Tiempo de solidaridad

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GETAFE/La piedra de Sísifo (13/12/2016) – Dicen que el Espíritu Navideño saca lo mejor que hay en nosotros, no lo sé; sí es verdad que, en general, hacemos un esfuerzo, no por sacar, sino por meter en nosotros lo mejor que encontramos: cordero, marisco, refinados dulces, licores de variada graduación y pretendidas delicatessen que tienen un efecto sicosomático inmediato: aumentar nuestra satisfacción, nuestro amor por el ser humano, nuestro ácido úrico, nuestros imprescindibles colesterol y triglicéridos y nuestras transaminasas.

También son días en que prolifera el adjetivo “solidario” en cientos de iniciativas emprendidas por todo tipo de entidades y colectivos de diferente pelaje, distintos destinatarios pero un mismo objetivo: recoger toneladas de alimentos/juguetes/material escolar/ropa y calzado y/o útiles domésticos que, salvo honrosas excepciones, muchos toman como un atajo al Punto Limpio, donando cosas ante cuya visión uno reniega de su condición de ser miembro de la humanidad.

Así, encontramos los clásicos Mercadillos Solidarios, Rifas Solidarias, Recogidas Solidarias o Conciertos Solidarios y los novedosos Talleres Solidarios, Cenas Solidarias o Carreras Solidarias; ya solo falta, para completar este peculiar circo de la solidaridad, institucionalizar hechos que se producen cada año pero de modo oficioso: Las Peleas Entre Cuñados Solidarias y los Atracos Solidarios que, en vez de armas blancas, se perpetran en grandes almacenes mediante tarjeta de crédito.

En toda iniciativa solidaria que se precie intervienen tres actores imprescindibles: donante o ejerciente, gestor o intermediario y perceptor o destinatario.

Se considera donante a cualquier persona física o jurídica, dispuesta a mostrar su legendaria generosidad, cediendo de modo altruista todo lo que le sobra en casa y no sabe que hacer con ello.  Como es lógico, los hay (poquitos pero, afortunadamente, los hay) que van al supermercado, llenan uno o varios carros de alimentos no perecederos, de primera necesidad y larga caducidad y los entregan en los lugares habilitados para ello; los hay que, con buena voluntad pero con menos recursos económicos de los que les gustaría, aportan cantidades modestas, pero que siempre se agradecen, de este tipo de productos y, por último, los hay con un rostro pétreo que limpian armarios, trasteros o despensas pasadas de fecha y, henchidos de sí mismos, deponen sus excrementos solidarios en el mostrador más cercano que encuentren (lamentablemente, son muchos más de los que creemos). A todos ellos, GRACIAS. A la mayoría, sinceras y a algunos, irónicas.

Se denomina gestor o intermediario a la entidad encargada de recepcionar las donaciones, filtrarlas en función de su idoneidad o estado, clasificarlas y hacerlas llegar a los destinatarios. En la mayoría de los casos se trata de ONG, con muchos años de experiencia y un prestigio que confiere confianza a sus gestiones. Su trabajo es realizado por un encomiable voluntariado y, afortunadamente pocas y casi nunca trasciende su existencia, dirigidos por personajillos de dudosa moralidad que utilizan estas organizaciones para hacerse un nombre y medrar a su costa.  Las entidades más expertas pecan, quizá, de ser excesivamente rígidas fijando un abanico estrecho de productos a recoger y rechazando, a veces de modo brusco y desafortunado, donaciones valiosas y bienintencionadas. En general, se agradece su existencia y nos reconcilia con la buena fe de la gente.

El concepto de destinatario es obvio. Si bien desempeña el papel más pasivo en esta obra, es el auténtico protagonista: personas que por múltiples y variopintas razones no tienen cubiertas sus necesidades más perentorias y, en la mayoría de los casos, tienen a su cargo hijos y/o personas dependientes a quienes no pueden ofrecer lo que necesitan y suelen sufrir abrumadas esta situación. Sus circunstancias personales, procedencia, casuística, ubicación u otro tipo de avatares carecen de importancia si de lo que se trata de es responder a su, en muchos casos callada, petición de auxilio. Vivimos en un mundo implacable que se lleva por delante a todo el que tenga la desgracia de estar en el lugar inadecuado en el peor de los momentos o, simplemente, la suerte le ha dado la espalda y abandonado con un portazo.  Solo por esto, es importante ayudar en la medida de nuestras posibilidades y ser solidario, no sólo en diciembre, sino todo el año porque cualquier persona tiene necesidades que cubrir a diario.

Nuestra educación tradicional, de naturaleza judeo-cristiana, abunda en el concepto de caridad, de significado equivocado, selectivo e, incluso, impregnado de alguna dosis de soberbia.  No olvidemos que la caridad se ejerce de arriba abajo, no así la solidaridad, que se extiende en horizontal como una manta que abriga.

En general, son fechas en las que una cantinela cansina nos bombardea con algunas fórmulas para no salirnos de lo establecido por quien dicta las normas: consume mucho, ama a todo el mundo, consume más todavía, sé generoso, consume compulsivamente y sonríe (drogado de felicidad artificial y obligatoria). Yo, desde mi insignificancia, te propongo consumir un poco menos y compartir algo con los demás.

Es Navidad, tiempo de Solidaridad e hipocresía.

1 Comment

  1. Asinhayma Nera

    13 diciembre, 2016 at 12:11

    Una vez estuve en un rastrillo de estos que se hacen en navidad y parecia la galeria de los horrores. Todo lo que no le gustaba al armario de frankestein estaba alli amontonado y otra vez fui a llevar comida a cruz roja y me regañaron porque no era lo que qerian y me volvi a mi casa con las bolsas. Hay de todo pero lo importante es ayudar. Feliz Navidad