La Cabalgata de los Reyes Magos

GETAFE/La piedra de Sísifo (05/01/2021) – Tasio tenía puestas en los Reyes Magos todas las esperanzas del mundo. Llevaba desde primavera sin ver a sus abuelos, salvo por las videollamadas de whatsapp, y echaba mucho de menos el aroma del perfume de su abuela Teresa, suave y dulce, que olía a cariño, y las caricias en el pelo de las manos ásperas y cálidas de su abuelo José.

Les había pedido a los reyes una medicina para curar la enfermedad, para poder jugar con sus primos, sus amigos o ir al pueblo, que le gustaba mucho, y su tía Inés lo llevaba a nadar al río pero, como había un virus muy pesado, no se podía hacer nada. Todos le decían lo mismo, Tasito, hay que tener paciencia, y él ya estaba un poco harto de tener paciencia.

Pero Tasio guardaba en su interior un profunda preocupación, había oído por la tele que la enfermedad atacaba con mayor fiereza a las personas mayores y, claro, los Reyes Magos eran ya unos ancianos venerables, con lo que estaban expuestos a caer ellos también víctimas de ese virus, enfermar gravemente, y no poder repartir regalos a los niños del mundo, no solo este año, sino nunca más.

Inmediatamente se puso a la tarea de preparar un kit de protección para Sus Majestades de Oriente; bueno, en realidad eran tres, que constaban cada uno de una caja de zapatos donde había dos mascarillas, para que tuvieran quita y pon, un frasquito de gel desinfectante, toallitas de papel de usar y tirar y, para los tres, un termómetro para que, en cuanto notasen la más mínima molestia, se tomasen la temperatura y fueran al hospital de reyes o al lugar donde vayan cuando no se encuentran bien.

Les escribió otra carta, donde les explicaba la presencia y lo peligroso del maldito virus, y que les había preparado unas cajas que contenían lo necesario para su protección y que, por favor mandasen alguien para recogerlas y, de este modo, no peligrase su salud ni su mágica tarea. Echó la carta en el Buzón Real, junto con la que llevaba sus deseos y volvió para casa tan tranquilo acompañado de sus padres que le felicitaron por haber tenido esa idea.

La noche del 4 al 5 de enero, dejó bajo el árbol las tres cajas con su contenido protector y una etiqueta en la tapa con el nombre de cada uno de los reyes. Al amanecer del día 5, se despertó y fue corriendo a mirar bajo el árbol; su carta había conseguido el efecto deseado y, efectivamente, por la noche había ido alguien a recogerlas. Donde las dejó, encontró una tarjeta que decía: “Gracias, Tasio. M. G. B.”.

Ya por la tarde-noche, asomado desde su casa, vio llegar por la calle a los Reyes Magos, en su nuevo formato de cabalgata sin paradas ni caramelos y, al pasar bajo su ventana, le pareció que le miraban sonriendo y le guiñaban un ojo agradecidos.

Aquella Noche de Reyes, Tasio durmió con la tranquilidad de haber ayudado a los Reyes a cumplir su importante misión y que, gracias a ello, no peligraban la ilusiones de todos los niños y niñas del mundo y, lo más importante, que trajeran por fin una medicina para curar la enfermedad y todos volvieran a ser tan felices como antes.