¿Qué hace que la vida tenga sentido? Ni la ciencia ni la tecnología pueden responder a esta pregunta y si creemos que lo hará el dinero es que somos idiotas.
Rob Riemen
GETAFE/Todas las banderas rotas (16/06/2025) – El genocidio contra los palestinos continúa en Gaza y Cisjordania cada vez con mayor crueldad e impunidad. Diariamente siguen muriendo los niños bajo las bombas arrojadas por el ejército de Israel y de hambre porque el gobierno israelí impide que la ayuda humanitaria llegue a quien la necesita. La ONU sigue mostrando su inutilidad porque solo es el lugar donde se pronuncian discursos pero, a la hora de tomar decisiones, Estados Unidos vota en contra de cualquier iniciativa que vaya mínimamente en contra de Israel haciéndose así cómplice del genocidio. La historia no absolverá ni a EEUU ni a Israel.
Por otra parte, mientras mantiene el frente del Líbano, Israel ha abierto uno nuevo contra Irán y este ha respondido, convirtiendo así la zona de Oriente Medio en un peligrosísimo polvorín y dejando a EEUU fuera de juego.
El país al que se tenía como modelo democrático en todo el mundo se encamina, desde que Trump accedió a la presidencia, a un modelo de dictadura moderna. EEUU ya no es un país poderoso que defiende sus intereses legítimamente respetando el derecho internacional, sino que impone sus intereses al mundo sin importarle las leyes que, hasta ahora, regían la convivencia entre las naciones. Además, en el interior del país, el gobierno de Trump ignora sus propias leyes: detiene a personas que no han cometido ningún delito; incumple decisiones judiciales rompiendo la separación de poderes, base de la democracia; somete a ciudades enteras al control militar para impedir protestas legítimas; obliga a las universidades a violar sus principios, especialmente los que tienen que ver con las libertades de cátedra, de reunión y de expresión… Todo para construir un país que solo respete y venere al becerro de oro.
Cuando Rusia invadió Crimea en 2014 la respuesta de la ONU y de la comunidad internacional fue tan tímida que, en la práctica, supuso una autorización para que siguiera por ese camino. La consecuencia fue que, unos años después, continuó con su guerra de agresión a Ucrania que, a pesar de las bravatas de Trump, solo acabará cuando Putin considere que ha cumplido sus objetivos expansionistas. Tampoco en este caso la respuesta internacional ha servido para otra cosa que para que todos los miembros de la UE y de la OTAN aumenten sus presupuestos dedicados a la guerra, beneficiando así a la industria militar, especialmente la de EEUU y socavando el Estado de bienestar.
Hace tiempo que la Unión Europea abdicó de sus principios fundacionales. Cuando la crisis económica de 2008 azotó a sus miembros, la socialdemocracia asumió como propias, al menos en parte, las tesis ultraliberales y los conservadores, desde entonces, vienen dándole vueltas a un debate interno fundamental: someter a la ultraderecha a un estricto cordón sanitario, o aliarse con ella. Mientras tanto, esa misma ultraderecha, utilizando las herramientas que le da la democracia, conquista a la juventud, que no ha conocido guerras ni dictaduras, y a la antigua clase obrera que ha visto frustradas muchas de sus aspiraciones; cuando una y otra se den cuenta de que, en un mundo orweliano, no tendrán más libertad que la de tomar cañas, ya será demasiado tarde.
Esta es la historia reciente del Partido Popular: es el único partido político que ha sido condenado en sentencia firme por corrupción, lo que provocó que perdiera una moción de censura en 2018 y tuviera que dejar el Gobierno; una gran cantidad de altos cargos de diversos gobiernos populares se han sentado ante los tribunales y han pasado por la cárcel; hay pendientes aún varios juicios de diversas tramas de corrupción en las que están involucrados otros altos cargos del PP; un ex ministro del Interior del PP y varios de sus colaboradores están pendientes de un juicio, que probablemente les llevará a la cárcel, por haber creado la llamada “policía patriótica”, una trama dentro de las fuerzas de seguridad dedicada a espiar a sus oponentes políticos y a crear pruebas falsas, con procedimientos mafiosos, que sirvieran para condenarlos ante los tribunales. Además, en 2004, el PP perdió las elecciones porque intentó engañar a todos los españoles haciendo pasar los atentados yihadistas como atentados de ETA. Por si todo esto no bastara, hay que apuntar tres ejemplos de la “magnífica” gestión del PP en las Comunidades que gobierna: la del COVID en Madrid con 7.291 muertes de ancianos en residencias; también en Madrid, el pelotazo del novio de Ayuso y el posterior fraude a Hacienda por el que está siendo juzgado; y, en Valencia, la inacción de su presidente mientras morían ahogados sus conciudadanos. Con ese historial el PP tiene la desfachatez de acusar al gobierno actual de mafioso, a su presidente de capo y, casi desde el inicio de la legislatura, de exigir la celebración de elecciones.
El PSOE, como se ha dicho, llegó al poder mediante una moción de censura que ganó denunciando la corrupción del PP y prometiendo la limpieza más absoluta en el desempeño del poder. Pero en 2022 la Fiscalía abrió una investigación que, a la larga, derivó en la implicación del ministro de Transportes, José Luis Ábalos (también Secretario de Organización del PSOE) y su asesor Koldo García, en una trama de cobro de comisiones a empresas por la concesión de obra pública. Pero en los últimos días la vida política y social española ha sufrido un terremoto de consecuencias aún incalculables: un informe de la Guardia Civil, que investiga el caso, sitúa como cabeza de esa trama a Santos Cerdán, precisamente la persona que sustituyó a Ábalos en la Secretaría de Organización del PSOE con la misión de acabar con cualquier rastro de corrupción. El Secretario General del PSOE y Presidente del Gobierno ha pedido perdón a la ciudadanía y ha prometido una auditoría interna y cambios en la Ejecutiva.
En el difícil contexto internacional que he resumido al inicio –no he escrito nada de China por no alargar todavía más el artículo-, que nos afecta y nos afectará mucho aunque algunos piensen equivocadamente lo contrario, en España los políticos llamados a solucionar los problemas de todos –ya sea desde el gobierno o desde la oposición- se dedican, unos a llenar sus cuentas corrientes, otros a señalar la paja en el ojo del adversario para que no nos fijemos en la viga que tienen en el suyo.
No se sabe aún si la trama dirigida por Santos Cerdán desviaba parte del dinero que obtenían al PSOE, pero no será una auditoría interna la que lo descubra. Tampoco creo que una remodelación de la Ejecutiva baste para reconciliar al partido con la sociedad que está anonadada y muy cabreada; si esa remodelación que nos anuncian no es muy profunda y llega a todos los niveles del partido, el PSOE quedará muy dañado para mucho tiempo.
Es muy triste que la derecha democrática española se haya desplazado hacia la antidemocracia filonazi de Vox. Pero más triste es que la izquierda esté mucho más ocupada en sus peleas por conservar o alcanzar el poder -¡y los egos, ay los egos!- que en buscar los puntos comunes que le permita emplearlo en beneficio de todos. De la pelea Sumar-Podemos y de los dos contra el PSOE solo sacará ventaja la ultraderecha. Al tiempo.
Del plan de regeneración democrática que nos prometió Pedro Sánchez después de sus días de reflexión no hemos sabido nada hasta ahora; en mi opinión este es el momento, aprovechando la positiva fase económica que atravesamos, de poner en marcha, sin aspavientos pero sin concesiones, un potente programa de regeneración que democratice todas las instituciones incluyendo, sin duda, la judicial. Eso implicaría, por supuesto, un cambio de personas muy amplio en la jerarquía del partido, en el gobierno y en otras instituciones.
Según Maquiavelo, el imperio cayó porque había bárbaros dentro y fuera del imperio y los bárbaros eran corruptos, un grupo decadente de personas que solo se interesaba por ellos mismos y cuya corrupción no se podía combatir porque las leyes las hacían ellos. ¿Tiene razón Maquiavelo? ¿Estamos en ese punto?