Huérfanos de referentes

GETAFE/La piedra de Sísifo (03/02/2020) – Aunque, afortunadamente, aún nos asiste una memoria razonablemente bien dotada, es cada día más complicado trazar una trayectoria vital, basándonos en referentes arquitectónicos, culturales, emocionales de Getafe o todo junto, porque es complicado disociar lugares de eventos y momentos; nuestro cerebro funciona así, con todo revuelto por los rincones.

Debimos empezar a sospechar que algo se torcía cuando nos quitaron la Cibelina primigenia, tan cuca y recogidita ella, para colocarnos ese engendro de estilo indefinible que, dicen las malas lenguas, su autor no tuvo narices a firmar al ver lo fea que era (es mentira está firmado, pero ahí queda la “maldad”). Como en La Historia Interminable, la Nada va conquistando terreno y devorando todo lo que encuentra a su paso, y lo siguiente en volatilizarse de nuestras vidas fueron los cines, los cuatro de convencionales que hubo en su momento (Cervera, Palacio, Avenida y Margaritas) porque los tres de verano ya fueron devorados por el afán constructor décadas atrás. Grandes películas (y muy malas también) que acompañaron nuestra transición de la infancia a la adolescencia, los primeros escarceos amorosos y, por último, asistir ya acompañados de nuestros hijos.

Si tenías inquietudes musicales, Eva María era la tienda por excelencia. Además de la venta de instrumentos musicales, ya había relaciones de amistad, tertulias improvisadas, incluso grupos que se crearon entre sus paredes; pero esa esquina tenía los días contados y, como estaba avisado, terminó evaporándose sin un mal “Chim-pún” que pusiera la nota final.

Estábamos también quienes no tuvimos aptitudes musicales pero nos dedicamos a practicar deportes (más allá del fútbol) en el polideportivo San Isidro. Bajo el techado a dos aguas de su arcaico pabellón cubierto, comenzamos a practicar y amar el baloncesto y, en muchas ocasiones, sembrar amistades (y parejas) que aún perduran. El polideportivo tuvo una muerte lenta y dolorosa pero tenemos la esperanza que resurja de sus escombros para dar cabida al desarrollo de todo el potencial humano que alberga la práctica deportiva.

Ya comenté hace algunas semanas la tristeza que sentí al dejar de ver el quiosco de la calle Madrid y no podía dejar de recordarlo pero ahora, el que se nos va es el Plaza, el Bar Plaza de toda la vida (al menos de mi generación o alguna anterior). Lugar de encuentro, desayunos en compañía, a veces deseada, a veces no; múltiples eventos, tradiciones aceptadas por todos como tomar la limonada de las fiestas, o unas cañas en su terraza estratégicamente situada. Arriba picamos algo tras las presentaciones de mis libros, celebramos cumpleaños o entretuvimos el rato antes de alguna boda y siempre disfrutamos de su amabilidad y simpatía tras la barra y su solvencia en la cocina. Tengo un nudo en el estómago y no es de hambre, palabra.

Por lo que he ido oyendo, la entrada en la modernidad, combinada con comprensibles necesidades, va a dar la puntilla a otro de los referentes de varias generaciones: el mural/plano de Getafe que adorna la enorme pared de la calle Sur y que de niños (y no tan niños) hemos jugado a buscar nuestra calle. Su natural deterioro, unido a la instalación de un ascensor (no olvidemos que la pared es de los vecinos propietarios de las viviendas), será la causa del fin de otra obra que echaremos de menos con nostalgia. Quizá hubiera alguna opción de renovar y recuperar el mural una vez finalizada la obra porque, si también terminara desapareciendo de nuestras vidas, será una autentica alegoría del lento e inexorable proceso de extinción del Getafe que fue y del Getafe donde fuimos.

No obstante, nada nos impide ser felices en el Getafe que es ¿verdad?