hemos de perdonarle sus “pecadillos”; ya saben, trajo la democracia, nos salvó del golpe de Estado y ha sido un gran embajador que ha conseguido grandes negocios para España. Es la posición de ABC, La Razón, Carlos Herrera, Carlos Espinosa de los Monteros…, es decir, la derecha y la ultraderecha; incluso una “joven” asociación llamada “Concordia Real” ha cuantificado lo que, económicamente, ha supuesto para España la labor diplomático-viajera del anterior Jefe del Estado: 62.023 millones de euros, lo cual justifica, según esa asociación y otros que comparten sus tesis, que, en el caso de que el ex rey pudiera haber obtenido algún beneficio personal, estaría justificado y sería disculpable, porque lo que hay que tener en cuenta es lo mucho bueno que ha hecho por sus súbditos y hay que olvidar cualquier desliz que pudiera haber cometido. Claro que, aún cuando todo eso fuera cierto, a mí se me ocurre que todo ello formaba parte de las obligaciones del cargo que ostentaba, y que, si no tuviéramos fundadas sospechas de que se ha aprovechado de ese cargo para robarnos a todos al enriquecerse –según el New York Times ha acumulado 2.300 millones de euros- y no pagar impuestos, lo más que habría que hacer es darle las gracias por los servicios prestados, como se hace con cualquier funcionario honesto.

Por el contrario, lo que esconde todo el trampantojo que rodea a Juan Carlos es que no trajo la democracia, esta llegó porque la inmensa mayoría de los españoles vio una oportunidad y se agarró a ella con uñas y dientes, fue la gente quien la trajo gracias a que eso que por aquella época llamábamos “las condiciones objetivas” se pusieron de cara: la situación económica, la social y, sobre todo, la internacional. A mí me queda la duda sobre cómo habría actuado el entonces príncipe si esas condiciones hubieran sido otras, si las presiones recibidas hubieran ido en sentido contrario; recordemos que la dictadura franquista permaneció porque a las potencias que se habían repartido Europa después de la segunda guerra mundial les convino que así fuera.

Sobre el golpe del 23F también conservo grandes dudas: me cuesta mucho  pensar que Armada, Milans del Bosch y el resto de participantes (conocidos y por conocer) se hubieran arriesgado de no estar convencidos de contar con la anuencia del Rey en el grado y forma que fuera; quizá durante las horas que duró aquello hubo fuerzas –económicas, potencias extranjeras…- que le obligaron a inclinarse hacia otro lado. Pero, claro, yo no lo sé, solo es que soy muy mal pensado.

Al segundo de los “marcos discursivos” Daniela S. Valencia lo llama “pasar página”. En él habría que incluir al PSOE –más bien a la parte que está representada en el gobierno-, a la Casa Real y a ciertos sectores de la derecha –tanto económica como política y mediática-. Este grupo se escuda en que no es posible hacer nada legalmente porque, dado que esa vía ha sido cerrada por los tribunales, no es posible ir mucho más allá, ni siquiera en la crítica. Por encima de todo entienden que el objetivo solo puede ser mantener el estatus quo, la estabilidad, lo que, según ellos, exige cerrar filas alrededor del rey actual; así, se centran en intentar convencernos de que Felipe no es Juan Carlos, no está contaminado, ha establecido en la Casa Real unas condiciones de trasparencia y ejemplaridad, etc. Me parece que el PSOE del gobierno no ha valorado correctamente un peligro: el confrontamiento del felipismo con el juancarlismo no es, precisamente, la mejor defensa de la democracia; creo que va siendo hora de que el PSOE decida qué quiere ser de mayor: el partido de izquierda y republicano que fue en su origen o, por el contrario, un defensor a ultranza de una monarquía corrupta y decadente, lo que le obligaría a irse cada vez más a la derecha.

Sostengo que ese argumentario defensivo puede ser válido para la Zarzuela y para las fuerzas políticas, económicas y mediáticas que tienen como horizonte un sistema democrático sí, aunque capitalista clásico. Pero que no es posible mantenerlo desde el PSOE que siempre se ha reclamado de izquierdas y republicano y al que, por tanto, el gobierno está sometiendo a unas tensiones que le ponen en gravísimo riesgo de ruptura o división.

Visto el comportamiento del rey anterior en Sanxenxo, el gobierno no puede seguir manteniendo como posición oficial que su vuelta es un asunto privado o familiar. Si no debía haberlo hecho cuando se anunció su llegada, muchísimo menos cuando hemos visto que el regreso se ha montado, con una minuciosa planificación, para provocar y desafiar tanto a Zarzuela como a Moncloa; esta situación merece una respuesta desde el poder democrático porque, de no hacerlo, se impondrá el poder antidemocrático.

El tercer “marco discursivo” recibe el nombre de “el oprobio”. En este se agrupan los sectores más caracterizados como republicanos: Izquierda Unida, Podemos, ERC y otros grupos que califican al ex rey como defraudador, delincuente, etc. Se basan en algo evidente: la Fiscalía le ha acusado hasta de 13 delitos y, si bien es cierto que jueces y fiscales le han declarado libre de culpa, no menos cierto es que se ha debido a la imposibilidad de juzgarle, bien por prescripción de los delitos, bien por la aplicación de esa figura tan discutible de la “inmunidad”, lo que significa que reconocen que Juan Carlos ha cometido los delitos que se le atribuyen –si no todos, al menos alguno de ellos- pero que no pueden ser juzgados por las razones antedichas.

¿Y qué dice la ciudadanía? Bueno, pues nunca le preguntaron si quería un rey; tampoco han contado con ella en esta ocasión pero la han utilizado muy bien unos y otros, con horas y horas de televisión: el ex rey baja del avión, llega a la casa de su amigo, sale de la casa de su amigo, saluda a sus fieles, responde a los periodistas (“¿Explicaciones? ¿De qué?”), sube al “Bribón”…

Por cierto, ¿quién tuvo la clarividente idea de ponerle ese nombre al barco de Juan Carlos? Es justicia poética, ya que, en este caso, no tenemos otra; podremos decir sin mentir cuando le veamos navegando en él: “Ahí va el bribón”.