El duro camino hasta el 23 de julio

GETAFE/Todas las banderas rotas (14/06/2023) – La prensa que apoya a la derecha presenta los resultados del 28 de mayo como una enorme victoria del PP y una grandísima derrota del PSOE. Lo cierto es que la diferencia entre uno y otro es de 763.075 votos, lo que en el total de 23.347.442 de votos emitidos supone el 3,36%; me parece que esto significa que el PP ha ganado sin discusión ninguna pero no es una gran victoria y que el PSOE ha perdido claramente pero no ha sufrido una debacle.

La situación cambia cuando se ve el mapa del reparto del poder municipal, es decir, cómo se han traducido esas cifras globales en todos y cada uno de los municipios del país. Y esa situación está condicionada por dos factores: la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General, por la que se rigen todos los procesos electorales, y el resultado obtenido por los partidos a la izquierda del PSOE porque, debido a lo que establece esa Ley, las candidaturas que no obtienen más del 5% de los votos válidos no consiguen ningún puesto. Dicho de otro modo, todos los electores que hayan votado a los partidos que queden por debajo de ese 5%, no estarán representados, son votos perdidos, igual que si los que los han emitido se hubieran abstenido. No es mi intención entrar ahora en la necesidad de revisar y cambiar este punto de la ley, cosa que defiendo con toda contundencia, el objetivo de este artículo es otro.

Por tanto, de los resultados del 28 de mayo podemos extraer las siguientes conclusiones: El PP ha ganado claramente pero no ha “arrasado”; el PSOE ha perdido también claramente, pero no se ha “hundido”; Vox ha subido considerablemente por lo que podemos decir que ha ayudado al PP o que “el PP ha ganado con Vox”; Podemos, al igual que otras fuerzas de izquierda, no ha llegado al 5% en muchísimos lugares lo que ha impedido que, junto a los votos del PSOE, sumaran más que PP y Vox; la derecha y la ultraderecha gobernarán en un gran número de CCAA y municipios porque no tienen ningún escrúpulo que se lo impida; los partidos a la izquierda del PSOE, como no quisieron presentarse unidos, perdieron la posibilidad de gobernar en muchas CCAA y multitud de municipios.

Así que, de cara a las elecciones generales del próximo 23 de julio, cualquiera que piense en lo que conviene a las mayorías –ya sea la de derechas o la de izquierdas-, a poco inteligente que sea, se habrá dado cuenta que lo conseguirá mejor si se presenta unido a sus afines. La derecha lo ha entendido muy bien: nadie duda, independientemente del juego dialéctico y táctico, que aceptará a Vox como compañero de viaje allí donde le haga falta.

¿Y la izquierda? Desgraciadamente, como siempre. La esperanza que suscitó Yolanda Díaz con su ‘Movimiento Sumar’ se tambalea, por errores propios pero, sobre todo, gracias a Podemos y su jefe (el de verdad, y ya no desde la sombra) Pablo Iglesias Turrión. Por cierto: ¿alguien ha oído a algún responsable de Podemos hacer algún tipo de autocrítica? Si el fracaso que ellos han tenido, le hubiera tocado al PSOE o a otro partido de la izquierda, ¿no habrían pedido dimisiones a voz en grito?

Intentaré explicar mi visión sobre los últimos acontecimientos en torno a los acuerdos que debían conformar el Movimiento Sumar.

También a Yolanda Díaz, como a todos, el anuncio de elecciones anticipadas le pilló con el paso cambiado; en mi opinión, empleó mucho tiempo en su “proceso de escucha” y tuvo que anunciar atropelladamente su intención de presentarse como candidata a la presidencia del gobierno y la creación del movimiento. Partiendo de ese mal principio, las negociaciones para conjuntar fuerzas e intereses tan diversos, además de ir forzadas por la escasez de tiempo, me parece que se han enfocado mal: en este par de semanas hemos oído quien se unía al proyecto y quien no, tanto en cuanto a grupos como en cuanto a personas concretas, pero nada en cuanto al proyecto en sí, ni al contenido programático del mismo.

Y, eso sí, con el ruido de fondo, más fuerte cada día que pasaba, de las exigencias de Podemos que, como sabemos desde que existe, confunde lo que llama trasparencia con la total falta de discreción, absolutamente necesaria en toda negociación. Pero ¡ojalá hubiera sido solo eso! La pantomima de la “pregunta a las bases” y la rueda de prensa para explicar su resultado ha sido la puntilla para las esperanzas que la izquierda pudiera tener de revertir la situación. No es serio plantear una rocambolesca pregunta que, una vez despojada de la paja, viene a decir que dejen a la dirección las manos libres para decidir lo que quiera. Y todo para terminar manifestando que se unen pero que es una injusticia dejar fuera a determinada persona, para ese viaje no hacían falta tantas alforjas. ¿Y alguien puede explicar cómo se puede entender eso de firmar un acuerdo sin estar de acuerdo con él? (Ione Belarra dixit). En definitiva, lo que finalmente se confirma es que no era una cuestión de proyectos políticos distintos o de discrepancias programáticas, sino de personas, de nombres.

Mucha gente de izquierda –sobre todo políticos en activo y periodistas, comentaristas y analistas-, han acogido este final –la presentación del Movimiento Sumar a las elecciones del 23 de julio incluyendo a Podemos- con mucho optimismo. Siento no estar entre ellos porque yo no soy optimista.

Lo que ha ocurrido, en mi opinión, es que Podemos tenía muy claro que, de mantenerse fuera de Sumar, no solo obtendría unos resultados similares a Ciudadanos, sino que nos condenaría a los españoles a cuatro años (por lo menos) de gobierno de la derecha y la ultraderecha; no sé cuál de esas dos cuestiones han pesado más en su decisión, pero no podría justificar su ausencia con nada porque está clarísimo que no había más que intereses de partido y personales. La única razón válida para unirse, tanto para unos como para otros (Podemos y Sumar) es que esa unidad es lo único que, junto al PSOE, puede hacer que la izquierda gane las elecciones, y aun con eso no hay seguridad; pero los pesimistas sospechamos que no es ese el objetivo de algunos, sino cuantos de los nuestros colocamos en puestos de salida en las listas, o ¿de qué otra forma cabe entender la frase de Pablo Iglesias Turrión: “Se tiene que respetar a Podemos”?

Y claro, como siempre, solo los votantes podemos dilucidar lo que resulte finalmente. El voto de la ciudadanía es el que pondrá a cada cual en su sitio. De acuerdo con las encuestas y la opinión de la mayoría de los analistas, se supone que ganará el PP y el segundo lugar será para el PSOE; si el tercer puesto es para Vox ganará la derecha, si es para Sumar ganará la izquierda. ¿Y qué nos jugamos en uno u otro caso? En el primero, la entrada de Vox en el gobierno de la nación: por mucho que el PP esté mareando la perdiz, eso es un hecho; esto significaría si no derogar leyes que suponen derechos económicos y sociales –no es tan fácil hacerlo, pero es munición propagandística para los suyos-, sí arrumbar, disminuir, dejar sin financiación, en definitiva, sufrimiento para los afectados y pérdida de derechos para todos. En el segundo, la posibilidad de volver a construir un gobierno de coalición progresista en el que Podemos tendría mucho menos poder y en el que entrarían otras fuerzas que, hay que suponer, habrían aprendido las lecciones pasadas.

Esa es nuestra responsabilidad, la de la gente corriente. Quien esté entre los optimistas vaya al colegio electoral con alegría y reparta a su alrededor el convencimiento de que es posible cambiar las cosas mediante el voto. Quien se encuentre entre los pesimistas, aunque no pueda ir con la misma alegría, vaya con el mismo convencimiento: si somos suficientes los que votemos a la izquierda cambiaremos las cosas.