Dolores Sancho: “Las mujeres comunistas hicimos la revolución de tejas para abajo”

GETAFE/Entrevista (03/11/2021) – El destino no se lo puso fácil a Dolores Sancho. De familia de comunistas aunque educada en colegios de monjas, Sancho creció en El Escorial, lejos de su padre maestro, entre silencios y con la Radio Pirenaica de fondo. El primero de mayo de 1966 marcó un punto de inflexión en su vida. Fue en Barcelona. De allí dio el salto a París donde se alistó en el PCE y se enamoró de otro comunista. Era albañil. Nunca imaginó que le mataría un Guardia Civil de un tiro al poco de regresar a España mientras repartía octavillas para animar a los obreros a participar en una huelga de la construcción. Desde entonces luchó por sobrevivir y por sacar adelante a sus dos hijos. También porque se supiera la verdad. Y lo hizo ejerciendo el feminismo cuando “nos jugábamos la cárcel por hablar de las pastillas anticonceptivas a las chicas de las fábricas”. Una mujer con carácter y de acción que hoy a sus 76 años ha encontrado la paz en su casa, entre lecturas, puzles y programas radiofónicos como música de fondo.

1945. Dolores Sancho nacía en El Escorial. “A mi madre le entró ‘la tierna’ y quiso regresar a casa al saber que había quedado encinta estando en Francia con los maquis. Hasta allí llegó como enfermera voluntaria tras participar en la Batalla del Ebro”. El padre de la criatura, maestro, no retornó a Madrid con ella. “Embarazada y soltera mi madre fue acogida por su familia que ya había perdido un hijo en la Guerra. Lo pasaron muy mal”.

Dolores creció sin padre “aunque unos poderes firmados por él le permitieron a mi madre inscribirme con su apellido”. El juez de paz admitió esos poderes para regular la paternidad pero no el casamiento entre ellos. “Durante años se cartearon hasta que un día mi madre decide presentarse en Francia, en la dirección que tenía de mi padre, sin avisar. Llama a la puerta y le abre una señora que dice ser su esposa. Con las mismas mi madre se da la media vuelta y regresa a Madrid”.

Dolores es criada por sus abuelos mientras su madre trabaja en un hotel. “Yo estudiaba en un colegio de monjas al que iba andando cada día recorriendo los dos kilómetros y medio que separaban la escuela de mi casa y paralelamente escuchaba en el parte decir: “Gloria a Dios por los caídos por Dios y por España” y a mi abuela responder entre dientes: “Entre esos no está mi hijo”.

“En un momento dado le planteo a mi madre dejar los estudios o irme de monja a las misiones”, recuerda Dolores que no termina Bachillerato y comienza a trabajar primero en una fábrica de nailon y luego en un supermercado como cajera. “Es entonces cuando junto a mi amigo Benitín y su padre Benito que había estado preso en Cuelgamuros y vivía como un topo tras huir de allí comienzo a escuchar Radio Pirenaica”. Paralelamente Dolores acudía a misa todos los días antes de entrar a trabajar.

Hasta que una tarde de verano, “estábamos en la puerta de la casa a la sombra con los vecinos y por el camino aparece un señor que se me acerca y me dice: `Hola, soy tu padre´. Él ya había vuelto a España, desde Francia a Barcelona. Como era maestro vino a Madrid a arreglar los papeles para poder ejercer. Desde ese día me estuve carteando con él y me ofreció irme a estudiar a Barcelona. Pasé allí el primero de mayo de 1966”. Fue un punto de inflexión para Dolores. “Salí convencida de que quería militar en PCE. Mi padre que había estado en el campo de concentración de Mauthausen y cuyos pulmones quedaron muy afectados me dijo que de eso ni hablar. Me cogí la maleta y me planté en París donde mi madre estaba trabajando de interna”.

“Fui a Alianza Francesa, una especie de universidad en Paris, para que los extranjeros aprendieran francés. Comíamos allí por 3 francos y encontré trabajo para ayudar a las familias con sus hijos. Ganabas muy poco pero te daban la habitación. Busqué al partido. Me pidieron una solicitud por escrito argumentando por qué quería entrar. Y ese papel llega a manos de Pedro Patiño, responsable de Juventud del PCE. Él hacía criba porque había mucho infiltrado. El 2 de junio del año siguiente nace nuestra hija”.

En un lapso muy corto de tiempo a Dolores le cambia la vida. “Pedro era 9 años mayor que yo y estaba ilegal allí. Cuando me quedo embarazada Pedro quiere volver a España. El partido nos dice que es mejor salir de Paris. Nos vamos a Grenoble, allí los Juegos Olímpicos (JJOO) iban a ser al año siguiente y como él era albañil encontró pronto trabajo. Él tenía que decir que acababa de pasar la frontera y pedir asilo político. Allí nació mi hija. Volví a quedarme embarazada y un año más, en 1967, nació mi hijo en El Escorial. Primero vine yo a Getafe, mandada por él, para consultar a su familia si era conveniente regresar ya que él había estado un año en el penal de Burgos y además tenía una petición de cárcel de 4 años pendiente. Sus tíos nos dicen que no vengamos. Vuelvo a Grenoble, se lo cuento y a pesar de eso, ya con los papeles en regla, decide regresar”. Se instalan en El Escorial, “en la casa de mi madre. Nace mi hijo y estando allí se produce el Estado de Excepción. A él le detienen y se pasa veintitantos día en la cárcel. Yo iba desde El Escorial a Madrid a verle en la Adeva. Cuando Pedro sale de la cárcel dice: `Si me han encarcelado sin hacer nada es hora de volver a militar´. Nos vamos a Getafe cogemos un piso en la calle Serranillos y a partir de ahí cada vez que había alguna huelga le detenían”.

Movimiento Democrático de Mujeres

Mientras tanto, Dolores en su llegada a Getafe comienza a participar en el Movimiento Democrático de Mujeres. “Apenas éramos 5 las que nos reuníamos”. Ellas mismas hacían sus octavillas en una imprentilla que aún hoy conserva. “La multicopista del partido siempre estaba ocupada. Las cosas de las mujeres eran menos importantes porque el enemigo era Franco. Lo que hacíamos lo hacíamos rodeadas de muchachos. Pedro era muy feminista. Él se quedaba de vez en cuando con los niños cuando nos reuníamos las mujeres y los camaradas se enfadaban con él. Dábamos charlas a las chicas de las fábricas a riesgo de que nos metieran en la cárcel. Lo hacíamos de forma clandestina en la Iglesia de San Sebastián. Les contábamos que existía la píldora anticonceptiva y que podían tomársela porque los niños tenían que venir cuando una los quería. Ya mucho más tarde, muerto Pedro, planteamos que había que hablar del divorcio y del aborto. Hicimos la revolución de tejas para abajo. Todos éramos iguales pero de puertas para adentro quien lavaba y planchaba las camisas, quien iba a la cárcel a visitarlos cuando estaban presos y quienes se quedaban cuidando a sus hijos éramos nosotras”.

Y empezaron a organizarse. Y llegaron los saltos. Como el que protagonizaron 100 mujeres, “no más”, en la calle Goya en 1976. No era una manifestación, era un salto. Cortamos el tráfico agarradas del brazo hasta que llegó la Guardia Civil. Ya no luchábamos por el precio del transporte o por la carestía de la vida. En nuestra pancarta se podía leer: `Mujer lucha por tu liberación. Únete`. Con el subidón de adrenalina tras el salto caminaba sola para coger el autobús que me devolviera a Getafe y un Guardia Civil me paró y me puso un fusil en la barbilla. Yo no dije nada. Me dejó marchar. No tuve miedo. Por eso me emocioné tanto -y lo sigue haciendo- cuando el 8 de marzo de 2018 tuve que venirme para Getafe porque no podía andar de la cantidad de mujeres y chicas jóvenes que llenaron Madrid bajo la bandera del feminismo”.

Dolores todavía conserva las tablillas de contrachapado que colocaban los familiares de los presos políticos en los cubos que llevaban en sus visitas al penal. En los cubos metíamos comida y ropa limpia para ellos. Escribían a boli el nombre del preso, el pasillo y la celda en la que se hallaba y luego nos devolvían el cubo vacío o con la ropa sucia. Entre visitas a la cárcel y reuniones clandestinas los hijos de Dolores y Pedro iban creciendo hasta que el 13 de septiembre de 1971 “llamaron al despacho de abogados en el que trabajaba por las tardes para comunicarnos que habían matado a mi marido. Me costó sobrevivir. Me costó volver a acostarme con otro hombre”.

Esa mañana Dolores y Pedro no se despidieron de forma especial. Él salió con otros dos a repartir octavillas que invitaban a los obreros a participar en la huelga de la construcción. El objetivo: conseguir mejores condiciones laborales y de salario. En Leganés una patrulla de la Guardia Civil les dio el alto como tantas otras veces. Un disparo de fusil que le entró por la espalda le mató casi en el acto. A Dolores le llevó años conseguir la autopsia. “Me convierto en una especie de mitin parlante. Iba a todos lados a contar lo sucedido. Cómo todavía en shock pude verle ya muerto y cómo comprobé que su torso estaba limpio. No se revolvió. Le dispararon por la espalda. El partido me ofreció salir de España para contar las barbaridades que sucedían bajo el régimen de Franco, pero tuve la lucidez suficiente para decir que no. Aquellas Navidades mi madre y yo tuvimos que esforzarnos para que todo pareciera normal. Paz tenía 4 años y mi hijo Sergio, 3″.

«Continué trabajando en el despacho de abogados de la calle Cruz junto a Manuel Carmena. Iba por las mañanas y por las tardes también. Fue mi tabla de salvación. Yo era la administradora. Llegamos a ser 33 personas en la empresa. Nos especializamos en conflictos laborales del sector de la Construcción y el Transporte. Aprendí mucho. Y decidí estudiar Derecho”.

Entre tanto Dolores seguía participando activamente en el movimiento feminista. “Estábamos organizadas por barrios. Cuando salíamos a alguna acción llevábamos unas bragas de repuesto en el bolso por si nos detenían y teníamos que pasar varios días en los calabozos. Pensaba que tenía que luchar por una sociedad diferente. No quería que mis hijos vivieran en el silencio y en el miedo que viví yo”.

Y nació la Dolores jurista. La que estudió pasados los 40 a distancia. La que obtuvo el título y se convirtió en oficiala ya en democracia. La que denunció sobornos en plaza Castilla a tramitadores de embargos y agentes. La que se marchó a Melilla a aplicar la Ley de extranjería “a los musulmanes que llevaban viviendo allí 500 años”. Siempre de la mano de Manuela Carmena la jueza decana de los Juzgados de Plaza Castilla que confió en ella para sacar todos los papeles de los cajones “y tirarlos al suelo literalmente”. La que trabajó diez años de juzgado en juzgado en el País Vasco. La que estuvo en la Audiencia Provincial. Una mujer que nada más jubilarse el 7 de mayo de 2015 dijo sí a la llamada de Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, tras varias negativas, con el objetivo de “barrer Madrid”. Y lo hizo haciéndose cargo como asesora de Marta Higueras, primera teniente de alcalde del Ayuntamiento de Madrid entre junio de 2015 y junio de 2019, de los lanzamientos que se producían en la capital. «Donde había un desahucio allí estaba yo al habla con la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), los bancos y en busca de soluciones”.

Hoy, a sus 76 años, Dolores disfruta en su hogar getafeño en el centro de la ciudad de un merecido descanso. “Mis días transcurren entre lecturas, radio, puzles… Empecé a trabajar con 14 años. Creo que ya he cumplido con la sociedad. Y aunque participo en los encuentros de mayores, no me ilusiona. A mí las reuniones me aburren, lo mío es la acción”.

“SIN LA LEY DE MEMORIA HISTÓRICA HABRÍA QUE SEGUIR ESCUCHANDO QUE LA DEMOCRACIA LA TRAJO EL REY: NO, PERDONA, LA TRAJO MI MARIDO QUE ESTÁ ENTERRADO”

Dolores Sancho acumula en una caja decenas de recortes de periódicos nacionales e internacionales que recogen el homicidio de su marido, Pedro Patiño, a manos de un Guardia Civil en 1971. También los panfletos de la época que generaba el PCE. Y la autopsia que consiguió no hace tantos años y que ratificó lo que ella siempre defendió: que Pedro no se revolvió. “Es mi vida”.

Allí no solo guarda las tablillas identificativas que colocaban en los cubos los familiares de los presos políticos en sus visitas al penal, sino también una pequeña imprentilla de sus años de activismo feminista. Hay fotos de sus saltos en el centro de Madrid, de decenas de manifestaciones en las que no faltaba su presencia en las cabeceras… “Me permitieron seguir viva”. Por eso para Dolores la aprobación y aplicación de la Ley de Memoria histórica “es importantísima. Porque si no, hay que escuchar que el Rey nos trajo la democracia: No perdona, mi marido trajo la democracia y está enterrado. La democracia no cayó del cielo, ha habido que pasar mucho, nos jugábamos la cárcel por reunirnos con unas chicas para hablar de la píldora anticonceptiva, eso si conseguías que te la recetara un médico amigo. Estoy un poco harta de los que argumentan que hay que dejarlo pasar. Se nota que ellos no tienen ningún familiar enterrado en las cunetas. Soy atea pero creo que todos tienen derecho, si así lo desean, a saber dónde están enterrados sus muertos para llevarles unas flores cuando lo necesiten”.

1 Comment

  1. Antonio Calvete

    3 noviembre, 2021 at 12:38

    Gracias por tu testimonio y por tu ejemplo.
    Tienes tanta razón… La democracia no la trajo ningún Borbón ni, por supuesto, ningún franquista supuestamente arrepentido. La trajeron personas como tu marido y otros muchos que se sacrificaron por ella; y se mantiene gracias a la lucha y el esfuerzo de muchos como tú que, porque saben que es imperfecta, trabajan para que cada día sea un poco mejor.