¿Cómo te encuentras?

GETAFE/La piedra de Sísifo (27/03/2020) – A la pregunta de cómo me encuentro, no sé qué responder y, lo que es peor, es que no sé cómo me encuentro. Podría decir que me encuentro físicamente bien: no tengo ningún síntoma, trabajo y hago ejercicio en casa, me entretengo escribiendo o cocinando y no me duele nada; entonces, por qué siento esta ansiedad que, a ratos y sin avisar, me asalta, me azora, me cabrea y me deja unos minutos con temblor de rodillas y la respiración entrecortada.

Quizá, pueda ser porque me comunican que un amigo ya ha dejado de pelear y se encuentra esperando pacientemente su turno a la fuerza de la naturaleza. Pero eso fue ayer, hoy no sé si aún nos acompaña aunque ¿importa algo lo que yo sepa?

Quizá, pueda ser porque mi hermano pequeño me dice con un hilo de voz que ha llevado a su madre al hospital y no le gusta nada el estado en que ha quedado, que está triste y necesita saber cómo está pero, como es lógico, las prioridades del personal sanitario son darle la mejor atención a quien está en sus manos, dejando algo de lado a quien espera noticias en la desesperación de la soledad domiciliaria.

Quizá, pueda ser porque ayer llevé la compra a mi padre que, con 84 años, está recluido en casa desde el primer momento (él, que no paraba quieto un minuto) y pude leer en su mirada, el breve instante que abrió la puerta para recoger las bolsas, el miedo. No un miedo concreto y definido sino el miedo a un futuro incierto y amenazante plasmado en una afirmación fugaz y dolorosa como un latigazo: De mis amigos, ya han caído cinco… Gracias, hijo. Un beso.

Quizá pueda ser por eso o por los mensajes casi apocalípticos que, con algo de verdad y mucho de maquillaje sensacionalista, nos zarandean sin contemplaciones desde los medios de comunicación de masas.

Quizá.

Pero recibo un whatsapp de una compañera de trabajo que, tras estar una semana ingresada con neumonía y fiebre, ha visto cómo los síntomas iban remitiendo y la han mandado para casa a encerrarse una cuarentena que llevará a rajatabla con descanso mental y optimismo sobrevenido.

Y entra un correo electrónico de una amiga de un amigo de un amigo, que me cuenta lo que se ha reído con algunas chorradas que cuelgo en las redes sociales, precisamente para eso, para que quien lo lea se distraiga por un momento de la tortuosa realidad. Y me vengo un poco arriba.

Se oye el teléfono y es un amigo de los de toda la vida, desde el colegio, convocándome a una quedada por video llamada grupal para esta tarde y, con esa excusa, nos tiramos charlando unos preciosos minutos para, tras colgar, descubrir que la sonrisa me da dos vueltas a la cara.

Suena un “Clinc” muy deseado, cada día más, y cojo el teléfono con nervios de un niño la mañana de Reyes. Es el vídeo que cada día me envía mi hijo con la preciosa cara de mi nieta, haciendo su vida ajena al mundo y sus bajezas, y me reconcilio con el planeta y sus habitantes.

Por eso, a la pregunta de cómo me encuentro, no sé qué responder porque no sé como me encuentro. Solo sé que cuando se disipen los negros nubarrones que nos rodean amenazantes, volverá a salir el sol y que, cada día transcurrido, es uno menos que falta para que eso suceda.

¿Todo lo demás? Ruido y miseria completamente prescindibles. Sed felices