Crónica de una (pequeñita) liberación

GETAFE/La piedra de Sísifo (05/05/2020) – Tras varios meses de espantosas noticias, una sensación de impotencia frustrante y varios detalles más que me ahorro mencionar, hemos tenido un pequeño alivio, casi insignificante, pero muy de agradecer en el aspecto físico, pero también en el mental porque, al menos mi cerebro, necesita espacios abiertos alrededor para desterrar agobios y fantasmas. Hoy hemos podido salir un rato de casa y esto es lo que he visto y sentido en ese tiempo preciado.

Empezando por el principio, que es por donde hay que empezar las cosas, salvo que seas Cortázar, que puedes empezar por donde te dé la gana. El tiempo reservado a los que anhelábamos salir a quemar calorías y malos rollos, o es tempranito por la mañana o a última hora de la tarde y yo, como soy muy de biorritmos mañaneros, me he pegado el madrugón y, a eso de las 7.30 horas, ya estaba pegando saltitos por el salón, calentando músculos, articulaciones y pensamientos, poniéndome música en los auriculares y abriendo la puerta de la calle con la intención de no volver en horas. He pisado la acera y he regresado, fugaz cual centella, a por las gafas de sol. Ya sin sobresaltos he emprendido un trotecillo nada exigente en dirección al Cerro de los Ángeles.

Decir que había tráfico es quedarse corto, muy corto. Decir que, solo entre peatones a la carrera y ciclistas de óxido acumulado en las rótulas, teníamos acojonados a los pocos coches que circulaban, inocentes y desavisados, por el, otrora, territorio vedado de la calzada, sería solo un pálido reflejo de la realidad: éramos miriadas (me encanta esta palabra y se está perdiendo) de locos ataviados de colorines, que esa es otra, desplazándose a distintas velocidades y en diferentes direcciones pero siempre manteniendo una distancia prudente con los de alrededor, que tampoco es cosa de matar la gallina de los huevos de oro el primer día.

Y en cuanto a la imagen, ahí sí hay tendencia: con el denominador común de los colorines chillones y reflectantes, mangas y perneras de variada longitud, accesorios y complementos tecnológicos de última generación y un completo catálogo de auriculares inalámbricos u alámbricos. Un hecho llamó definitivamente mi atención sobre lo demás, los pelos (y no me refiero al vello, que también). El sector masculino muy polarizado, o unas melenas informales saltarinas y ondulantes, malamente sujetas con una cinta elástica pensada para otro volumen capilar, o la cabeza rapada como una bombilla sudorosa (sé que ese ejemplo no existe, pero tú me lo perdonas). El sector femenino, sin embargo, se decantó mayoritariamente por la Mechas Californianas, quién sabe por qué.

Al estar en una primavera de catálogo, es decir, un mayo florido y hermoso, precedido por un marzo ventoso y un abril lluvioso, la vegetación se ha desatado sin control ni medida. Por poner un solo ejemplo muy ilustrativo: las parcelas destinadas a huertos urbanos en el barrio de Los Molinos, tienen tal exhibición vegetal, que sus usuarios, cuando puedan acceder, deberán ir acompañados de un guía nativo y provistos de mochila, salacot y machete. No te digo más.

Ahora bien, emprender un trotecillo, por suave que sea, después de dos meses de clausura, y con una pretensión de 10 Km nada menos, tiene consecuencias. La primera es tomar conciencia de un concepto poco trabajado en mi ejemplo, la somatización, del sufrimiento en este caso. Dolor intenso en músculos que no sabías que existían, articulaciones crujientes y reivindicativas y una innovación en el prolijo mundo de la traumatología: el esguince pulmonar, que tu dirás, eso es imposible; pues vale, será imposible pero yo lo tengo, qué pasa.

La edad, el desgaste, la fragilidad articular y el poco entrenamiento, me han obligado a cambiar el estilo de carrera, antes grácil y potente, y me he descubierto, a mis años, como un potencial campeón en cuanto se convierta en disciplina olímpica el arte de “echar a pies”, a eso tan triste he llegado.

Resumiendo, que esto ya me está quedando largo, tengo la firme intención de salir a correr (no exageremos, trotar o echar a pies muy deprisa) todos los días que pueda hasta el verano, que entre enfermedades, lesiones, perezas varias y el maldito confinamiento, tengo menos fondo que una lata de anchoas, y eso hay que cambiarlo. Hablando de cambiar, los que andan justitos de conciencia ciudadana, han cambiado lo de dejar estratégicamente esparcidas las heces caninas,  por sembrar calles, parques y aceras de guantes y mascarillas usados. ¡Ay, como os vea…!

En fin, activos o sedentarios, sed felices.