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GETAFE/Varios (20/06/2025) – Con la llegada del verano, a muchos les entra el gusanillo de darle un repaso al jardín o montar por fin esa terraza que llevan tiempo imaginando. Es la época perfecta para disfrutar del aire libre en casa, y por eso no es raro que aumente la instalación de tarimas exteriores. Pero ojo, porque en el intento de mejorar el espacio, hay quien comete errores que luego salen caros. Una mala instalación no solo afea el resultado, también acorta la vida útil de la tarima y puede provocar problemas que se podrían haber evitado desde el principio. Si estás pensando en dar el paso, aquí van los fallos más comunes y cómo hacer las cosas bien desde el minuto uno para que puedas disfrutar de tu terraza o jardín sin problemas imprevistos.
Uno de los errores más frecuentes empieza antes incluso de poner la primera tabla. Elegir cualquier modelo sin tener en cuenta el uso que se le va a dar o las condiciones climáticas del lugar es jugar a la ruleta rusa. No es lo mismo una zona con mucha humedad que un patio en pleno centro seco. Tampoco se puede tratar igual una terraza con mucha sombra que un solárium donde el sol pega todo el día. Aquí es donde muchas personas caen: se fijan únicamente en el diseño y se olvidan de lo importante. Por eso, optar por tarimas de calidad, pensadas específicamente para exteriores, hace toda la diferencia. Si estás buscando opciones fiables y bien adaptadas, tarimas como las de Tarima Deck están diseñadas para aguantar lo que les echen, desde cambios bruscos de temperatura hasta lluvias intensas o exposición constante al sol.
Montar la tarima directamente sobre la tierra o sobre un suelo que no está nivelado es un fallo que se repite más de lo que debería. Y sí, puede que al principio todo parezca estable, pero con el paso del tiempo, las tablas se van desplazando, aparecen desniveles y hasta se pueden generar bolsas de agua que acaban por dañar la estructura. Lo ideal es preparar bien el terreno, asegurarse de que esté firme y nivelado y, sobre todo, usar rastreles de calidad para elevar la tarima. Esto no solo mejora la ventilación —lo cual es clave para evitar humedades—, sino que alarga la vida útil de toda la instalación. No es algo que puedas improvisar, y hacerlo mal se traduce en más gastos a la larga.
Aquí viene otro clásico: pensar que cualquier madera vale para colocar en el exterior. No, no vale cualquier cosa. Las tarimas exteriores necesitan materiales que estén tratados para resistir la humedad, los cambios de temperatura y el desgaste por el uso continuado. Si instalas una madera sin tratamiento o un compuesto de baja calidad, lo normal es que empiece a deformarse, a perder color e incluso a agrietarse al poco tiempo. Una buena tarima exterior tiene que estar pensada para eso, para estar al aire libre sin deteriorarse. Aunque al principio suponga una inversión mayor, lo compensa con creces por su durabilidad y por lo bien que se mantiene con el paso del tiempo. Merece la pena asegurarse de que lo que estás instalando es resistente de verdad, no un simple parche estético que acabará dando problemas.
Es un detalle técnico que muchas veces pasa desapercibido, pero que marca una diferencia brutal en el resultado final. Cuando las tablas están demasiado juntas y no se deja espacio para que circule el aire, se favorece la acumulación de humedad. ¿Y qué pasa cuando hay humedad constante? Pues que aparecen hongos, se hincha la madera y empiezan los problemas de verdad. Las tarimas necesitan ese pequeño espacio entre tabla y tabla para poder respirar. Sí, igual al principio te da la sensación de que queda raro, como si estuviera mal montado, pero nada más lejos de la realidad. Ese espacio es lo que va a permitir que el agua se escurra y que la estructura se mantenga seca. Y si estás trabajando con una tarima de madera exterior, todavía más importante, porque aunque esté tratada, sigue siendo un material vivo que necesita cierto margen de movimiento.
Puede parecer un detalle menor, pero cómo coloques los tornillos influye en el aspecto final, en la seguridad y en la durabilidad de la tarima. Colocarlos demasiado cerca del borde puede provocar que la madera se agriete. Hacerlo de forma desordenada rompe la armonía visual. Y si no los fijas bien, corres el riesgo de que se aflojen con el uso, generando inestabilidad y hasta accidentes. Tampoco hay que pasarse apretando, porque eso también daña las tablas. Lo mejor es tomarse el tiempo necesario y utilizar herramientas adecuadas. A veces, por ir rápido o por no tener experiencia, se acaban haciendo chapuzas que luego no tienen arreglo sencillo. Un buen consejo es marcar previamente los puntos de fijación, medir bien las distancias y usar tornillería específica para exterior, que no se oxide con el tiempo. Así, cada tabla queda firme, alineada y sin tensiones innecesarias.
Una tarima exterior, por muy buena que sea, necesita cuidados de vez en cuando. No estamos hablando de estar cada semana limpiándola con productos especiales, pero sí de revisar que no haya hojas acumuladas, que los tornillos estén en su sitio y que el drenaje funcione bien. Ignorar estos pequeños detalles hace que la tarima envejezca antes de lo esperado. Además, si se trata de madera natural, conviene aplicar un aceite protector una o dos veces al año para mantener su color y protegerla de los rayos UV. No es una tarea pesada, pero marcar en el calendario una pequeña revisión cada temporada puede alargar muchos años la vida útil de la instalación. Y si te acostumbras a hacerlo, verás que se convierte en una rutina sencilla y agradecida. Tu terraza te lo va a agradecer, y tus pies también