Nacho ‘el Veleta’

GETAFE/La piedra de Sísifo (23/06/2020) – Tuve un vecino, hace ya algunos años, de esos que siguen las modas a conciencia y con los ojos cerrados. Fuimos testigos asombrados de su metamorfosis en punk, mod, new age, flamenco, gótico, grunge, celta, oriental, místico, hippy y, de nuevo, iniciando el ciclo con el punk. Así, de un día para otro, nos cruzábamos por la escalera con una claveteada cresta de color verde que emitía unos gruñidos ininteligibles, un individuo trajeado hasta el remilgo, un flequillo con hombreras, un traje corto con sombrero cordobés, un ser triste que lloraba por los rincones, una falda escocesa que tocaba la gaita, una túnica color mostaza, o unos ropajes de colores bajo una melena rizada. Siempre acompañaba su vestimenta con los gestos apropiados a la tribu, el argot oportuno y los complementos necesarios. Carecía por completo de personalidad pero lo sustituía por una enorme capacidad para dejarse influenciar por cualquier cosa que llamase su atención. Nacho ‘el Veleta’, le llamaban en el barrio.

Hoy, estos personajes de cerebro inane y mucho tiempo libre, son peleles zarandeados por los llamados influencer de internet y los programas televisivos de moda, y un buen porcentaje ha comprado el mensaje simplón, primario hasta las cavernas, que les ofrece ese partido de la ultraderecha rampante que se ha puesto de moda, como en su día se puso lo de “¿no sé qué? No, lo siguiente…”; hoy, esa coletilla aún permanece pero va desapareciendo sustituida por la chorrada que ahora esté de actualidad.

La alegre muchachada del saludo fascista, la pose ultracatólica, el cara al sol de naftalina, las corbatas verde moco, el fachaleco y las gafas de sol a modo de diadema, se mueve con dos impulsos atávicos: añorar tiempos tenebrosos que no conocieron y denostar hasta el vómito a todo lo que representa un mínimo de protagonismo de la mujer. Esa misoginia, negada con la boca chica pero refrendada a diario con su actitud, ha tomado cuerpo con la estupidez expresada en el Congreso de los Diputados, de referirse a la Presidenta de la cámara como presidente; recuperando un uso del participio presente ya proscrito por la academia de la lengua en el siglo XIX, promoviendo su sustitución por el lógico empleo del sustantivo en sus variantes masculina y femenina.

Mi exvecino Nacho ‘el Veleta’, en esa fase de seguimiento, habría adoptado inmediatamente esa actitud para regocijo, mofa, befa, escarnio y choteo de sus conocidos, llamando presidente a las presidentas, Declaración de la Rente a la de la Renta, parturiente a las parturientas o Ceniciente a la Cenicienta y señalando con desdén a quien le señale su error, haciendo ver que no le importa el qué dirán. Qué le vamos a hacer, no dan para más.

Como las palabras, por sí mismas, carecen de intención pero retratan a quien las emplea, yo solo usaré dos: Sé feliz.